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Marcela Rivera Hutinel: "La pandemia hace zozobrar la gramática de la existencia"

Según la filósofa chilena, "las condiciones impuestas por la cuarentena nos vuelven a señalar que para las mujeres el propio hogar resulta más peligroso que la vía pública"

  • DULCE MARÍA RAMOS

22/06/2020 01:00 am

La cuarta ola del feminismo enfrenta nuevos desafíos. Es evidente que la pandemia ha invisibilizado la violencia de género y, además, lo que significa el trabajo doméstico, cuya responsabilidad aún recae en las mujeres. Según datos manejados por la Organización de Naciones Unidas (ONU), es probable que el Covid-19 cause una reducción de un tercio en el progreso hacia el fin de la violencia de género para el año 2030 y que por cada tres meses que continúe el confinamiento, habrá 15 millones adicionales de casos.

En la serie de entrevistas Voces en el Caos, El Universal entrevistó a Marcela Rivera Hutinel, Doctora en Filosofía y académica de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), en el Departamento de Filosofía. Editora, junto a Pablo Oyarzun, del libro Escepticismo, literatura y visualidad (2016), próximamente saldrá publicado su ensayo Lo que la mano da, con Mundana Ediciones, y Figuras anómalas de la lectura en el pensamiento contemporáneo, con Ediciones Macul.

-La pandemia y por ende la cuarentena ha invisibilizado muchos problemas, entre ellos los feminicidios y la violencia doméstica. ¿Por qué este silencio en los medios y en la opinión pública? ¿Por qué el feminismo de alguna manera ha sido silenciado?
-Es cierto que la pandemia, en cuyo nombre resuena una turbación ilimitada, un peligro de carácter planetario al que nadie puede sustraerse, parece capturar toda la escena. La retórica de la peste –virus, cuarentena, test, conteo de muertos, entierros sin derecho a rito– hace zozobrar la gramática de la existencia, sofoca la respiración necesaria para modular otras palabras, otras formas de puntuación de la vida. Lo digo también por la imposición de la retórica bélica que se ha enarbolado en torno al virus: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable”, dice el presidente de Chile, pero no es el único gobernante que ha declamado de esta forma, con un gesto que lo deja cimbrando entre la prepotencia y la impotencia, pues expresa la amenaza de su potestad. La palabra «guerra» es, sin duda, una palabra estentórea, que solicita un ademán grandilocuente, que perfora el tímpano de quienes, sin buscarlo, la padecen. No se declara la guerra susurrando. “Las grandes palabras son altares en los cuales sacrificar las pequeñas vidas”, dice con extraordinaria fórmula María Pía López en su ensayo Experiencia y narración, que se detiene precisamente en los alcances de esta metáfora bélica que se ha adosado al virus.

"Esto me permite volver a tu pregunta –prosigue–. Situándonos en la lógica de la guerra, esta voz de mando soberana, patriarcal, que llama a la obediencia, al orden y la unidad frente a la peligrosidad del enemigo, parece diluir en el amalgama de la virulencia la pregunta por la disposición heterogénea de las fuerzas sociales. Y no otra es la pregunta que pone en juego el feminismo, una por las violencias con las que se administra y acalla el reparto desigualitario de las voces que conforman la vida en común".

-Entonces, en medio de esta estupefacción que nos abruma, encandilados por la metáfora de la guerra, apabullados por el virus que asedia a todo lo que en nosotros está abierto al mundo (manos, boca, nariz, oídos), podríamos pensar que el feminismo ha sido silenciado. Pero entonces viene a nosotros la contundencia de los hechos que discuten dicha afirmación: ¿puede realmente silenciarse el feminismo? Una marca del movimiento es su tenacidad, su persistencia. Como dice Alia Trabucco, “el feminismo, fiel a la alegoría marítima de olas y oleadas, ha vivido ya muchísimas resacas”. Que la genealogía del movimiento feminista esté enlazada a la imagen de la ola (primera, segunda, tercera o incluso cuarta), nos avisa que se trata de una fuerza que retorna, que disputa cada vez el terreno de la roca o la planicie del orden patriarcal, depositando en la arena política cierta insurrección del deseo y la imaginación, pero también la memoria de otras luchas, dadas por otras. Entonces diría que más que invisibilizar o acallar las apuestas del feminismo, la pandemia las redobla o las amplifica. Lo que ya se hacía oír, afirmado por millones de mujeres en el mundo en el 8M de este año, ha intensificado su urgencia: las condiciones impuestas por la cuarentena nos vuelven a señalar que “para las mujeres el propio hogar resulta más peligroso que la vía pública, y que es más probable morir en manos de una pareja, ex pareja o familiar, que en las de un desconocido”, como advierte Julia Massacese. Me parece que, más que un silenciamiento, la pandemia ha tenido un efecto revelador de un malestar cuyo murmullo ya se había hecho presente. El impacto de la pandemia es revelador, en el sentido fotográfico del término. Un revelador lo suficientemente potente de las exclusiones, las desigualdades, las devaluaciones y los hostigamientos que asedian a quienes, porque hablan desde una diferencia que al orden patriarcal le resulta amenazante, viven en riesgo permanente de vulneración.

