Jorge Stever, pintor del espacio
La investigadora y crítico de arte María Luz Cárdenas revisa la impronta que el creador, fallecido el pasado 24 de octubre, deja en las artes visuales venezolanas
MARÍA LUZ CÁRDENAS
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
Jorge Stever ha sido uno de los más importantes artistas contemporáneos en
Venezuela. Fue capaz de llevar la creación artística a una línea de transgresión
que designa nuevos caminos al acto de pintar. Conoció a profundidad la historia
del arte y supo ubicarse en zonas poéticas que juegan permanentemente en los
bordes del realismo y la abstracción, de la verdad y la ficción. Sus indagaciones
le permitieron distanciarse radicalmente de la modas y tendencias, sin
abandonar los más elegantes niveles de realización de las obras. Colocado en el
ser de la pintura, en su condición ontológica, la expansión de sus límites, el
trabajo de Stever propone una suerte de memoria cultural, una antropología
pictórica, que concibe a la representación como proceso de pensamiento y no
como mero trabajo de imitación. Con él estamos ante una especie de artista de
culto que, enfocado en proceso de investigación permanente y en una sobria y
exquisita atmósfera creadora, separado de las presiones y agitaciones
expositivas. De hecho, pocas veces hemos tenido el privilegio de apreciar un
conjunto significativo de sus trabajos.
Hacia los años setenta, en un momento en que el valor y trascendencia de la
pintura parecían desdibujarse ante la avalancha de las instalaciones y las modas
conceptualistas, su marcada voluntad de silencio, su concluyente distancia de la
anécdota, su alejamiento de la narración, fortalecía el género sin aspavientos y
con la discreción que sólo la inteligencia es capaz de desarrollar. Su obra
propone una reinterpretación sagaz de los sistemas de representación de la
cotidianidad, elevando el mundo de lo común a un acto trascendente y reflexivo
de transformación pictórica. Con una tajante seguridad visual, sin rellenos de
ningún tipo, sin cabos sueltos, traspasa las líneas convencionales en la
construcción del cuadro buscando nuevas definiciones espaciales y caminos
conceptuales para el desarrollo de la representación. Depurando el proceso
creativo, eliminando lo accesorio, supo llegar a la esencia de la pintura, a la
médula de sus procesos, alcanzando un grado extremo de claridad discursiva
con la más exhaustiva precisión de recursos y sobriedad en el tratamiento del
color. La pintura de Jorge Stever activa nuevos problemas, los planos son
sumidos dentro del espacio, los espacios dentro del espacio.
Roberto Guevara lo señaló puntualmente al reconocer que “en la pintura de
Jorge Stever se provoca una alianza de la imaginación (o del instinto) con la
razón (o el pensamiento poético). El espacio poético de Stever es un mundo en
gestación. La pintura es el asunto: hay que crearla cada vez, inventar de
nuevo sus dones: la luz, el espacio, la sustancia de lo real o de lo imaginario
que el pensamiento y el arte hacen verosímiles”. Su trabajo pictórico se
caracteriza por presentar un máximo de volumen, transparencias, formas y
espacio. Stever mantiene el precepto de convertir el cuadro en un hecho
pictórico y, aunque los objetos no han sido del todo ajenos a su trayectoria, sus
puntos de partida forjan raíces en el terreno de la abstracción para alcanzar
estados más puros que convierten la pintura en un proceso meramente
conceptual, abriendo un territorio desde el que se comporta como espacio y no
como medio o material.
Desde muy temprano estuvo consciente del valor de la pintura como objeto y así
lo declaró al periodista Josué Mora: “primero la usé sobre el lienzo blanco para
que no influyera en la concepción del espacio. Así nació un nuevo espacio que
dio la sensación de ser un monocromo plano”. Los fondos matéricos y
monocromos son el soporte de marcas gráficas, de una especie de metaescritura
formada por trazos, signos, garabatos, rayones y pictogramas
esparcidos por el plano de la obra en un proceso de movimiento incesante. Lo
interesante es que no se trata de los gestos propios del expresionismo abstracto,
sino de la creación de un lenguaje que penetra la médula de la pintura desde
una perspectiva conceptual, borrando los límites entre la pintura, el dibujo y los
grafismos.
Con la misma fuerza genera espacios de planos superpuestos sobre la superficie
del cuadro a través del juego de las sombras. Las líneas que parecen separarse
sobre el lienzo generan un juego de sombras sobre el plano monocromo. El
cuadro abandona la dimensión sensorial y pasa a ser un asunto mental. Permite
que las estructuras invisibles fluyan y surja a la vista un espacio libre, respirable,
donde flotan sombras, objetos y signos. El espacio se convierte en recurso de la
representación y cambia nuestra percepción transportándonos a una
espacialidad en estado casi puro. El resultado es la aparición de un espacio
secreto pero múltiple sobre la tela; un espacio que no se puede apresar, que
revela la condición intangible del aire entre las cosas. Stever reinterpretó
plásticamente la noción canónica de espacio: el espacio abarca totalmente la
percepción, incluyendo las atmósferas y los toques de luces y sombras.
Alejandro Otero se refería a las calidades obtenidas por Stever a través de las
transparencias, como elementos que “construyen un espacio apenas sujeto a la
superficie puesto que la desborda en todas las dimensiones”, definiendo así una
dimensión de lo imponderable, de lo intangible o de un enigma visual de vasto
alcance. El propio artista describió el proceso como un asunta de atención y
percepción de las cosas: “A todos se nos escapan muchos detalles de lo que
observamos, vivimos pensando que una cosa es de determinada manera y en
realidad no es así. A veces lo que está en el fondo es más importante que lo que
aparece en primer plano. Entonces comencé a plantearme el problema de la
imagen que recibe el ojo hacia el subconsciente y, en ese camino, quiero poner
un obstáculo para que el espectador se dé cuenta de su uniformidad de criterio,
de cómo toma las cosas por dadas”. Su aporte primordial es la posibilidad de
abrirnos a un permanente descubrimiento del espacio intangible del cuadro,
donde la pintura misma se vuelve sentido. En medio de una vorágine histórica
que exigía abandonarla, replanteó las formulaciones figurativas, proponiendo
copiar la realidad como en los tiempos antiguos, pero desde una perspectiva que
trastoca el ilusionismo clásico y le proporciona una dimensión conceptual. Se
coloca en una suerte de metafísica del acto de pintar para obtener una realidad
pictórica más compleja que cuestiona los sistemas de imitación o copia de la
realidad. La pintura se transforma en un proceso reflexivo, plástico e histórico al
mismo tiempo.
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