Romance en la península de Paraguaná, Falcón
Faros perdidos, playas vírgenes e inusuales son parte del hechizo de esta tierra
Sergio Vázquez
La fuerza del viento, como nunca me había ocurrido, obligaba a mi cuerpo a inclinarse para no dejarse llevar. Ante esa situación cualquiera podría pensar que el miedo timonearía mis sentidos, pero no... Una sonrisa alocada sobresalía en mi rostro.
¡Realmente lo disfrutaba! ¡Ese era el trofeo! ¡Invisible pero sensacional!. Luego de un ascenso a pie de más de tres horas atravesando cinco pisos bióticos
diferentes, con progresivos cambios de clima, sufriendo la inclemencia del sol en un ambiente seco de vegetación xerófila y fresco luego por el bosque húmedo con sombras de árboles de hasta 15 metros de altura, finalmente había llegado a la cima del cerro Santa Ana, a 830 metros de altura sobre el nivel del mar Caribe.
Me encontraba en el ojo de la península de Paraguaná, y no solo porque si vemos la península en un mapa notamos que el Monumento Natural Cerro Santa Ana podría ser el ojo de una cabeza que mira y apunta hacia el oeste, sino también porque es el sitio de la península más cercano al cielo y en la noche las estrellas fugaces dilatan las pupilas humanas, los satélites escriben metáforas sobre la pizarra natural y las estrellas que parecen inmóviles nos cuentan el pasado.
Estar en la cima del cerro con ese viento que sube tomando velocidad desde todos los puntos cardinales y reforzado con la brisa del mar, fue para mí el dulce de leche del alfajor de uno de mis “Top 5” en destinos imperdibles de Venezuela para un extranjero. Y digo que fue lo que faltaba porque partí desde la ciudad de Coro con la ilusión de conocer "algo más", y ese algo más fue, sin dudarlo, lo maravilloso.
Luego de este primer romance con la península de Paraguaná he regresado decenas de veces, primero como turista y luego organizando tours, en un amor incondicional imposible de dejar atrás, pero siempre he querido contar cuáles fueron mis primeras impresiones en esta tierra de intensidades, ya que yo venía guiado por lo que había leído: cinco estrellas para el Casco Histórico de Coro y los Médanos, y que si me sobraba tiempo podía hacer “algo más”.
Las cinco estrellas
La ciudad de Coro, con su chapa concedida por la Unesco de Patrimonio de la Humanidad, es uno de los destinos cinco estrellas recomendado a los extranjeros para visitar en Venezuela. Caminar por sus callecitas empedradas, visitar sus museos coloniales, sus templos de adobe y/o bahareque, refrescarse con alguna teta de coco o chocolate, sí daban la talla.
Es cierto que no iba a conocer los más de 600 edificios declarados Patrimonio Histórico, pero sí al menos debía visitar y visité la Casa del Sol, el Balcón Bolívar, la Casa de las Ventanas de Hierro y el Balcón de las Arcaya, y también, tratando de comprender la importancia que tenía otrora la primera ciudad fundada en Venezuela y su primera capital siendo Provincia, busqué adentrarme en la base del poder colonial español y de ahí que las visitas a la Iglesia de San Nicolás de Bari, la Catedral Basílica Menor de Santa Ana de Coro, la Iglesia de San Francisco de Asís y la Iglesia de San Clemente estuvieron entre
mis favoritas.
Como La Vela de Coro entró en la misma bolsa de la Unesco me fui también a visitarla, pero sinceramente presté cero atención a su historia y coroné mi tiempo caminando por la costa, ondeando como las olas entre los botes en construcción o refacción y conversando con esos artesanos sin dientes del mar. Toda una postal de la memoria, un lujo. Otro de los recomendados cinco estrellas eran los Médanos de Coro; esas inmensas dunas de arena formadas por la persistencia de vientos alisios y las corrientes marinas.
Así que conduje hasta el inicio del istmo de Paraguaná y estacioné al costado de las montañas de arena. No era el plan quedarme hasta la caída del sol pero, de tanta emoción, caminé gozando las geoformas de la arena, perdido del tiempo hasta que se volvieron doradas.
Algo más
Aquí es cuando el romance que se ha dado no queda como un recuerdo del viaje, sino que continúa para siempre y ese "algo más" se torna a gritos una recomendación indispensable de visitar en Venezuela. Darle la vuelta a la península es una aventura mágica. La primera parada fueron muchas, ya que cruzar el istmo es verte rodeado en parte de Caribe y en parte de salares multicolores. Ya dentro de la península tomamos rumbo al norte y al paisaje se le sumaron flamencos, burros, cabras y la silueta imponente del cerro Santa Ana que nos acompañaría hasta el final.
Comenzaron las playas y Adícora fascinó con sus espectáculos diarios de kitesurf, boquiabierta de ver volar y caer sobre el mar a los deportistas con sus tablas de surf y parapentes. Una bella ignorancia. Playas lastimadas como Buchuaco, El Supí, Tiraya y Matagorda fueron una tentación
irresistible a entrar a sus aguas tranquilas y transparentes, pero siempre debíamos ver hacia el mar, porque mirar hacia la costa era entristecerse de los residuos urbanos del abandono y el saqueo de un país hermoso pero malherido.
Al salir de Matagorda llegamos a una joya, esas salinas rosadas a veces, moradas otras, combinadas con piletones blancos y celestes. Las Salinas Las Cumaraguas, una hermosura al paso que obliga a parar a contemplar, a robar una foto portada.
Luego en la ruta, un barco hundido, un restaurante rodeado de algunas casas y en la cuasi-soledad lejana la figura de un faro. Así llegamos al Cabo San Román, el punto más septentrional de Venezuela continental. Al ser mi primera vez pude subir al Faro. La isla de Aruba apenas se dejó ver.
Desde aquí hasta Punta Salinas el camino se hizo huella xerófila con pequeños charquitos de arena que cargaron adrenalina y aventura a la ruta.
Faros perdidos, playas vírgenes e inusuales e inmensos cactus formaban el hechizo que me llevó a conocer el Médano Blanco, Punta Macana y el Faro de Punta Macolla, extasiar en el atardecer de Punta Salinas, una magia que te invito a descubrir para sentir como yo,
¡que ese “algo más” tiene fuerza de serlo todo!
Esa misma noche dormiríamos en Santa Ana para comenzar bien temprano el ascenso al cerro...
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