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Xandru Fernández: “La pandemia no puede ser la excusa para suprimir derechos"

El escritor, profesor de filosofía y traductor español aporta una visión diferente a la pandemia del coronavirus, y reflexiona sobre sus implicaciones políticas y sociales

  • DULCE MARÍA RAMOS

18/05/2020 01:00 am

Si algo ha caracterizado la propagación del Covid-19 es el miedo y la incertidumbre que se han sembrado en los ciudadanos. Sin embargo, en el deseo primordial de proteger su salud, los ciudadanos han dejado de lado la posibilidad de reflexionar sobre cómo esta situación, que contempla las decisiones de los gobiernos en relación a la cuarentena y las medidas para prevenir la pandemia, también podría afectar a largo plazo sus derechos. De ahí que la política no es un elemento que se pueda ignorar en este preciso momento. Si partimos de la famosa premisa de Aristóteles: “El hombre es un animal político” frente a la pandemia el ciudadano no puede bajar la guardia.
 
En la serie de entrevistas Voces en el caos, El Universal entrevistó a Xandru Fernández sobre el tema. Las más recientes publicaciones del autor son la novela El ojo vago (2016) y el ensayo Apuntes de pragmática populista (2019).

-El filósofo surcoreano Byung-Chul Han vaticina el fin del capitalismo, pero si algo hemos visto durante la pandemia es el crecimiento de las ventas online, como ha ocurrido con Amazon. ¿Provocará esta situación un cambio del sistema político y social?
-No creo que una pandemia pueda precipitar directamente, de manera inmediata, el fin del capitalismo. Creo, de hecho, que Han tampoco lo cree, aunque confieso que me resulta muy difícil saber qué cree Han de todo esto, porque su postura al respecto no está muy clara. Tampoco lo considero un referente, por otra parte. En todo caso, el fin del capitalismo se producirá cuando un nuevo sistema económico y social pueda sustituirlo, no en abstracto, no por las imperfecciones del capitalismo ante el tribunal del cálculo racional, sino porque deje de ser funcional a quien tiene el poder de conservarlo, y no es probable que eso se produzca sin que se dé una situación revolucionaria. ¿Puede la pandemia servir de catalizador de esa situación revolucionaria? Nada indica que eso esté sucediendo.

-¿Hasta qué punto la cuarentena, y lo que ha sido la pandemia, puede ser una amenaza para los derechos humanos y el concepto de libertad, especialmente en regímenes dictatoriales o en democracias débiles como muchas de América Latina?
-La gran amenaza para los derechos humanos son los regímenes que no los respetan, y de eso tenemos ejemplos en abundancia con pandemia y sin pandemia. Pero es una tentación tanto para las dictaduras como para las democracias, emplear medios autoritarios para controlar a la población en situaciones de crisis. Curiosamente, es en Brasil y en Estados Unidos donde los colectivos más vulnerables están viendo cómo su seguridad y su salud se ponen en peligro con la excusa de defender las libertades individuales: precisamente en países donde hay ahora mismo gobiernos beligerantes con los derechos humanos, hay gobiernos que promueven institucionalmente las desigualdades por razón de género, raza y clase social. Es obsceno que los gobiernos de esos países enarbolen la bandera de las libertades individuales, porque en sistemas con desigualdades sociales tan acusadas no hay libertades que valgan si el Estado no pone los medios para disfrutarlas. Dejar que cada uno se las apañe como pueda no es defender la libertad, es sólo defender los privilegios de quienes pueden pagarse esa libertad.

