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Armando Rojas Guardia está a resguardo de la intemperie

El poeta venezolano, uno de los más destacados del panorama literario latinoamericano, murió ayer a los 70 años

  • DULCE MARÍA RAMOS

10/07/2020 10:17 am

Hace días en su perfil de Facebook, el poeta venezolano Armando Rojas Guardia (Caracas 8 de septiembre de 1949 - 9 de julio de 2020) escribía sobre su delicado estado de salud. Inmediatamente varios poetas y amigos iniciaron una campaña para recaudar fondos para costear los gastos médicos. En este tiempo aciago, había hablado con él para hacerle una entrevista. Estaba animado a responder las preguntas que le mandé por correo electrónico. Pese a su voluntad, la enfermedad no se lo permitió. Hoy esas preguntas se quedaron sin respuestas. Queda, solamente, el silencio.

El martes 7 de julio el poeta ingresó de emergencia a la Policlínica Metropolitana. Durante su agonía, poetas, lectores y talleristas compartieron sus versos en las redes sociales. Metafóricamente, Twitter, Facebook e Instagram las redes sociales se transformaron en una especie de rosario poético. Ya en horas de la noche de este jueves 9 de julio se confirmó la noticia de su muerte.

Armando Rojas Guardia realizó estudios en Filosofía en Caracas, Bogotá y Friburgo. Además, formó parte del Taller de Calicanto y del Grupo Tráfico. Recibió el Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela, en los años 1986 y 1996, y el Premio de Ensayo de la Bienal “Mariano Picón Salas”, en 1997.

Discípulo de Ernesto Cardenal, su obra se caracterizó por un profundo carácter místico y filosófico. Entre sus títulos publicados destacan: Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), El Dios de la intemperie (1985), Hacia la noche viva (1989), Antología poética (1993), La nada vigilante (1994), El esplendor y la espera (2000), Patria y otros poemas (2008) y Mapa del desalojo (2014). 
 
En ell año 2016, asumió el sillón W como miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. En su discurso realizó un análisis sobre el sentimiento de fracaso de Venezuela como nación: “Hay un sentimiento soterrado, y a veces muy explícito, en nosotros los venezolanos. Más que una conceptualización es eso, una suerte de sensación, un sentimiento: la sensación y el sentimiento del fracaso. Algo profundo en nuestro sentir colectivo se relaciona orgánicamente con lo fallido, lo truncado, lo abortado, lo desgarrado, lo desviado, lo extraviado (como una flecha que no logra dar en el blanco)… Esa sensación o sentimiento de fracaso tiene, a mi juicio, dos causas objetivas: primero, la capitis diminutio, la disminución de nuestra autoestima nacional al compararnos siempre con la gesta heroica que está en la base, en el comienzo de la vida republicana de Venezuela… La segunda causa objetiva de nuestro sentimiento de fracaso ha sido la enorme dificultad del acceso de Venezuela a la modernidad. Es como si no alcanzáramos a ponernos al día con la tarea de ser un país institucionalmente moderno”.
 
Sus últimos libros fueron El deseo y el infinito. Diario (2015-2017) publicado Seix Barral y la antología poética El esplendor y la espera (2018) publicada en Ecuador por la Alcaldía de Cuenca. Sobre su libro de diarios, en su momento comentó en una entrevista que ofreció a El Universal en el año 2017. “El diario implica cierta desnudez autobiográfica, siempre ha sido así. En este diario revelo en sus páginas aspectos de mi intimidad: es la bitácora de un viaje interior. Este diario es la celebración de la reconciliación conmigo mismo, dejo atrás el yugo de la culpa, la pesadez del remordimiento, la célula de la vergüenza. Durante muchísimos años fui un hombre obsesionado por mí culpa. Yo tuve una conciencia muy precoz de mi homosexualidad, a los trece años ya sabía que era homosexual. Yo era un muchacho educado en un colegio católico, y por lo tanto la homosexualidad le producía repudio, rechazo y represión. Con el tiempo, he ido conquistando, cada vez con mayor alegría, un espacio de reconciliación con mi orientación erótica. A la altura de mis sesenta y siete años, he conquistado un estado de plenitud existencial. Este diario es una epifanía de esta reconciliación”.

La gran enseñanza que deja Rojas Guardia es que a pesar de las adversidades se debe cultivar el vivir poéticamente: “Esa es la apuesta moral y estética que uno debe tener. Vivir poéticamente es vivir en resistencia, oponerse al horror y la barbarie, temple psíquico y capacidad de repuesta espiritual”, afirmaba.

De alguna manera, Armando Rojas Guardia siempre fue consiente que en él vivía un poeta, más allá de ser hijo de Pablo Rojas Guardia. "Mi tía Albertina contaba que a los cuatro años me preguntó una vez en el jardín si cuando fuera grande quería ser poeta como mi padre. Yo le contesté: 'No voy a ser poeta. Ya lo soy'. Es inexplicable", recordó en su última entrevista en El Universal, en enero de este año.

