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Los cuentos de mi tierra

Palavecino

Municipio larense que se ha convertido en suelo pujante, cuyos habitantes gozan de una admirable creatividad inspirada por la montaña de Terepaima

  • ERIKA PAZ

08/11/2018 05:10 pm

Cabudare se inclina ante la serranía de la montaña de Terepaima, como quien sabe que la cercanía con su inmensidad le otorga cualidades especiales. Los mismos habitantes de este pueblo atribuyen su creatividad a la energía que emana de tanto verde. Esta zona que durante muchos años fue mirada como ciudad dormitorio, decidió que era hora de crear su propia personalidad, una vez más, como ya lo hizo en 1818 cuando tomó valor para delimitar sus fronteras y comenzar a convertirse en un suelo pujante que era paso obligado de los viajeros hacia los llanos occidentales. Esto me lo contó Américo Cortez, cronista del municipio, con quien me cité para andar un rato por la Plaza Bolívar y entrar a la iglesia principal del pueblo que comparten la Virgen de La Candelaria y San Juan Bautista. 

Caminamos unas cuadras para tomar un vaso de chicha y llegar luego hasta el árbol más importante del poblado, cuya relevancia me dijo, radica en haber sido sitio de descanso de Simón Bolívar y testigo de cómo el Libertador quiso decretar esta tierra Parroquia Civil, aun cuando no era todavía Parroquia Eclesiástica. Me contó también que con los años se determinó que este árbol no es una Ceiba sino un Jabillo, y además que la historia de Cabudare tampoco mejoró con este decreto, pues pasó mucho tiempo para que comenzara a ser respetada como aldea independiente, dice Américo que por envidia de los barquisimetanos. Lo que yo conocía de esta tierra es que hace unos dieciocho años esta era vista como una ciudad dormitorio, porque se comenzaron a construir de manera desordenada algunos conjuntos residenciales, y era más económico vivir acá y trabajar en la capital el Estado Lara.

La historia ha dado nuevamente un giro, probablemente por esa mezcla entre el cabudareño natal y todos aquellos que llegaron de tantas partes, un nuevo poblador comenzó a mirar a través de la cerca de los vecinos para darse cuenta que la fórmula que utilizaban ellos como medida de desarrollo incluía entre sus elementos área de servicios y el turismo. A eso atribuye el historiador el surgimiento de restaurantes, posadas y el renacer de las aldeas artesanales en las tres parroquias que componen el municipio, aquellas que surgieron principalmente en las calles del sector de Agua Viva, se consagraron en la década del noventa y comenzaron a poner el nombre de Palavecino en boca de los turistas. 

Por eso llego a Bachaco Rojo, una de los talleres más antiguos de Agua Viva, su dueño Asdrúbal Rojas se dedicó a este local hace más de 20 años cuando descubrió que sus manos podían transformar en obras de arte el gres. La entrada de la que también es su casa está llena de matas que forman una especie de túnel y dejan entrever vasijas de barro a medio hacer sobre un mesón y descubrir entre las hojas de las plantas que el sonido que se escucha desde el portón es el de los móviles que aquí se fabrican; al terminar el corto pasillo una puerta hacia la derecha indica la llegada a la tienda de exhibición. Fachadas en las paredes, muñecas de barro en los estantes, cajas de madera pintadas, imanes para las neveras, mariposas, lámparas, vasijas y cuadros forman parte de lo que aquí se ofrece. Me explica Asdrúbal que en este salón no solo está expuesto su trabajo, sino el de otros artesanos que viven igual que él a orillas del Parque Nacional Terepaima. Ya no son tantos como antes, me dice, de 150 que estaban registrados oficialmente en las oficinas de turismo quedarán unos 50, y aunque el número sigue descendiendo, los que quedan, siguen apostando por estos espacios que buscan preservar su identidad. Esa que tratan de conservar también Francys Godoy y sus amigas, que en medio de la narración de un juego de béisbol comunitario que se expande por todo el sector, gracias a las cornetas instaladas en el estadio, siguen concentradas en su labor, pensando modelos, combinando telas, cosiendo a mano brazos y piernas, poniendo ojitos de hilo negro y cabellos rubios de lana. Las encontré a ellas al inicio de la ruta artesanal de Agua Viva, en la Casa de la Cultura, donde se intenta educar a los miembros de esta comunidad, allí este grupo de señoras se reúnen en las tardes para aprender a hacer muñecas de trapo, para enseñar además a las jóvenes porque aseguran ellas “hay que volver a los orígenes”.

En Agua Viva ahora entienden el turismo como un ente que tiene que integrar varios aspectos para que alguien venga y se encante con todos sus espacios, los artesanos fueron los pioneros, siguieron los restaurantes y ahora los hoteles y posadas, que buscan hacer la diferencia y parece que lo están logrando. Luna Azul forma parte de este conjunto de nuevos sitios para visitar y quedarse; cuando entré lo primero con lo que me topé fue con sus detalles decorativos, un lobby que es una explosión de colores, con mesas amarillas, cuadros de artistas locales y muebles que recuerdan a un arcoíris. La propiedad tiene varios espacios comunes, muchos a decir verdad, un bar, dos restaurantes, una piscina, un salón abierto decorado con muchos espejos, una entrada decorada con paraguas abiertos que cuelgan de hilos y hasta una pequeña gruta donde hay una imagen de la Divina Pastora, Virgen de los larenses. En la segunda planta, la vista de ese cerro Terepaima con la que se topan los habitantes de esta zona cada día, el que les inspira y asegura ella les ayuda a seguir siendo artistas. 

@loscuentosdemitierra
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