-La pandemia viene acompañada del hambre, ¿esto podría ser el escenario de revueltas sociales o malestar popular?
-La pandemia llegó justo en medio de una oleada de revueltas sociales. En Chile, en Francia, en Hong Kong, las protestas han sido aparcadas por la pandemia, pero no se han extinguido, de hecho en Hong Kong ya ha vuelto a haber protestas. Ahora todo depende de cómo los gobiernos manejen esta situación, pero desde luego, la pandemia no puede ser la excusa para suprimir derechos y aumentar la vigilancia sobre los ciudadanos, y tampoco para ajustes laborales y económicos que aumenten todavía más la brecha entre ricos y pobres. En todo caso, por traumática que haya sido, la pandemia no puede parar el empuje de movimientos sociales tan masivos como el feminismo o la emergencia climática. No es verosímil ese escenario.

-¿Cuáles serán las razones de la Iglesia de permanecer callada ante la pandemia? Es evidente que en los últimos años por los escándalos ha disminuido su poder, ¿la pandemia sólo reafirma esto?
-Ignoro los móviles de la Iglesia, en todo caso su peso ha ido disminuyendo mucho en los últimos años, no sólo por los escándalos, sino porque el catolicismo cada vez resulta una religión más extravagante. Ha demostrado ser un poderoso instrumento de control social en el pasado reciente, pero es del todo incongruente con las costumbres y la moral del capitalismo avanzado, y tampoco llega a ofrecer una alternativa antisistema frente a las desigualdades generadas por ese mismo capitalismo. O se pasa o no llega.


Xandru Fernández: "la pandemia no puede parar el empuje de movimientos sociales tan masivos como el feminismo o la emergencia climática" (CORTESÍA)

-¿Cuál es la insistencia de vendernos que después de la pandemia viviremos una “nueva normalidad” o la ilusoria utopía de que “cambiaremos”?
-La nueva normalidad tiene toda la pinta de parecerse mucho a la normalidad de siempre. Otra cosa es que ahora mismo todavía estemos en estado de shock postraumático y nos parezca que nuestras sociedades pueden adaptarse fácilmente a las normas de aislamiento y distanciamiento interpersonal que se han promovido durante la crisis sanitaria, pero parece difícil que esas normas sean compatibles con la vida urbana tal y como la conocemos. No es por nada, pero cada vez que se habla de refundar el capitalismo, de promover estilos de vida más saludables y sostenibles, lo que tenemos es un incremento de las desigualdades y de las emisiones de CO2. Y eso es así porque ese discurso fomenta la creencia de que el cambio social depende de que los ciudadanos modifiquemos nuestros hábitos y nos concienciemos de lo que podemos hacer por mejorar la vida en el planeta. Pues lo siento, pero podemos hacer poco, son los gobiernos los que tienen la sartén por el mango. Un ejemplo: antes de la pandemia, la guerra contra el uso de plásticos se estaba ganando; ahora es algo del pasado; el plástico ha vuelto con fuerza a nuestras vidas, y ha vuelto porque los gobiernos han hecho obligatorio su uso.

-La pandemia se ha convertido en un dilema ético o político: decidir entre la salud y la economía.
-La salud es economía. El confinamiento llegó cuando los sistemas sanitarios se vieron colapsados, y se hizo tanto más riguroso cuanto más dañados estaban esos sistemas sanitarios por políticas privatizadoras previas. Supongo que apostar por la salud implica reestructurar los presupuestos y poner la economía al servicio de las personas. Lo que no sé es cómo se hace eso con este sistema de extracción de plusvalías y donde el Estado tiene que endeudarse con las grandes fortunas para mantener los servicios básicos. De modo que podríamos empezar disolviendo los falsos dilemas: los gobiernos no tienen que elegir entre la salud y la economía, tienen que elegir la justicia, que es algo muy diferente, y hacer políticas sanitarias y económicas justas.