"La pandemia ha levantando un vez más la pregunta por el modo de vida que hemos sostenido a costa nuestra", asegura Marcela Rivera Hutinel (FOTOS CORTESÍA FACEBOOK)

-También la pandemia ha puesto en evidencia que las labores domésticas recaen en la mujer, de hecho el estrés en las mujeres durante la cuarentena ha aumentado entre las labores de casa, el trabajo online, sin olvidar las que tienen hijos. ¿Por qué aún el cuidado sigue en manos de las mujeres? ¿Por qué se cree que el trabajo de hogar no es un trabajo?
-El llamado a la huelga feminista advertía ya hasta qué punto el peso del mundo estaba sostenido por la urdimbre de esas fuerzas vitales y productivas sistemáticamente no consideradas. En un ensayo de título provocador: ¿Somos estúpidas las mujeres?, Julia Masaccese retoma la evidencia, citando el informe del INDEC de Argentina sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo: ante la pregunta por su participación en el trabajo doméstico no remunerado, los hombres declaran una tasa de participación de 57,9%, frente a un 88,9% de las mujeres. Y éstas últimas doblan en horas diarias la dedicación a dicho trabajo. Una de las disputas del feminismo es volver inteligible (tanto en términos ético-políticos como jurídicos) que este reparto desigualitario cimenta la arquitectura misma de un modo de producción que devalúa y vampiriza nuestras fuerzas vitales, incluso pregonando su carácter humanista y liberal. No basta con aceptar, en nombre de la igualdad, que las mujeres voten, se eduquen, trabajen, incluso que algunas de ellas se sienten en la mesa del poder. Por eso, afirma Alejandra Castillo: “El feminismo no es un humanismo”. Al contrario, al menos esa es la apuesta más radical, se trataría de “ejercicios de re-invención de lo humano” que ponen en entredicho las jerarquías y oposiciones que han definido los marcos de la contienda, los modos mismos de pensar la vida en común. No se trastoca ese marco poniendo en valor eso que se llama trabajo no remunerado, sino exponiendo la subordinación y la expoliación sobre las que se sostiene dicha distinción. El hecho es que, en “el banquete del canon de lo humano”, hay cuerpos y vidas que valen menos, incluso nada, “hay humanos que parecen más humanos que otros”, como señala Romina Lerussi explorando las apuestas de una teoría feminista del derecho del trabajo. En este sentido, el feminismo no se detiene en la mera reivindicación, el movimiento está forzado a imaginar otras formas de habitar el mundo, la apertura de otros posibles.

Continúa la filósofa: "El Atlas, ese personaje mitológico, masculino y portentoso que lleva todo el sufrimiento del mundo sobre sus espaldas, revela en el contraluz de la pandemia su verdadero rostro, más bien los miles de rostros que componen su capacidad de resistencia: mujeres y minorías sexuales, raciales y étnicas, niñas y niños, migrantes. El gesto de tomar el mundo y lanzarlo para ver que pasa en esa tirada, es la imagen de la sublevación, de la revuelta. Toda crisis, dice Diego Sztulwark en un libro reciente, comporta una potencia epistémica y política. Y la pandemia ha levantando un vez más la pregunta por el modo de vida que hemos sostenido a costa nuestra, la inquietud por la violencia que hemos sido capaces de soportar".

-Si bien los filósofos hoy están opinando en los medios ante la ausencia de expertos (politólogos, sociólogos e instituciones como Iiglesia o las universidades), ¿no será más una reacción de la opinión pública ante la ausencia de intelectuales? ¿Hasta qué punto es peligrosa la banalización de la filosofía por parte de los medios? 
-En primer lugar, resaltaría algo que parece evidente, pero que no deberíamos perder de vista: todo ejercicio reflexivo roza su abismo cuando la muerte ronda. Intentar pensar cuando se lidia con la amenaza de la muerte parece una tarea de locos o de titanes. Pero, de alguna forma, es eso lo que ha hecho el feminismo hasta ahora: pensar e imaginar allí donde se porta lo insoportable, recuperando la imagen de ese mundo que el Atlas lleva a cuestas. “¿Cómo llevar el mundo a cuestas?”, es la pregunta que esboza Didi-Huberman interrogando la posibilidad de un saber que despunta en medio del desastre. De ahí que me parezca inclaudicable el ejercicio de articularse cuando el mundo se hace trizas. Por eso nos entregamos a la conversación infinita, por eso seguimos leyendo y escribiendo.

-“Escribir el duelo es fabricar una forma para el duelo”, dice Didi-Huberman, recordándonos que la vida se afirma también en esas otras formas de trabajo –la escritura, la lectura, el pensamiento– que permiten seguir respirando cuando las fuerzas vitales se extenúan. Es preciso pensar a contrapelo de las fuerzas de anonadamiento, y la responsabilidad de la tarea no permite ni conclusiones rápidas ni clasificaciones estancas. De ahí, tal vez, que cierta disposición filosófica entre en escena en un espacio público que navega sin coordenadas de orientación. Por otra parte, diría que la banalización de la filosofía no proviene solamente de los medios. El pensamiento se banaliza a sí mismo cuando la palabra se apura, cuando la conclusión se precipita. Hay algo presuntuoso en el debate entre filósofos que pretenden validar la propia grilla conceptual antes que hacerle espacio a la inquietud que nos desborda. Ni los esquemas teóricos rígidos ni las categorías atronadoras nos acercan a la experiencia temblorosa del pensamiento. Por eso advertiría también que el pensamiento no siempre proviene de la filosofía, que “hay, quizás, como dice Derrida, pensamientos más pensantes que ese pensamiento que se llama filosofía”. La escritura, en un sentido que desborda la disciplina filosófica, es siempre un espacio de respiración del pensamiento. Es lo que rescato del dossier sobre Epidemia, literatura y filosofía que compiló la Biblioteca Nacional Mariano Moreno de Buenos Aires. Se escuchan allí voces múltiples, diversas en sus afectos y sus formas, que ensayan materiales para una historia del virus sin saber del todo lo que esta pandemia nos depara, sólo por la urgencia de poner en común ese trabajo de la imaginación, la sensibilidad y el pensamiento que apuesta, sin ninguna garantía, por otra forma, inédita, de “cuidado del mundo”.

@DulceMRamosR
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