Rendell Locke y su hermano Duncan se criaron en la vieja mansión familiar, la Key House, de la cual salieron huyendo tan pronto pudieron. El segundo de ellos no recuerda gran cosa de su infancia y su personaje es secundario en la trama. Es algo así como el tío que aparece ocasionalmente a cenar e iniciar una conversación. El primero, o más bien su asesinato, es el desencadenante de la acción. Tras su muerte a manos de un alumno descontento con sus recomendaciones como consejero, su mujer, Nina Locke, decide que la mejor manera de superar tan traumático momento, del que tanto ella como sus hijos fueron testigos, es dejar atrás su vida en Seattle y mudarse a Matherson, Massachusetts, para convertir el caserón de la familia paterna en su nuevo hogar.

Como es de esperar, a los hijos, en especial a los adolescentes Tyler y Kinsey no les hace mucha gracia eso de que les aparten de sus amigos y su entorno. A Bode, el pequeño, le da igual y lo vive como una aventura, que comienza con una chica que le habla desde un pozo y le insta a buscar unas llaves. Estas abren puertas mágicas, que al atravesarlas lo mismo convierten a quien lo hace en un fantasma que lo atrapan en una sala de espejos de difícil escape.

Inquietante oscuridad
En su primera mitad, la serie se presenta como una fantasía, con unos muchachos que lidian con el drama de la muerte de su padre y con el shock que supone descubrir que en su nueva casa la magia se esconde tras cada cerradura. Todo eso aderezado con la complicación de ser los nuevos en el instituto. 

En la segunda parte la historia se mueve hacia un lugar más oscuro. No solo por el viaje que hacen los personajes, en especial los dos adolescentes y su madre, que no se entera de casi nada en lo que andan metidos sus hijos, pues bastante tiene con descubrir que su marido le ocultaba su pasado y que no se puede fiar de nadie. Lo que comenzó siendo divertido -atravesar puertas- se torna peligroso para sus vidas. En especial cuando el demonio que han liberado los acorrala para conseguir un propósito que no termina de definirse bien del todo en ningún momento, por muy malvado que se intuye que es.

Si Locke & Key es más o menos fiel al material original, que ya trató de adaptarse varias veces antes, suponemos que son los lectores de los cómics quienes han de juzgarlo mejor. Como serie pone muchas propuestas interesantes sobre la mesa, olvidándose de cerrar buena parte de ellas y dejando en el aire otras tantas sin que quede muy claro si lo hace de manera intencionada o no. Como producto de entretenimiento funciona más o menos bien cuando se queda en la fantasía y la magia, aunque de manera irregular.

 
Un personaje más
Quizá hubiese sido buena idea explorar aún más ese universo que se abre con las llaves. Algunas de las mejores escenas se producen cuando se gira una de ellas. Por ejemplo: la que permite adentrarse en la mente de las personas y ver cómo funcionan y se organizan los recuerdos de una manera acorde a la personalidad de cada uno, resulta tremendamente rico a nivel visual y narrativo. Como también lo habría sido la posibilidad de ahondar un poco más en temas como el alcoholismo, el acoso escolar, el trauma en sus distintas formas o las relaciones tóxicas. A su favor cuenta con un diseño de producción apabullante que convierte a la casa y lo que allí se esconde en un personaje más.

Vale decir que para Netflix la primera temporada podría ser calificada más dentro del género de fantasía con algo de suspenso, mientras que su contraparte en comic es una historia de lo sobrenatural con toques de crimen. Ambas tienen su encanto.