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Los cuentos de mi tierra

San Esteban Pueblo El Camino de los Españoles

El camino escogido por los españoles para transportar café y cacao es cuidado y protegido por todos los pobladores de San Esteban

  • ERIKA PAZ

09/07/2018 03:25 pm

He visitado cuatro veces en mi vida San Esteban Pueblo y nunca había siquiera intentado transitar sus caminos de tierra. Reconozco que soy perezosa, que eso de caminar no va conmigo, y cada vez que me decían “son unas tres horas hasta el Puente Ojival”, utilizaba la excusa de que eso nos haría perder tiempo de grabación, pero esta vez sería diferente, quería aventurarme aunque fuera un poco en ese bosque que conforma este Parque Nacional de unas cuarenta y cuatro mil hectáreas que hace vida en el Estado Carabobo. 

Llegamos al pueblo a las nueve de la mañana, solo hace unos quince minutos habíamos salido de Puerto Cabello, así de corto es el trayecto. Nuestra intención era hacer no solo el recorrido sino visitar a algunos personajes de esta comunidad. Este caserío tiene la particularidad de estar dentro de Puerto Cabello que tiene muy cerca su mar pero conservar el ambiente de un poblado de pie de monte. De viejos caserones San Esteban rememora una época de bonanza ahora desolada. Las casas que adornan la calle principal tienen nombres y apellidos; pertenecieron a los Capriles y a los Römer, pero para sus habitantes la distinción que vale es la del caserón que perteneciera al General Bartolomé Salom, que este héroe de la independencia haya escogido el pueblo para fijar su residencia es motivo de orgullo para la comunidad del presente. En las ruinas de su casa me esperaban Félix Noguera y María Betancourt, el primero la cuidó durante algunos años, la segunda es la actual coordinadora del recinto. Este pareciera ser un honor que se confiere en el pueblo, y quien lo merece se siente orgulloso de resguardar estas ruinas. Sin embargo, nunca nadie estará nunca tan feliz de recorrer los espacios donde alguna vez hubo paredes y techo como Virginia de Mieres, en vida ella se autoproclamó albacea de esta estructura, su amor por el General Salom y su obra era tan grande que decidió mudarse a un cuartico que se construyó en las inmediaciones para que sirviera de bodega; ella decía que sentía la presencia del militar, que sabía cuándo su espacio sería vulnerado, por eso prefirió estar cerca para cuidarlo. Le pidió a Luis Herrera cuando era presidente que le ayudara a rescatar el sitio y él lo hizo, esa escultura de Bartolomé Salom, obra de Alexis Mujica, sentada en una hamaca que se puede apreciar en una de las salas de la vivienda es el único arreglo que pudo hacerse en ese terreno. Virginia murió y no pudo ver realizado su sueño. Planificaciones van y planificaciones vienen; se proyectó un café, una biblioteca y una tienda de artesanía, ninguna ha visto luz en un lugar que debería ser tratado como lo que es, Patrimonio Histórico de Carabobo. 

Por ahora María cumple la función de mantener limpios los pisos y evitar que los muchachos del pueblo se metan a hacer travesuras. Indica que el General Bartolomé fue una importante figura, fiel a sus ideales y amante de la libertad, solo que la gente no lo conoce porque no hay suficiente bibliografía sobre él “así como la hay de Bolívar”. Me dijo que el pueblo gira alrededor de esta casa aunque aún no se quiera dar cuenta, que sin ella los turista no conocerían las leches de burra de Abraham Vides o las hallacas con queso de su hermano Arístides, tampoco comprarían los besitos de coco y los tostones de María Paleta, que se para cada sábado y domingo frente a la vivienda, esperando a los turistas que vienen a ver los restos de un pasado. 

Sin embargo, María Rodríguez dice que su fama se la hizo ella solita, reconoce la ayuda de Francisco Pacheco, quien fuera cantante de aquella agrupación tradicional llamada Un Solo Pueblo. Solo hay que llegar a su casa para comenzar a escuchar la historia de que el artista visitaba siempre la zona y cuando tocaba a su puerta la veía trabajando, batiendo la masa para sus tortas, sus besitos y sus papitas de leche, él le prometió una canción y por eso asegura que María Paleta es un himno a su trabajo. Llegué a su hogar y como era de esperarse estaba batiendo en una olla los ingredientes para uno de sus dulces, pero no solo eso, ya tenía sobre un gran mesón, una torta de ocumo y otra de ñame, dulce de tomate, unas mermeladas, besitos de coco, tostones, galletas, ponquesitos, suspiros, polvorosas, dulce de piña, de leche y una hermosa gelatina decorada con la rosa de la montaña, flor típica de este pueblo. Había cocinado toda la noche junto a su vecina Betzaida Pacheco, se esmeró en mostrar que este lugar tiene mucho por ofrecer, me explicó que San Esteban la recibió con los brazos abiertos cuando llegó desde Petare buscando nueva vida “es lo menos que puedo hacer por un lugar que me ha dado tanto”. Desde su punto de vista podría hacerse mucho más por fomentar la llegada de turistas pero reconoce que la gente aquí es perezosa “quiere ganar de una vez y eso hay que hacerlo poco a poco”. Ella mientras tanto sigue en los suyo “dando paleta”, así se honra a ella misma y enaltece a un pueblo al que no pertenece pero siente como suyo. 