-¿Cómo es la ventana por donde mira Armando Rojas Guardia?
-Es la ventana de la atención. El artista, el escritor, el poeta es un ser humano visceralmente atento.

Hablan sus compañeros de Tráfico 
“Venimos de la noche y hacia la calle vamos”, así empezaba el manifiesto del grupo Tráfico conformado por Yolanda Pantin, Igor Barreto, Alberto y Miguel Márquez, Rafael Castillo Zapata y Armando Rojas Guardia. 

De esas reuniones en los años ochenta, los jueves en El León, comenzó la bella conjura poética de Tráfico y la amistad de aquellos jóvenes poetas que apostaban por una ruptura del canon y unos versos más cercanos a lo urbano.

Yolanda Pantin, Igor Barreto, Rafael Castillo Zapata recuerdan así al poeta y al amigo:

Yolanda Pantin
“Armando para mí fue un maestro, un maestro espiritual, su ser me conmovía profundamente por su sabiduría y su bondad. Hablábamos mucho, y yo lo escuchaba con admiración y agradecimiento. Puede decirse que nuestra amistad era y es entrañable porque para mí está viva en lo profundo. Fue un ser iluminado, un hombre sabio y esa espiritualidad atraviesa su poesía y la hace única. Ese es el lugar que ocupa en la poesía venezolana, nada más y nada menos”.  

Igor Barreto
“Armando siempre fue un ser de un verbo enfebrecido y su vínculo con Ernesto Cardenal lo convertía para todos en el aval de un poeta que sabía dónde estaba el presente y su cotidianidad. Armando fue un héroe en muchos sentidos. Lograba resistir lo irresistible físicamente, pero fue un intelectual en el sentido crítico que todo ser muy inteligente quisiera encarnar. En él se cumplía aquello de que el cuerpo del poeta es el cuerpo de la nación. Hoy es un ejemplo merecido para muchos jóvenes que leen con verdadera devoción El Dios de la intemperie, El principio de incertidumbre y otros libros como Quebrada de la virgen. Fue un poeta de una religiosidad mundana, único en su manera de pensar y escribir. Fue y será mi entrañable amigo con sus enormes cercanías y sus justificadas distancias. Ese fue el gran Armando, nuestro gran poeta”.

Rafael Castillo Zapata
“La poesía de Armando es muy peculiar, sobre todo en su dicción, más que en su ficción. Sus poemas concilian una lucidez argumentativa casi filosófica, por lo lógica y asertiva que puede ser, y una emotividad abierta, desinhibida, de fraseo largo y tono a veces conversacional, con mucha fuerza musical. La crítica suele destacar, más bien, la ficción, es decir, sus temas recurrentes: lo religioso, el erotismo, la celebración de los alimentos terrenales, la locura. Su poesía aporta mucho en este abanico de temas. Pero presiento que la novedad de su poesía radica en su singularísimo modo de decir. Armando rigió su vida confiado en la trascendencia del Tú, que es interpelación y disposición de respuesta, su vida fue una vida entregada al diálogo con Dios y con los hombres. Una vida de fe y de responsabilidad. Una vida de fraternidad. Es, por eso, que fue el mejor de los amigos, un ciudadano ejemplar: un poeta”.

Poema Patria
Alguna vez amamos, o dijimos amar,
la terquedad sombría de tu fuerza.
La voz del padre enronquecía
al evocar calabozos, muchedumbres,
hombres desnudos vadeando el pantano,
llanto de mujer, un hijo
y más arriba (dónde arriba?)
el trapo contumaz de una bandera.
Supimos, lenta y vagamente,
que lo imposible te buscaba
extraviándote los pies
-aquellos pies de Hilda obsesionaron
a mis ojos de niño: su corteza
terrosa, vegetal, desconcertada
sobre la pulitura del granito.
Tal vez una tarde, entre los campos,
la música te deletreó de pronto
al lado de algún bosque, una colina,
un lago triste que se te parece:
la misma terquedad al revelarte
ávida no precisamente de nosotros
(los efímeros, los quizá, los transeúntes)
sino de tu pátina absurda de grandeza
-esos sueños opulentos de la historia
que son más bien su horror, su pesadilla.
Ahora que te conoces vil, prostibularia,
porque tanta voluntad ecuestre
se apeó bajo el sol a regatear
y el héroe mercadeó con su bronce
y el oro solemne del sarcófago
adornó dentaduras, fijó réditos,
y no hay toga ni charretera ni sotana
que te oculten cuadrúpeda, obsequiosa
por treinta monedas ancestrales,
yo me atrevo a cubrir tu desnudez.
No es verdad que te vendiste. Tú anhelabas
dilapidarte brusca, totalmente:
un lujoso imposible.
Lo sabías,
siempre lo has sabido y como siempre
aras en el mar. Te concibieron
con voluntad precisa de fracaso.
Cómo afirmar, pasito, que hoy te quedas
en la dificultad de sonreírte
levantando los hombros, desganado,
y diciéndote con sorna, con ternura,
mañana sí tal vez. Quizá mañana...

@DulceMRamosR
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