Lo que sería casi imposible de pensar en los años ochenta, viajar a Medellín significa encontrarse con una ciudad donde se respiran aires de modernidad, orden, limpieza y sobre todo seguridad. A través de las noticias que recibíamos décadas atrás sobre una de las principales ciudades de nuestra vecina Colombia, escuchabamos que sus habitantes vivían problemas sociales, momentos de incertidumbre acompañados de violencia, corrupción y narcotráfico, hoy en día se ha transformado en una urbe moderna en la que se palpa un desarrollo sostenible con rascacielos, modernos medios de transporte masivos, rodeada de verdes montañas.

Una terminal aérea con amplias e impecables instalaciones es la puerta de entrada a Medellín. El aeropuerto José María Cordova, el segundo más grande de Colombia y el principal en Antioquia, goza de mucha iluminación gracias a los ventanales que llegan hasta el techo sostenidos por una estructura metálica en forma de túnel. A pesar de que en este momento se realizan trabajos de remodelación, la limpieza y la organización quedan en evidencia, dándole la bienvenida a los viajeros. 

Para trasladarnos hasta la ciudad tuvimos que recorrer un camino de aproximadamente 20 kilómetros. Al dejar atrás el aeropuerto nos incorporamos a una corta autopista que se conectó con una carretera de curvas pronunciadas que bordean las montañas con bajadas y subidas. 

Nuestra primera parada fue en la urbanización El Poblado, distrito financiero y de moda, donde se encuentra el hotel Marriot. Con solo un año de haber sido inaugurado, este hotel cuenta con espaciosas habitaciones y fantásticas instalaciones, como gimnasio, spa y restaurante. 

Por ser un valle, Medellín me recordó a Caracas, rodeada de verdes montañas abarrotadas de construcciones de diferentes estilos, donde predominan altos y modernos edificios que se mezclan con casas y con edificaciones de los años sesenta. El caudaloso río Medellín atraviesa la ciudad de este a oeste. La capital de Antioquia cuenta con un moderno metro, metro cable, autobuses con diferentes rutas y las líneas de taxi están unificadas, lo que genera seguridad en los usuarios. 

En el centro de Medellín se desarrolla una importante vida comercial que se mezcla con parques y plazas llenas de obras de arte como la Plaza Botero con más de 20 esculturas del artista. Al lado de la plaza están el Museo de Antioquia y el Palacio de Cultura Rafael Uribe. Otro lugar de interés en el centro es el Parque de las Luces, con decenas de altos pilares que se encienden con luz blanca durante el atardecer, o el Parque de los Pies Descalzos donde la gente literalmente se quita los zapatos, no solo para caminar y sentir la energía de la tierra, si no hasta para sumergirlos en unas piscinas. 

Nuestro segundo paseo fue a la ciudad de Guatapé, ubicada a más de 80 kilómetros al este de Medellín. Disfrutamos caminando por sus estrechas calles, llenas de coloridas casas, pero lo que realmente me impacto fue la gigantesca roca de granito que luce como una montaña de 285 metros de alto y 110 metros de ancho conocida como El Peñol de Guatapé, que cuenta con un mirador en su cúspide desde donde se puede apreciar la inmensidad del embalse de agua, con un área de 88 kilómetros cuadrados, lugar preferido por muchos para practicar deportes acuáticos. Después de escalar la gran piedra, y tomar hermosas fotos panorámicas, abordamos una lancha para navegar en la represa y disfrutar de la brisa que acariciaba nuestras mejillas, y ver el contraste entre el azul del cielo y el verdor de los árboles de la orilla donde se encuentran fincas y mansiones, como Manuela que era propiedad de Pablo Escobar. Sentí una sensación de libertad mientras paseábamos y de esperanza porque este hermoso lugar se logró después que se desbordara el río y que tapiara un pueblo, cuyos habitantes fueron reubicados en una nueva zona. 

A pesar de los cambios de temperatura que experimentamos en nuestra estancia en esta ciudad colombiana, porque pasábamos de frío en las mañanas al clima templado en las tardes, seguimos en la onda del ecoturismo, así que emprendimos nuestro rumbo al Parque Arví, ubicado a 2.300 metros sobre el nivel del mar. 

Para llegar al parque tomamos un metro cable que pasa por la comuna 1, donde se encuentra el que fuera uno de los barrios más peligrosos en los años 80 y que ahora ha sido recuperado. Los visitantes pueden ingresar al corazón del parque por medio de autobuses, caminando o hasta en caballo. 

Arví cuenta con un auditorio para eventos, una tienda y una plazoleta de comidas donde se aprecian la artesanía y los platos típicos. Cada visitante puede armar su propio plan según el interés que tenga al disfrutar la naturaleza; acampar, observar aves, realizar recorridos en bicicleta, practicar senderismo acompañado por guías que explican sobre la flora y la fauna del reservorio, remar en un lago o practicar actividades deportivas extremas divididas en circuitos como tirolinea o lanzarse en lianas. 

Decidir cuál es el mejor restaurante para deleitarse con la comida paisa o internacional en Medellín es difícil. Probamos una exquisita carne en un ambiente pintoresco y alegre en Andrés Carne de Res y en la zona de El Poblado donde se encuentran dos importantes centros comerciales, Santa Fe y El Tesoro, se pueden degustar los mejores platos por la gran variedad de locales. Recordé la vida nocturna de Madrid, en la que comensales inician desde temprano La Marcha, probando cada especialidad en comida y bebida en las calles. 

Esta visita me dejo un sabor optimista en mis labios. Medellín se ha convertido en ejemplo de que con determinación y planificación se pueden lograr cambios positivos.