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Los cuentos de mi tierra

Maracaibo cuando hay luz

La capital del Zulia brilla con luz propia. Es alegre, bonita de avenidas amplias con casas de estrambóticos colores

  • ERIKA PAZ

20/08/2018 03:55 pm

Maracaibo, esa que llaman la tierra del sol amada, ya contaba 4 días sin el servicio de electricidad, 96 horas sin luz continua, las calles estaban desoladas por un lado, por el otro se avivaban las protestas. No es fácil perder la comida por no poder refrigerarla, no es sencillo estar dentro de una casa sin aire acondicionado a una temperatura de por lo menos 38 grados, no se ve nada bonito que la cuna del petróleo venezolano exhiba al mundo su peor rostro. Pero les juro que no siempre ha sido así, la conozco desde hace mucho tiempo, la amo porque viví en ella y la visito constantemente. 

Maracaibo es alegre y bonita, de avenidas amplias e iluminadas, de estrambóticos colores, de arraigo por sus tradiciones. Por eso es tan normal ver a las mujeres wayüu con sus mantas caminando por cualquiera de sus espacios. Conviven pasado y presente en un mismo sitio, se saben el uno del otro, se conocen y se respetan. Se siente honra de lo que el legado indígena representa, se exhibe orgulloso como el telón de Luis Montiel que en el Centro de Bellas Artes da la bienvenida al visitante y de entrada le habla de la cultura de un pueblo. 

Pisar suelo marabino resulta magnífico desde el momento que se atraviesa su puente, el más largo del país y uno de los más extensos de América. Es que hay que pasarle por encima a parte de su lago, ese que simboliza grandeza para sus habitantes que lo idealizan a través de la mirada que puede obtenerse de él desde varios puntos de la ciudad. Es entonces cuando el paseo se empieza hacer personal porque uno también quiere admirar un rato el agua y corre a La Vereda del Lago, para ver el atardecer desde allí, y como los habitantes se reconcilian con la localidad. 

Pero la verdad se debe llegar al centro para comenzar a entender como el calor que sofoca es el que condiciona la forma de ser de sus habitantes que hablan casi a gritos pero no regañan, es puro cariño autóctono con el que se recibe a la visita.

La Basílica que honra a la patrona del pueblo se ve inmensa cuando uno se para ante sus puertas, refleja el carácter ostentoso que siempre ha sido sello de los marabinos; grandes y pesadas bancas marcan el camino hacia el altar que permite ver la tablita donde la Virgen de Chiquinquirá apareció una vez para quedarse. Pero no solo esa estructura tiene personalidad propia, también el Teatro Lía Bermúdez marca la suya. Ubicado en el mismo centro, este que alguna vez fue mercado municipal, se convirtió más tarde en vitrina de exposición de artistas regionales, nacionales e internacionales, él más que nadie habla de la cotidianidad de un lugar porque a su lado convive la más pura identificación del maracucho: el Callejón de los Pobres y el Mercado de las Playitas, ambos hogar de vendedores informales, esos que ofrecen de todo en medio del calor, el sudor y hasta la suciedad. Una vez encontré allí vestidos de quince años, esponjados, con armadores que para probárselos había que improvisar unas cortinas que sostienen dos vendedores en medio de la carpa de venta. 

Un poco más allá el Teatro Baralt, muy cerca de la Casa de Gobierno, muestra su majestuosidad con un plafón de 450 metros cuadros de estilo art deco, habla además de la genialidad a través de sus butacas diseñadas algunos centímetros más amplias de lo habitual para ajustarse a las medidas de oriundos de este Estado, que son un poco más rellenitos. Pero definitivamente a Maracaibo la define en su temperamento multicolor la famosa Calle Carabobo, área de casas que son la muestra de lo que alguna vez fue el barrio de El Saladillo, estallido de colores, testigo de la historia. Maracaibo se convirtió con el tiempo en algo más que ese recorrido por el pasado, porque se dedicó a fortalecer espacios para el disfrute y enaltecer algo que les sale del corazón, la comida. 

En esta tierra desde un pastelito hasta una macarronada tienen su gracia, es por eso que se transforma en toda una experiencia sentarse a la mesa por estos lares. Hay una marcada tendencia a comer sabroso y sin culpas porque las raciones son generosas y no se escatima en el uso de ingredientes calóricos. Me he sentado en la mesa de Sabor Zuliano, un restaurante de corte tradicional, para pedir chivo en coco y me regocijo cuando este viene acompañado de una gran porción de arroz, tajadas y ensalada, he pasado por la típica Mi Ternerita para saborear un gran trozo de carne, he disfruta la versión de la torta de plátano que Caribe Concert sirve a sus comensales. 

Pero la fiesta culinaria no termina de esta forma, porque no se quedan atrás los puestos de perros calientes y hamburguesas callejeros, también la comida rápida que se vende en lindos locales, y definitivamente no se puede olvidar el boom de los cafés que se instaló en la ciudad hace más cinco años y que no sólo ofrecen la bebida sino que la acompañan, como el caso de La Estación Central del Café con gigantescas porciones de torta.

Maracaibo es luz, claro que lo es, sobre todo cuando la plaza de Santa Lucía se pone a reventar los fines de semana y los niños pasean en bicicleta por ella mientras los padres caminan por las calles de la barriada, es luz para los gaiteros que se aglomeran "A Que Luis", cantan y brindan con cerveza para el calor, es luz cuando los maracuchos dicen sus acostumbrados chistes y hablan con su cantar característico. Así la he vivido siempre, así la mantengo en mis mejores recuerdos. Hágase el albor para ella en aras de que continúe siendo la alegría de Venezuela.
@loscuentosdemitierra
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