Cascada del Vino, elixir para el viajero en el estado Lara
En el Parque Nacional Dinira nace el "Salto Ángel Guaro"
Mariel Hunte
Según Galileo Galilei, el vino es la luz del sol unida por el agua. Al leer esta frase, me gusta imaginar que él y yo compartimos las mismas sensaciones en momentos diferentes. Él durante su instante reflexivo, y yo cuando vi por primera vez la majestuosa cascada del Vino. Ninguna mochila exploradora puede resistirse al presagio de una cascada que en su recorrido va tiñendo el agua de color a la vista de cientos de visitantes cada semana. Solo eso basta para ser el orgullo del pueblo larense. Por eso, no fuimos la excepción, y las ansias de compartir su hermosura nos llevaron al
pueblo de Barbacoas.
Llenamos nuestra cava con mucho hielo para lo venidero y, después de la respectiva foto en el puente "General Rafael Urdaneta", es momento de tomar la carretera Lara - Zulia en sentido hacia Carora.
Luego de un poco más de 200 kilómetros, que se traducen en unas tres horas, es momento de un desvío hacia La Pastora, dónde nos cruzamos con la carretera panamericana Trujillo - Lara. Ahora vamos hacia San Pedro, con un cambio de vialidad notable. Aquí comienzan los últimos kilómetros de nuestra travesía por un pavimento irregular y unos 12 kilómetros de tierra. Ya casi cumplimos las siete horas de la carretera. El augurio de algo bueno es un sentimiento común entre el grupo que viajaba desde Maracaibo. Y así, sin preámbulo, se muestra la sublime Iglesia San Felipe Apóstol como indicio de que ya estamos en el pueblo de Barbacoas.
Ya estar allí es un premio. La Plaza Bolívar, muy bien conservada, es el escenario perfecto para contemplar las singularidades de la arquitectura de la población, especialmente de la iglesia, sobre todo de la torre coronada.
Después de un refrescante heladito de coco, gracias a las vecinas de este pueblito del municipio Morán, continuamos tan solo 10 minutos de carretera, y sin nada más, ya llegamos al puesto de guardaparques que nos dio la bienvenida.
La Cascada
Esta parte montañosa de la Cordillera Andina se encuentra en el sector norte del Parque Nacional Dinira, a unos 1.672 metros sobre el nivel del mar. Al llegar a nuestro destino, esta cascada no pudo tener una mejor denominación. El vino tinto es lo que mejor le hace honor. Este efecto en sus aguas es producto de la antocianina, una sustancia que se encuentra en las plantas de sus alrededores y que irradian un color muy semejante al del vino.
La temperatura de la zona oscila entre 16°C y 20°C, por lo que sus aguas no serán muy cálidas. Pero la ilusión de tomar un baño de vinotinto vale totalmente la pena. Se puede nadar placenteramente entre las aguas de aspecto vinotinto. Los más atrevidos pueden llegar incluso al final de la caída y dejar caer sobre sus hombros el flujo que viene de más de 90 metros de altura. Muchos visitantes dicen que se siente como terapia.
Hay quienes deciden prolongar el embeleso, por lo que aprovechan el espacio de camping permitido justo en la base de la cascada para disfrutar de una vista en primera fila de este deleite de la naturaleza. El verdor de la grama al pie de la cascada invita a pasar una noche bajo un hotel de mil estrellas que
cubrirá el descanso de los campistas. Sin embargo, para aquellos que buscan una opción más conservadora, entre los pueblos de Barbacoas y San Pedro existen algunas opciones de hospedaje.
Es posible visitar la vertiente de la cascada. Esto con el debido acompañamiento, guiatura y autorización de los guardaparques. Desde allí, la vista panorámica es increíble. Es una maravilla la sensación de estar en el nacimiento de algo tan majestuoso.
Aún mejor, la cueva Ya casi es hora del retorno. Pero como si aún no fuese suficiente, todavía queda un último regalo más de esta cordillera, la cueva de la Peonía. Esta cueva se encuentra en una colina, rodeada de vegetación arbórea alta, característica de un bosque nublado. Es un sendero de dificultad media, que nos tomó unos 15 minutos.
Ya en el portal de la cueva, nos vamos adentrando entre las estalagmitas y estalactitas, rocas inmensas y un riachuelo, el cual es la naciente del río Peonía. Hay momentos donde es inevitable agacharse e intentar avanzar casi con el pecho al piso. Luego de unos 25 minutos, logramos terminar el circuito. No
nos devolvimos por el mismo camino por donde entramos. Este recorrido solo es posible realizarlo con un guía, aunque las rutas estén señalizadas.
Si pensábamos que la cascada del Vino nos había dado todo, resultó que la cueva es el cierre esplendoroso que nos pudo regalar esta extensión del Parque Nacional Dinira.
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