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Sonia Chocrón: "La poesía es como un vicio al que siempre regreso"

El poemario "Hermana pequeña" en el que esta exitosa guionista y narradora retoma sus raíces judías, acaba de ser publicado por el sello Eclepsidra

  • MARITZA JIMÉNEZ

21/09/2020 01:00 am

Sonia Chocrón es la hermana pequeña de una familia sefardí caraqueña. La consentida de su padre. La traviesa. En su adolescencia empezó a fumar, un vicio que dejó hace cuatro años, atendiendo los ruegos de su hija.

Sin embargo, Hermana pequeña, el título del poemario que acaba de publicar con el sello Eclepsidra, se refiere al canto que marca el inicio de las solemnidades del Año Nuevo, “Rosh Hashana”, que acaba de celebrar la comunidad judía.

Un libro en el que Chocrón (Caracas, 1961), exitosa novelista y guionista, regresa a ese otro vicio, la poesía, y a sus raíces judías, abordadas ya en Toledana, su primer poemario, inspirado en la capital de tres culturas peninsulares. Desde entonces, su camino literario ha estado lleno de reconocimientos.

Judía, española y criolla, cursó estudios de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello, y en 1988, luego de haber pasado por los recordados talleres de poesía del Celarg, participa por concurso en el taller El Argumento de Ficción, de Gabriel García Márquez, en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba. De allí, viaja a México invitada por el Nobel colombiano para fundar el Escritorio Cinematográfico Gabriel García Márquez.

Paralelamente, desarrolla una exitosa carrera literaria que comprende cinco títulos de poesía, tres novelas y tres volúmenes de cuentos, guiones para largometrajes y televisión y dos obras de teatro, que le han deparado, entre otros, los premios del Concurso de Cuentos del diario El Nacional con La señora Hyde (2000); primera finalista del premio Fundarte de Poesía con Toledana (1991); mención de honor a su poemario La buena hora, en la bienal literaria José Rafael Pocaterra (1996), y premio de la crítica a la Mejor Novela, por Las mujeres de Houdini (2014).

Hoy, en medio de la pandemia, en una Venezuela de la que no ha querido emigrar, sobrevive “como siempre”, escribiendo guiones para documentales e historias de ficción para producciones nacionales e internacionales, mientras su literatura continúa en un continuo hacer.

Hermana pequeña, confiesa, “lo comencé a escribir hace unos años. Dudaba de él porque es un libro singular. En realidad es un solo poema, que recorre la ciudad, y que además incluye los sueños o las pesadillas de mis noches durante esos años”.

“Es un poema –continúa- que se mueve entre mi casa, el cementerio judío, y algunas calles de Caracas, Sabana Grande. Es un poema con estructura de bitácora, que va, viene, regresa. Y tiene cierta tristeza enquistada que había que dejar salir”.


“Me siento más cómoda en la narrativa” (MANUEL SARDÁ)


-¿Un libro liberador, terapéutico?
-Digamos más bien que era un libro necesario.

-¿Cuál es su historia?
-La historia detrás de este libro es la historia de casi todos nosotros desde hace 21 años para acá. En este tiempo, todos hemos perdido algo. O mucho. Familiares, edificios, inocencia, amigos, proyectos. Y así cada quien su oquedad. Y eso es Hermana pequeña. El título viene de un rezo litúrgico sefardí, especial para año nuevo hebreo, que se llama como el libro: “Hermana pequeña”, "Ajot ketaná" en hebreo.

-¿Y qué dice? 
-Esa plegaria ruega, para comenzar un año nuevo, que se acabe el sufrimiento, el dolor. Y que finalmente el año traiga las bendiciones que nos tocan. Y ese ruego es el final del libro, del largo poema que recorre pérdidas, memorias, difuntos, infancia, familia, hermanas, padres, ciudad, país.

-¿Qué relación guarda con sus libros anteriores?
-¡Ninguna! Como dije, este es un libro distinto, pero si tuviera que mencionar algún rasgo común, diría que vuelve a mis raíces judías, como Toledana, pero ya no en una ficción, sino como mi identidad real, a veces querida, a veces cruel, a veces admirada.

-¿Cuál es esa identidad? 
-Mi ser judío. Mi casa judía. Mis fiestas de guardar. Las costumbres de mi padre. Mi judaísmo en la Venezuela que fue una vez.

-¿Su madre no era judìa?
-Lo era, pero laica casi por completo. Sus antepasados llegaron a Venezuela en 1870 y dejaron objetos de rezo que hoy son piezas del Museo Sefardí. Así que por el lado de mi madre soy caraqueñísima, más que otra cosa, con un judaísmo muy tangencial. El de mi padre era más conservador. Judío observante. Respetaba todo lo que consideraba importante de la religión sin ser ortodoxo. Y yo era su debilidad.

