Los cuentos de mi tierra
Niquitao
Un paseo por sus calles hace sentir a cualquier visitante caminando por la Venezuela de hace 400 años, pero lo más bonito del pueblo son aquellos personajes que se convirtieron en íconos de la cultura
Desde Boconó a Niquitao hay como media hora de camino que, permite maravillar la vista con las siembras de hortalizas, flores, hombres a caballo, mulas llevando la carga, el verde de las montañas y al final, unas calles casi sacadas de las páginas de un libro de historia. Allí se encuentran ellas, angostas, de piedras, sosteniendo casas de techos altos con envejecidas tejas rojas, sintiendo el lento andar de sus habitantes que van como si el día tuviera más de 24 horas, o no hubiera algo más importante que hacer, que adornar la hermosa escena. Allí en ese pueblo alumbrado por el sol, es donde se va en busca de la tranquilidad, y yo particularmente, iba al encuentro de las mantecadas.
Porque cuando los habitantes de Niquitao se dieron cuenta que sus espacios eran tan bonitos, empezaron a querer vivir también del turismo.
Una de las pioneras fue Isabel Moreno y su familia que comenzaron a hacer este producto casero que los hizo famosos ante el turista. Cuando la visitaba para buscar mis dulces, esponjosas y ricas mantecadas, me contaba Isabel que ella las cocinaba desde que tenía uso de razón y que recordaba cómo su papá las llevaba orgulloso en mula a otros estados vecinos cuando no existía la carretera.
Esta, que me comía sentada mientras escuchaba sus historias, es una especie de torta que se hace con una combinación de harina de maíz pilado, huevos y mantequilla, entre otros ingredientes; se colocaban en moldecitos cuadrados y se metían en un horno de piedra que está en la casa desde que la construyeron. Recuerdo como el olor de este postre salía por las ventanas de la vivienda, me decía Isabel que así fue como llegaron los primeros compradores a llevarse sus mantecadas envueltas en papel encerado.
Quien compraba se daba cuenta que ella y su hijo eran coleccionistas de antigüedades, y así no solo probaban las tortas sino que se quedaban recorriendo la estructura colonial para apreciar maquinas de escribir de diferentes generaciones, lanzas que aseguraba su dueña, fueron utilizadas por los andinos en la lucha independentista, grilletes de la misma época, y periódicos desde la fundación de la prensa en Venezuela. Entre el paseo y la degustación, la repostera, hablaba, sonreía y se sentía feliz de recibir visita porque me explicaba que vivir aquí era como estar más cerquita del cielo.
El de Isabel no era el único incentivo de los viajeros para visitar Niquitao, la casa del inmigrante Elbano Batoni se convirtió también en otro punto de encuentro. Él comenzó a fabricar su propio licor porque un día se quedó esperando la encomienda de vino que había encargado a Italia y que no había podido llegar por el mal estado de las carreteras que conducían al pueblo. Cuentan que como no tenía viñedos le pidió a sus empleados que recogieran moras silvestres que nacían a las orillas de los caminos y aplicando la receta de sus ancestros obtuvo una deliciosa bebida de su mosto.
De esta forma nació esta empresa familiar que siempre se ha encontrado en una de las calles de Niquitao y que los descendientes de Elbano, se encargan de preservar a pesar de las dificultades. Vinos Batoni se realiza con moras especialmente cultivadas y seleccionadas en una hacienda de San José de la Mesa que luego son llevadas a la fábrica artesanal que ellos construyeron para “utilizar la fórmula del abuelo” y obtener alcoholes con diferentes aromas. Seco, semi seco y dulce.
Como se necesitaba donde alojar la visita nacieron entonces las posadas, que no eran otra cosa que las casas de familia del poblado acondicionadas para recibir visitantes. Posada Niquitao es una de las más antiguas, levantada en una vivienda de por los menos 420 años. El Paramito del Medio es de reciente data, Don Tobías la acompaña. Todos basaban su oferta en estos recorridos gastronómicos, visitar la iglesia en honor a San Bernabé, conocer el Monumento dedicado a los héroes de la Batalla de Niquitao, aprender de parte de la preservación dela naturaleza de la localidad en el Museo de Insectos y recorrer el entorno. Pues la visita a esta montaña no se limitaba a andar sus calles sino también a visitar sus alrededores, y los más aventureros podían y pueden hacer caminatas hasta la Teta de Niquitao, llamada comúnmente por la comunidad Picachu. Los baquianos organizan excursiones para que aquellos que cuentan con condiciones físicas puedan emprender la caminata. Ese monumento natural ubicado a 4006 mts. de altura, regala el típico paisaje de páramo: arbustos, frailejones y pastizales. Es hogar de oso frontino y el águila real. Y permite a quien lo camina sentirse como ascendiendo por una escalera hacia el azul del cielo.
Hacia ese cielo azul dicen los habitantes de esta tierra que partió Isabel esta semana con sus mantecadas para ofrecerlas a los santos, cocinó hasta el último momento, vio crecer a su pueblo y luego lo vio volver a estancarse en el olvido. Insistió con su producto hasta el final de sus días, invocando el olor que salía por las ventanas de su hogar cada tarde, esperando que este llegara lejos y trajera el gentío, luchando porque no desapareciera el arraigo de un suelo, intentando que este permaneciera vivo.
DATOS PARA CONOCER A NIQUITAO
- Niquitao se encuentra elevado a 1937 m.s.n.m.
- La batalla librada por José Félix Rivas y sus tropas, llamada la Batalla de Niquitao, tuvo lugar el 2 de julio de 1813.
- El pueblo fu fundado en 1626.
- Su fiesta más popular es la de San Isidro Labrador.
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