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Turismo del Paladar

La Guajira, paraíso gastronómico

En esta zona venezolana la preparación de los platos es un arte ancestral que se transmite de generación en generación

  • RAYMAR VELASQUEZ

27/08/2018 03:41 pm

Ir a la guajira no es fácil. Esta zona representa el límite entre Venezuela y Colombia en el extremo occidental de la primera y todos sabemos lo que significa vivir en la frontera. Fuimos porque somos necios, empeñados y un poco atrevidos. El camino hacia Alitasía es una rara mezcla de hermosos paisajes y actividades ilegales que van desde el contrabando hasta el tráfico de gasolina; al llegar la vista disipa cualquier miedo anterior, el aire es denso; si te acuestas en una hamaca sabrás lo que significa la palabra paz, aunque no pueda salir de tu cabeza que estas en una zona fronteriza donde la ley esta parada en un techo de casabe. 

Desde antes de salir desde Maracaibo, punto de partida, recibimos advertencias, afortunadamente llevamos un guía que conocía toda la zona, Rafael Montiel no puede tener un apellido más zuliano, más representativo de su etnia, él era algo así como el guardaespaldas de su tío Nemesio, un profesor universitario, articulista wayuu, representante letrado de los suyos, orgullo de su pueblo. Con él deberíamos llegar a la comunidad de Alitasía, un poblado ubicado un poco antes de comenzar la Alta Guajira, justo después de Paraguaipoa, pueblo marcado por una extensa playa llamada Caño Mánamo, hogar de la única posada que se puede encontrar en la zona, un proyecto de la prima de Rafael, Jayarirú Farías, su construcción quedó incompleta después de la muerte de esta, pero el empeño de sus familiares por mantener viva la memoria de quien fuera una gran luchadora social, hace que el lugar aún abra sus puertas al público y le diga a todos que La Guajira es bonita y gentil. 

Hora de Comer 
Para el wayuu el ganado es sinónimo de prestigio, de estatus, este es usado como una especie de moneda, por eso es difícil convencerlos de vender uno, de desprenderse de su fortuna. Con la ayuda de nuestro guía encontramos en una casa cercana a la de su familia un ovejo de buen tamaño y a buen precio, el animal por su puesto se entrega vivo, porque lo que viene es un ritual que para ellos forma parte de su día a día. 

La matanza del animal tan extraña para nosotros, los citadinos, forma parte de la rutina de los miembros de esta etnia. Todos en la familia, cada uno en su rol se alista para preparar el festín, el padre ordena los materiales y la manera de sacrificio mientras los niños, atentos, ven y aprenden, tal vez ya saben que dentro de poco les tocará esa tarea. Una mujer coloca los ingredientes para la preparación sobre una mesa de madera, esta se encuentra en una improvisada cocina armada en la enramada, que es algo así como el lugar donde descansan, cuelgan las hamacas, reciben la visita, comen. 

Los wayuu que viven en la Baja Guajira poseen casas de bloques y techos de zinc, pero estas enramadas siguen siendo su lugar de descanso, el sitio donde cocinan, se reúnen, hacen reuniones. Sobre esa mesa no hay libros, ni papeles con recetas, solo la costumbre, la tarea que se transmite de generación en generación, así aprende su hija que está a su lado mirando con cautela cada paso e imitándola para recibir de esta manera esa herencia ancestral. Del ese ovejo se aprovecha todo, desde la nariz hasta la cola, una vez se degolla el condenado, la “Guajira” se para bajo la herida del mismo con una olla, donde cae la sangre que va revolviendo con una paleta. Esta se cocinará para que sirva como acompañante de las arepas en la mesa. 

La especie de pasta negra que se va formando tiene un sabor muy parecido al de la popular morcilla pero más terrosa y con mejor sabor, nos dicen que para ellos esto es algo así como un viagra. Con las vísceras (hígado, pulmones, corazón, páncreas, tripas) se hace un plato llamado “friche” que consiste en picar en pequeños trozos todos los órganos internos del animal y sofreírlos solo con un poco de sal, la carne, asada al carbón tiene un sabor especial, es jugosa, sedosa de un gusto simple pero poderoso; ya nuestro anfitrión ha apartado otra parte del ovejo para hacer un guiso, este si lleva ingredientes alijunas (así llaman los wayuu a los que no pertenecen a su comunidad), traídos por los españoles en la época de la colonia. 

Papa, zanahoria y especies dan sazón a esta mezcla de culturas que se dio en nuestro continente hace más de 500 años, se siente en el aroma, las papilas gustativas reconocen el legado de sus ancestro y el sabor por más lejano que pueda parecer es cercano y familiar. Arroz, plátano verde asado y ensalada acompañan la carne, se come hasta que ya el estómago no recibe más alimento, pero estoy tranquilo, allí está la hamaca lista para recibirme. Va cayendo la tarde y acostado meciéndome con la mente casi en blanco, se asoma un pensamiento desde mi estómago a mi mente que me dice que he probado la comida de mis ancestros; veo entonces como mis anfitriones lavan y ponen a secar la piel del ganado, dicen que para forrar unas sillas con eso. Pienso entonces, que falta la cabeza, ¿qué harán con ella?, pues de inmediato como si me hubieran escuchado me dicen, está es para la sopa de mañana, para quitar el ratón de las cervezas que nos tomaremos esta noche.   
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