-¿Cuándo y cómo empieza a escribir?
-Desde el colegio escribía cuentos y poemas, pero jamás pensé que era bueno, ni que sería un destino, ni un vicio. Pero en el bachillerato, en cuarto de Humanidades, tuve como profesora a la escritora Carmen Mannarino de Mazzei, y ella me dijo: “Tú tienes que ir a algún taller del centro de Estudios Rómulo Gallegos”. Y cuando entré en la universidad, concursé para esos y me seleccionaron.

-¿De qué año estamos hablando?
-No recuerdo bien. ¿79? ¿80? Fue un año maravilloso, que me lleva a recordar mi adolescencia, la vida plena.

-Usted tiene una larga trayectoria que se abre camino en diversos géneros, ¿qué representa la poesía en medio de tanta escritura? 
-La poesía, como decía Montale, es una tara, un vicio de nacimiento. Así que no es lo que representa, sino lo ineludible. Mi naturaleza tampoco es poética. Soy mucho más terrenal. Mi espíritu es más narrador.

-¿Se siente más cómoda con la narrativa? ¿Cómo la atrapa la poesía?
-Digamos que me adapto, que soy varias a la vez, porque para escribir guiones también me acoplo a otra escritura. Y sí, siempre me sentí más cómoda con la narrativa, siempre he tratado de quedarme allí, pero la poesía es como un vicio al que siempre regreso. Como el cigarrillo. Dejé de fumar hace cuatro años y medio, y eso también me ha hecho todo más difícil en medio de esta pandemia, porque para mí era parte de mi ritual. Y aún lo extraño. Parece mentira que pequeños gestos le hagan a uno la vida más llevadera. Pero así es.

-Escribió guiones para telenovelas aquí en los años 80. 
-Sí, para autores como Ligia Lezama, en RCTV. Una época cuando todo era más fácil. Tenía padres, tenía un perro poodle, tenía juventud y a mis hermanas mayores, que son pilares para mí. Mi lugar como hermana menor fue maravilloso, ya casi no había quien me pusiera freno. Mis padres ya estaban cansados.

-Luego estuvo trabajando en Colombia y México con García Márquez. Además, tiene doble nacionalidad. ¿Por qué no se ha ido de Venezuela? 
-Porque no he querido. Siempre que me ha tocado trabajar fuera, he hecho todo para volver.

-¿Nunca ejerció el periodismo?
-Debería decir que no, al menos no el reporterismo. Pero mi primer trabajo fue hacer el noticiero matutino de Éxitos 1090.

-¿Cómo ve la profesión en esta era digital? 
-En lo personal, me gustan mucho las redes porque ahora se escuchan más voces, se leen más opiniones diversas. Es mucho más difícil el monopolio de lo noticioso. Además, me encanta Twitter, me gusta su inmediatez, la interacción constante, breve, como latigazos. La era digital es un inmenso abanico. De cuidado, sí. Pero espectro abierto al fin. Y hay todo un estilo de literatura digital. Hay cuentas que narran solo mitología, otras son de historia y otras reproducen citas literarias. Hay para todos los gustos.

-¿Cree que el futuro del periodismo y la literatura esté allí?
-No lo sé. Creo que el futuro más divertido, pero también peligroso, del periodismo está allí. Pero de la literatura no lo sé. Creo que no. Lo digital es pasajero, pero la literatura aspira a permanecer.

-¿Y qué piensa de la literatura que se está escribiendo actualmente en el país?
-Me cuesta mucho responder porque no es un tema que domine. Pero me gustan muchos narradores, como Rodrigo Blanco Calderón o Fedosy Santaella. Pero, en efecto, hay algo interesante, creo, con la producción actual. Hay mucha gente escribiendo contra y a pesar de las crisis, porque no es una sola, son muchas, y se sigue publicando. Por ejemplo, Eclepsidra sale de pronto con cinco nuevos títulos en medio del caos.

Aunque la pandemia la asusta, dice, quizás menos ahora que antes, su escritura se prolonga en otro libro de poesía, y “una novelita, sería la cuarta, que se me resiste, pero al final de la venceré”.
 
Mientras tanto, Hermana pequeña sale al ruedo, con prefacio y contraportada de los escritores Zoé Valdes (Cuba), y Saúl Sosnowski (Argentina).

Un libro lleno de vida, de testimonio y reconocimiento, que transcurre entre la vida urbana y los sueños. Y el mensaje de “Ajot Ketaná”, tan vigente para Venezuela, y para este 2020 que tanto nos ha castigado: “Tije shanávekiletoteha: Que finalice el año con todas sus maldiciones”.

@weykapu

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