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Los cuentos de mi tierra

La Grita

Un lugar tranquilo con una plaza central donde todos se reúnen y una catedral, hogar del Santo Cristo de La Grita

  • ERIKA PAZ

10/08/2018 01:09 pm

La vida en La Grita comienza muy temprano, cuando sus habitantes se comen el pastelito de la mañana y los pasillos de su pequeño mercado se acomodan para recibir la visita de propios y extraños. En este persisten, a pesar de los pesares, Amador con su chicha de maíz y de viento, una bebida gruesa, ácida, con tintes de fermentación; también está Carlos con sus cortes de carne de res: no solo solomo y costilla, también hígado, riñón, corazón y hasta criadillas. Socorro invita con su picardía a comer pisca andina en su local, asegura que es la mejor que se podrá probar en mucho tiempo y Eduardo espera en la entrada de este galpón dividido en cubículos con su tradicional bomba. Él, ya debe contar más de veinte años preparando esta bebida que para los tachirenses es un ritual y para el turista una excentricidad. La que ofrece, afirma, está cargada de todo el sabor de su tierra y todo el poder de la misma para levantar hasta a un muerto. La mezcla de ingredientes comienza con lechosa, pasa a un poco de vino Sansón y cambia drásticamente a huevos de pata y de codorniz crudos, leche y algún cereal para aportar más energía, borojó (una fruta colombiana) y un toque de vainilla. La corona de este afrodisíaco es el líquido de un ojo de buey, cuando aplica este es que todo se licúa. Al final le agrega leche condensada y miel para disimular la fuerza de los otros sabores. Con una sonrisa extiende el vaso con el jugo, y reta a que los osados se lo tomen completo.

La Grita es un lugar tranquilo, de esos que tienen una plaza central donde todos se reúnen, de los que lucen orgullosos una gran iglesia convertida en Catedral. El orgullo aquí se hace más grande porque ella resguarda una de las figuras religiosas más importantes de Venezuela, que moviliza a cientos de miles de feligreses, y aún más cuando se acerca el día se su celebración. La imagen envuelve una tradición que se remonta a 1610 y que ha crecido con los años. En este templo se preserva y se honra al Santo Cristo de la Grita, ese al que se le atribuyen miles de milagros y por el que muchos emprenden peregrinaje los últimos días del mes de julio para acompañarlo en su tradicional celebración de cada 6 de agosto.

Días antes de la fiesta que lo venera, comienzan los devotos a caminar las vías del páramo tachirense. Van con paso firme, en numerosos grupos y tratando de hacer pocas paradas para mantener el ritmo y cansarse menos. Hasta veintiséis horas puede demorar el trayecto, dependiendo de la condición física de la persona que no solo asciende una empinada carretera sino que debe soportar las bajas temperaturas. Por eso la Gobernación del Estado Táchira instala en cada edición una buena cantidad de puntos de control que vigilan la travesía con personal médico para atender emergencias e hidratación para los marchantes.

Este año además se hicieron arreglos importantes de bacheo, pintura y señalización, para mejorar el camino. También acompañan la ruta aquellos cuya promesa no implica el sacrificio de ascender a pie, sino que ofrecen dar comida y bebida a quienes pasan por las cercanías de sus casas. Así van llegando los peregrinos dos días antes del evento, y entonces por un rato se convierten en turistas y para ellos las posadas y restaurantes se alistan. 

La Grita tiene unas cuantas opciones bonitas y sobretodo ajustadas a la realidad de los precios. Lugares como la cómoda Campo Alegre, con sus jardines extensos y sus habitaciones amplias, como El Trapiche de la Rosa, llena de calidez gracias a las atenciones su dueño Luis Toro. El de él se convierte en uno de los espacios de recepción de visitantes, y para ellos el anfitrión y su esposa visten sus tres habitaciones y preparan el cochino frito, la sopa caliente y la pizza que los ha hecho tan famosos en sus años de servicio. Pero no solo las personas tendrán dónde dormir, sino también podrán entretenerse mientras aguardan el acto central. 

Pueden visitar la casa de José Ramón Valero y conocer a través de más de dos mil piezas exhibidas parte de su historia. Esa que el mismo artista cuenta e inicia con los relatos de su infancia huérfana y sus deseos de tener juguetes que no podía comprar, y que lo llevaron a desarrollar sus habilidades artísticas y poder crear todo lo que se puede apreciar. Pueden continuar el paseo histórico en el Museo Recuerdos de la Humanidad, donde Elías Camacho les mostrará la colección de objetos que su padre empezó a recolectar en la década del sesenta y que se convirtió en parte del patrimonio histórico del pueblo. Uniformes de guerra, armas bélicas, monedas de diferentes tiempos y lugares, fotografías antiguas, forman parte de la colección de una vivienda que se ha convertido en institución para la enseñanza de los mismos habitantes de la zona.

Así entre espacios para el conocimiento, pequeños cafés y las caminatas por el centro se hace la espera para el momento en que la gran misa se celebre en el Santuario. Trescientas mil personas asistieron en el 2017 y se espera que un poco más lo hagan para este 2018. Una procesión que acompaña la imagen de vuelta a su hogar en la Catedral. Algunos se devolverán a sus casas con la sonrisa de la misión cumplida, otros alargarán su estancia para conocer los alrededores de La Grita, para comer trucha rellena, volar en parapente o tomarse un miche andino, de variedad de sabores que acompañan las veladas con toque de calor tachirense.

 @loscuentosdemitierra
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