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A Control Remoto

Un “Guasón” memorable y entregado

Por la que quizás es la mejor interpretación de su carrera, lo cual en el caso de Joaquin Phoenix no es decir poco, el actor se perfila como favorito de cara a la próxima entrega del Oscar

  • AQUILINO JOSÉ MATA

11/10/2019 01:00 am

Digámoslo de entrada: Guasón, por su singularidad, es el filme más interesante de cuantos han llegado a la cartelera en lo que va de año. Su protagonista, Joaquin Phoenix, recorre un calvario diario vestido de payaso por las infectas calles de Ciudad Gótica, desbordadas de basura, pestilentes y sofocadas por la ira de sus habitantes. Un demente escondido tras el maquillaje blanco de su rostro, un desequilibrado que ríe cuando quiere llorar. Y esa trágica y espeluznante risa es una película entera. Tan sobrecogedora, tan infeliz y enajenada, tan dantesca es su carcajada que pone los pelos de punta. Realmente monumental la interpretación de este actor, en nuestra opinión una de las razones de mayor peso para que la cinta haya recibido el León de Oro en la pasada edición del Festival de Venecia. Eso hasta el mismo director Todd Phillips lo ha reconocido. Phoenix es un actor inmenso y aquí lo vuelve a poner de manifiesto en términos superlativos.

Inspirada en el personaje de DC Comics, que crearon Bill Finger y Bob Kane sobre una idea de Jerry Robinson, la película sigue los pasos, desdichados y patéticos, de Arthur Fleck, un tipo al margen de la sociedad, que vive con su madre enferma y que se gana la vida vestido de payaso, haciendo publicidad callejera, actuando en hospitales infantiles. Su sueño es convertirse en comediante y aparecer en el talk show nocturno de Murray Franklin (Robert de Niro). Está enfermo, es un perturbado, un desgraciado que se mantiene en el límite gracias a la medicación. 

Cuando el ayuntamiento de Ciudad Gótica recorta los recursos de los servicios sociales y cierra el centro psiquiátrico al que acude, todo a su alrededor se distorsiona. Entonces, Todd Phillips convierte a este hombrecillo en una especie de Travis Bickle (Taxi Driver) colérico, indignado con el mundo.

No es el único reflejo de un gran título de la historia del cine que se vislumbra en Joker. Arthur Fleck bailando en su casa, en la penumbra, con movimientos alucinados, en una danza desatinada, es un brillante espejismo del capitán Willard, aquel Martin Sheen completamente borracho en el hotel esperando que le asignen su misión en Apocalipsis ahora.

El trabajo de Joaquin Phoenix es impactante, turbador, hasta el extremo de que la deriva del personaje hacia la violencia, su transformación en un líder de la turba enfurecida de las calles, puede ocultar por completo lo que se está cocinando a su sombra. El fracaso social, la depresión económica, la rabia, la desesperación ciudadana desemboca, gracias a la iniciativa de un psicópata, en una marea de destrucción y barbarie. “Creen que no va a salir la bestia que llevamos dentro”, dice poco después de haber hecho la gran confesión: “Yo no creo en nada”. Nihilismo para tiempos de crisis o quizás un mensaje bastante más obstinado, el de la venganza personal, la mezquindad de la masa, el pueblo convertido justamente en eso, en una masa informe de salvajes que confunden revolución y protesta con desmanes y ensañamiento.

Todo ello aderezado por una música que subraya demasiado, literalmente opacada por la colosal interpretación del actor; unas explicaciones a sus ensoñaciones bastante molestas y, sin intención de revelar nada, un origen de todos sus males repetido hasta la saciedad en el cine. “Hubo momentos en que sentía pena por él, llegué a comprender sus motivos, pero enseguida sentía rechazo por las decisiones que tomaba”, ha escrito Joaquin Phoenix en las notas de producción de la película. “Interpretar a este personaje fue un desafío para mí como actor. Y sabía que también sería un desafío para el público y sus ideas preconcebidas sobre el Joker, porque en su mundo ficticio, al igual que en nuestro mundo real, no hay respuestas fáciles”.

“¿Soy yo o el mundo está cada vez más loco?”, pregunta Arthur Fleck en la última sesión con su psiquiatra. A partir de ahí y paso a paso, Joaquin Phoenix trabaja a conciencia en la transformación del personaje. El tipo delgado, malnutrido, solo, desconectado y enfermo, que cojea un poco cuando camina, carga su alma de furia. Se tiñe el pelo de verde, se viste de payaso, clown histrión y amenazante, y se lanza a la venganza. Se mueve con soltura y arrogancia. Ahora es el Alex de Malcolm McDowell en La naranja mecánica. Y baila bajando las escaleras de su barrio, la empinada escalinata que con tanto esfuerzo y desidia ha recorrido hacia arriba todos los días de su vida. Baila en una danza de jactancia, de liberación de todas las burlas recibidas.

Si algo define a Guasón es su libertad. Un concepto que abarca desde su descomunal trabajo de cámara y puesta en escena, hasta un Joaquin Phoenix de Óscar, desatado y entregado a la que quizás ha sido su interpretación más memorable, lo cual, en su caso, es decir mucho.
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