-Hace unos días Fernando Savater, en una charla dada en el Hay Festival digital, dijo: “Las fronteras se ponen de moda para que no entre lo que no queremos”. ¿Hasta qué punto la pandemia fomentará el crecimiento de la xenofobia?
-Hubo brotes xenófobos contra ciudadanos si no descendientes, migrantes de origen asiático en muchos países europeos y americanos, pero ahora mismo el mayor peligro para un repunte de actitudes xenófobas lo constituyen las medidas adoptadas por los gobiernos sobre el cierre de las fronteras. ¿Son sostenibles en el tiempo? Creo que no. Vivimos en una burbuja informativa donde parece que ya no hay guerras, ni narcotráfico, ni tráfico de personas, pero todo eso sigue existiendo. Y fíjese: si de repente los gobiernos del mundo son capaces de blindar tanto las fronteras como para que en Estados Unidos o en España no entre un gramo de cocaína, ¿cómo le explican a la ciudadanía por qué no lo habían hecho antes? ¿O qué va a hacer la industria armamentística: entregar sus instalaciones y sus activos y reciclarse en negocios de seguridad interior? Ya es dueña de esos negocios, le sigue interesando fomentar guerras en terceros estados. También hemos visto en España como muchos empresarios agrícolas presionaban para que se dejara entrar a migrantes en condiciones de semiesclavitud para cosechar sus campos e invernaderos. La xenofobia es eso, y es un tipo de xenofobia que por desgracia conocemos bien desde mucho antes de que se declarara la pandemia.

-¿Viviremos la solidaridad inteligente o el egoísmo inteligente?
-No hay egoísmo inteligente. Hay egoísmo bien informado, que es diferente. Pero en sociedades cuya opinión pública se conforma de manera tan fragmentaria, es difícil saber cuándo la información es fiable y cuándo no. Por eso la única forma de generar conocimiento y de acreditar la fiabilidad del saber es la colaboración, la discusión, la fluidez en los flujos de información. El enemigo más temible con el que tenemos que enfrentarnos no es el virus, es el ruido: el ruido informativo que puede generar pánico, xenofobia, autoritarismo, clasismo y desorganización. El ruido de los medios no está contribuyendo a que la gente tome decisiones de manera autónoma e informada, sino a que obedezca de manera sumisa y acrítica o a que salte a toque de consigna, y esto último favorece a los movimientos sociales y políticos más autoritarios. Es una paradoja aparente. Simplificando mucho, podríamos enunciar así el problema en términos políticos: las derechas tienen un umbral de autoritarismo y desigualdades tan alto, que se pueden permitir el lujo de incorporar a su discurso la defensa abstracta de la libertad, pero la izquierda, por su propia razón de ser, tiene ese umbral mucho más bajo y no puede permitirse ceder un ápice a la tentación del autoritarismo ni incrementar siquiera mínimamente las desigualdades.
 
-Si bien los filósofos están opinando hoy en los medios ante la ausencia de expertos como politólogos, sociólogos e instituciones como la Iglesia y las universidades, ¿no será más una reacción de la opinión pública ante la ausencia de intelectuales? ¿Hasta qué punto es peligrosa la banalización de la filosofía por parte de los medios?
-Los medios no han empezado ahora a banalizar la filosofía, llevan haciéndolo mucho tiempo, pero es que tampoco en las instancias académicas se ha eludido demasiado esa banalización. Las universidades, los sistemas educativos en general, en la mayoría de los países, consideran que la filosofía es un fósil y no saben muy bien qué hacer con ella en un contexto donde todo lo positivo se asocia con la innovación tecnológica mientras que lo que establece continuidades con la tradición histórica, si bien no es visto como algo negativo, tampoco goza de mucho predicamento. Frente a esa situación, lo último que deberían hacer los filósofos es ceder a la presión para convertirse en vedettes y salir a la palestra cada vez que los medios requieren su opinión en calidad de “especialistas en todo”. Los medios buscan su opinión ahora porque no hay soluciones expertas a una situación tan compleja. Se da una situación similar a la que Kant abordó en El conflicto de las facultades, una discusión acerca de los límites sociales del conocimiento especializado. Es una discusión filosófica por definición, de modo que la filosofía no puede eludir su responsabilidad social inmediata. Eso sí, sin rendirse al espectáculo.

@DulceMRamosR
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