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Los cuentos de mi tierra

Loving Los Roques

Un embeleso de ojos causa ver sus aguas turquesas; sus playas serenas con blancas arenas invitan a tomar el sol

  • ERIKA PAZ

16/07/2018 02:29 pm

Los destinos suelen ser como los amores que se han tenido en la vida, algunos no se recuerdan, otros sacan una sonrisa al pensar en ellos y están aquellos, que, aceleran el corazón tan solo con saber que se verán. Así me sucede con Los Roques, una taquicardia de felicidad que me produce su cercanía, un embeleso de ojos que me causa la vista de sus turquesas desde el aire, se me olvida el miedo a volar (me dan terror los aviones) cuando desde el avión advierto el inicio del parque nacional. 

Llego al Gran Roque, cayo principal del archipiélago y casi de inmediato me quito los zapatos, para hacerme dueña de una gran sensación de libertad a través de mis pies, muchos lo hacen porque además se imaginan que “aquí no pasa nada, todo es paz”. Y es cierto, aquí se siente ese aire de tranquilidad, sin la preocupación de sufrir robo alguno, es cierto, que aquí no se escucha el ruido de un carro, ni se siente el aire pesado por el humo negro que dejan a su paso las unidades públicas, es un hecho que pescado siempre habrá en la mesa, estas aguas son bondadosas. Pero también es una realidad que no todo es como lo pintan, ni como antes, como lo contaban los viejos descendientes de aquellos margariteños que comenzaron a poblar el lugar en 1910, como lo explican los italianos que por casualidad arribaron con sus veleros a estos parajes en los ochenta, se enamoraron y se quedaron. 

Paso los kioscos de empanadas bordeo la laguna para llegar a Posada Galápagos, mi sitio de alojamiento. Paola Aguilar, su dueña, apacigua la resolana con un papelón con mucho hielo, contenta mi alma con su abrazo de bienvenida. Esta es una de las tantas atenciones que se pueden recibir en esta casa, la más grande del pueblo. Paola y su esposo han sabido hacer de ella un verdadero refugio digno de estrellas. Lo demuestran así con sus habitaciones amplias, de pisos de madera, colmadas de detalles como hamacas y puf, armarios y televisión. 

De inmediato casi me ordena prepararme para mi salida porque según asegura “aquí no se puede desperdiciar ni un minuto de diversión”. Una cava con enrollados de pollo, refrescos, galletas, agua, frutas y un ceviche hace espera mientras salgo. Comienzo con una locación ligera, a tan solo 15 minutos del Gran Roque. Madrisquí es amplia, serena y hermosa, perfecta para echarse sobre la arena blanca a tomar sol. Allí se pasa todo el día simplemente enamorándose de los azules, se regresa al caer la tarde, poco puede percatarse uno de lo que sucede en ausencia. 

Es así, el turista frecuente apenas logra notar que el Territorio Insular no es tan diferente al resto del país, cuando ve en la pista de aterrizaje una construcción que nunca termina, o dirige la vista hacia el Faro Holandés para notar que lo han frisado y ya no queda nada que constate su antigüedad de 144 años, también puede observar que ahora hay muchas moscas en el ambiente, pero esta es tan solo una estación del rosario de problemas que aquejan al que es considerado el destino más deseado del país, letanías que se resumen en falta de plantas de tratamiento de aguas servidas, barcos que se retrasan en su llegada con la mercancía que esperan los posaderos, inequívoca manera de manejar los desechos sólidos y fallas en la única planta de genera luz en el pueblo, sólo por acortar el rezo. 

Pero aquí todos se visten de alegría y esperan el retorno de los viajeros de las playas para vestir mesas, colocar velas y servir festines. Eso por lo menos hace África Guerrero en Piano y Papaya, una posada cercana a la iglesia que gerencia hace más de diez años. Ella dice que cada posadero tiene su marca, eso que hace que el huésped regrese y la de ella es su alegría; probablemente también su pan casero, el que acompaña desayunos y cenas, caliente, suave, con sabor a mantequilla. Lo mismo opina Maribel Flores, a ella la conocen sus invitados por esa sonrisa permanente y las atenciones que desbordan en su vivienda de tres habitaciones a la que llamó Sol y Luna; nunca le ha costado quitarse sus eternas plataformas y ponerse a lavar pisos junto a sus trabajadores para que todo esté impecable. Sin duda alguna yo escogí una opción de lujo, porque en Galápagos las cenas son una celebración, un menú en tres tiempos que sabe a mediterráneo, que se acompaña con un buen vino. Paola organiza después de la comida su propia fiesta en el bar, una que comienza con karaoke y termina en baile. 

Al siguiente día la ruta implica mayor tiempo de navegación. Cincuenta minutos son necesarios para llegar hasta Cayo de Agua, ese lugar que todos quieren conocer y donde es casi obligación una fotografía. Se dice que esta playa fue catalogada la séptima más bonita del mundo, y la verdad es que tiene todo para serlo. Este paseo incluye casi siempre, la visita a la antigua Estación Dos Mosquises, lugar que durante cincuenta años fue el asiento de la Fundación Científica Los Roques, hoy en día, un cuidador es quien abre las puertas al visitante para que vea a las tortugas que se crían en cautiverio y que se supone serán liberadas cuando el mar ya no represente peligro para ellas. Recorro el lugar y sigo porque una de las cosas que no ha cambiado en este parque marino es la buena comida que las rancherías de los pescadores ofrecen. Escojo esta vez la de Paín, por allá en Carenero. Su casita diminuta, su esposa sonriente y su sabroso pescado son las cosas que te hacen quedar. Las arepas en forma de corazón cuentan parte de su historia, la invitación a seguir el camino de conchas descubre una playa de ventiscas, solitaria y precisa para reposar el almuerzo. 

Al día siguiente me despido con nostalgia, con un pedacito de sol en mi piel bronceada. En una última conversación les digo a mis amigos roqueños que cada vez que vengo entiendo que a pesar de sus problemas este sigue siendo el paraíso, y los ángeles son ellos gracias a sus ganas de seguir adelante, entiendo una vez más porque vivo enamorada de esta tierra. Ya desde el avión miro como se degradan los azules, también como despidiéndose, se los lleva uno en la mirada para que se queden grabados hasta el regreso. 

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@loscuentosdemitierra
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