La sorpresa no terminó con el mesón lleno de dulces, sino con la frase “eso es tuyo, llévatelo”, he ahí la respuesta a las preguntas de los insensibles que me juzgan porque no rebajo esos kilitos de más; como se rechaza tanta amabilidad, como se le dice que no a tanta dulzura. Así que con el carro lleno de postres continuamos a buscar algo salado antes de emprender el camino; eso nos condujo al hogar de la familia Vides, porteños que son legendarios en este caserío, como legendarias son sus hallacas que comenzaron a cocinarse en los fogones de este caserón hace más de treinta años. Me explicó Arístides que su madre para hacer más entretenido este plato tan típico de la navidad venezolana decidió hacerlo todo el año y así la gente no lo extrañaría, pero además comenzó a ponerle ingredientes poco usuales a la receta, así le salieron hallacas con fresas, piña en almíbar, duraznos y su clásico, la hallaca con queso. Cuando llegué hacía ochenta que le encargaron para llevar, pero por lo menos una pude saborear para no irme sólo con el aroma. Lo que si pude ver y probar a mis anchas fueron los brebajes que prepara Vides, pócimas que según él han hecho felices a más de uno y que le han dado (según su exagerada cuenta) unos seiscientos nietos putativos. “todos vienen buscando cura a sus enfermedades o pretendiendo concebir una nueva vida y según el curandero las ramas de los bosques de San Esteban tienen la propiedad de remediarlo casi todo. La verdad es que las pócimas saben horribles, pero los clientes hacen caso omiso al mal sabor, pues por menos cuatro parejas llegaron buscando consuelo en el momento que conversaba con Arístides. 

Para comenzar la travesía tenía que ir a la comunidad de campanero donde está el puesto de guardaparques, ahí ya Jesús Jiménez me estaba esperando. Él trabaja hace más de nueve años con el Instituto Nacional de Parques, es oriundo de Patanemo pero ha vivido siempre en San Esteban; ha perdido la cuenta de cuantas veces ha recorrido El Camino de los Españoles, lo quiere y resguarda. Me indica en un mapa la vía, dice que son dos horas, no le creo. En este trabajo he aprendido que la ansiedad de las personas por mostrarnos sus espacios hace que reduzcan el tiempo de tránsito a su llegada, probablemente piensan que me arrepentiré. Le digo que llegaremos hasta donde nos alcance la luz y comenzamos la caminata, la misma que hacen unos cien mil turistas al año, esa que nos deja ver en primera instancia la antigua toma de agua de la empresa Hidrocentro. Jesús me explica que el río que baja por este sendero surte a gran parte del pueblo y un poco más allá. Nos detenemos, vemos que hay basura, no mucha, pero cualquier desperdicio produce rabia, Jesús dice que siempre le dice lo mismo al turista “la basura pesa menos de regreso que cuando se trae”. Seguimos la ruta y los árboles se van juntando, el camino de tierra se cierra y las aves se sienten más libres de entonar sus cantos. Pasamos pequeños precipicios, nos rodean bellas mariposas azules, vemos pequeños riachuelos, pasamos por encima de algunos troncos caídos y comienza a llover, una de esas lluvias que limpia el alma. Transcurren las dos horas que nos había asegurado Jaime que duraba el recorrido y aún no vemos el puente, veinte minutos más tarde se abre ante nuestros ojos un pozo cristalino y algo profundo, rodeado de vegetación, profunda, alta. Es imposible no querer lanzarse a sus aguas, entregarse a la naturaleza. Nos quedamos durante un rato contemplando el lugar, viendo como un colibrí se bañaba en las aguas del río. Jaime explica que estamos a mitad de camino del puente que alguna vez cruzaron los españoles para transportar café y cacao entre Valencia y Puerto Cabello. Decidimos devolvernos porque ya es tarde, pero prometemos volver para completar la ruta, para conectarnos nuevamente con la soledad del espacio y hasta con el pasado. 

@loscuentosdemitierra
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