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Los cuentos de mi tierra

Sabor a Chuao

Una población en Aragua donde su gente cree en el mar, el tambor es su religión y el turismo es un aprendizaje diario

  • Diario El Universal

11/06/2018 05:00 am

ERIKA PAZ

Para llegar a Chuao hay que hacerlo por mar, si se hiciera por tierra habría que recorrer antiguos caminos, subir y bajar la montaña y atravesar parte del Parque Nacional Henry Pittier. La manera como casi todos lo conocen por la vía de Puerto Colombia tomando las embarcaciones que llevan a los turistas y pobladores de las costas de Aragua de un lado a otro. Al subirse a la lancha, en veinticinco minutos ya se puede divisar el litoral que le pertenece a los chuaeños. 

Sin embargo, el camino no termina allí porque la playa es sólo la antesala de lo que se encuentra unos seis kilómetros hacia adentro. Un alicorería da la bienvenida cuando el peñero toca tierra firme, la bulla de unas grandes cornetas que hacen sonar los ritmos de moda invita a bailar o por lo menos indica que aquí es la fiesta. Pequeños restaurantes, toldos, sillas y gente disfrutando del mar es lo que se aprecia al voltear dirigir la mira a la playa. Esperan en ese lugar donde se mezclan habitantes y visitantes los camiones y un autobús, porque el verdadero atractivo se encuentra después del camino inundado de plantas insignia de este suelo, es al final de esta ruta justo donde comienza la historia.

Cuenta Octavio Chávez, que la plaza del pueblo es la vida y la sangre de Chuao, dice que hace más de 440 años, comenzó la historia de un grupo de negros que fueron traídos de África, que se mezclaron con blancos e indios, que aprendieron a cultivar el cacao. Esto se lo contaban sus abuelos, herederos de la raza, se lo cuenta él ahora a sus hijos. 

El cacao es el producto más importante de su suelo, a veces más que la pesca. Dice Octavio que quienes viven aquí comprendieron la importancia de su siembra y se organizaron en una Empresa Campesina conformada por sesenta socios que cosechan las maracas de cacao que se dan en todo el poblado, que alguna vez fue una hacienda. La escena habitual muestra a las mujeres [la compañía en su mayoría está conformada por ellas] trayendo del campo pesadas cestas en su cabeza con el grano recién cortado. Se ven jóvenes, adultas y hasta niñas colocando hojas de plátano sobre los tanques de fermentación, se aprecian extendiendo el grano en la plaza con una especie de haragán que lo mueve, y nuevamente llevándolo sobre este seco y listo para ser empacado y vendido a los chocolateros del mundo. Pero este espacio no solo sirve para extender el cacao, allí se mueve la vida de Chuao, sus eventos principales tienen como escenario este lugar frente a la iglesia: las navidades, la danza de Los Diablos, San Juan y hasta su cumpleaños. 

Haidé Aché, miembro de la Empresa Campesina, cuenta que esta ha sido su vida, que respira y vive a través de lo que alguna vez se conoció como el oro negro. Comenta que todos en su familia y en muchas otras se han dedicado a aprender del cultivo, y por eso obtuvieron no sólo la denominación de origen, sino la calificación del mejor, “por eso vienen los ingleses, los alemanes, los holandeses, todos a que les vendamos”. Sueña con el próximo paso, realizar el producto final, bien procesado, bien empacado y con el sello “hecho en Venezuela”. Mientras tanto una decena de pequeñas empresas hace vida en los hogares de Chuao, preparan bombones, barras con cereal y frutos secos, cremas y helados, todos a base de ese cacao con denominación de origen convertido en chocolate. 

Esas son parte de las actividades que puede hacer el turista cuando viene de visita. Comprar mucho chocolate, bañarse en la playa y caminar por las calles de Chuao, limpias y ordenadas, llenas de casitas de reciente construcción (obra del gobierno nacional dicen por aquí), pintadas en colores fuertes. Algunas fueron convertidas en posadas, previendo el turismo que esperan se haga un poco más frecuente.  

Dice Manuel Luzón, dueño de la opción de alojamiento más bonita de esta comunidad, que es mucho lo que se puede hacer en un recorrido, que lo primero para conocer es la siembra y probar los derivados del cacao, luego bañarse en la playa y comer pescado frito, después ir hasta el Chorrerón, una cascada de setenta metros de altura a la que se llega a través del bosque siguiendo el curso del Río del Medio. Manuel pasó aquí todas las vacaciones de su vida, hasta que un día decidió no irse más, levantó su posada para prestar mejor servicio y quiere como todos en Chuao que lo entierren en su cementerio. Si se habla con cualquier oriundo de este lugar dirá que su último deseo es morir en esta tierra que enamora y es mágica, a la que le brota el encanto porque se ve a flor de piel en su gente. 

 Los Cuentos de mi Tierra se transmiten cada domingo a las 11:00 am por Globovisión.  

@loscuentosdemitierra
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