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Jesús Montoya: "La poesía es una forma de resistencia a la barbarie"

El joven poeta venezolano es autor de cinco títulos hasta el momento, todos premiados por la crítica nacional e internacional

  • MARITZA JIMÉNEZ

21/07/2019 01:00 am

 La vida va quedando atrás cuando mi padre y yo/ atravesamos como una bala el trópico/ en su motocicleta negra... Con sus palabras, Jesús Montoya destruye el mundo, recomponiéndolo para dejar salir el instante mismo en que surge “esa emoción llamada poesía”, en uno de los recorridos más notorios de la poesía venezolana de los últimos años. 

“Pienso que la poesía es una forma de resistencia a la barbarie. La poesía venezolana que he leído en estos últimos años, sobre todo la escrita por los más jóvenes, lo demuestra”, afirma este joven poeta nacido en Mérida en 1993, autor de una obra que llama la atención sobre la naturaleza misma del lenguaje en cinco libros publicados, todos merecedores, hasta el momento, de reconocimientos nacionales e internacionales. 

Licenciado en Letras, mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana por la Universidad de Los Andes, fue colaborador de la revista "Poesía", de la Universidad de Carabobo, y editor de "Insilio". Actualmente cursa una maestría en Estudios Literarios, con una beca de la OEA, en la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar), en Brasil, donde investiga conceptos como apropiación, reescritura y transcreación en la obra del poeta chileno Héctor Hernández Montecinos.

Cada libro un premio
A los veinte años, Jesús Montoya vivía en San Cristóbal, ciudad que dio fama a los “gochos” por su arrojo en el enfrentamiento a la represión.  Allí libraba su lucha en otro terreno, el de la creación lingüística, con libros que han pasado el fuego de la crítica desde su primer poemario, Primer viaje (2013), ganador de la mención Poesía en el XXIII concurso DAES de la Universidad de Los Andes.

Un año más tarde recibe el primer lugar en el XVII Concurso de Poesía Joven Lydda Franco con Fueron las olas, y en 2016 Las noches de mis años es ganador del premio para autores inéditos en el concurso de Monte Ávila Editores, seguido de otro reconocimiento, esta vez en ensayo, en la segunda edición del Concurso Hispanic Culture Review. 

Por si fuera poco, abre 2017 con "Hay un sitio detrás de los incendios", libro cuyo hermoso título rescata el legado de un gran poeta casi olvidado, Jacinto Fombona Pachano, y recibe el veredicto unánime en Bogotá del jurado del I Premio Hispanoamericano de Poesía “Francisco Ruiz Udiel”. 

Más aún, el pasado año, con "Rua São Paulo" obtiene el II Premio Franco-Venezolano a la Joven Vocación Literaria. 

“He escrito libros que se han arriesgado un poco fuera de una zona de confort de la poesía, pues siempre hay ciertos parámetros en los concursos”, responde, añadiendo que estos han sido para él “una manera de mostrar mi obra, pues las posibilidades de publicación en el país, como sabemos, son muy complicadas”.

La experiencia que impregna el poema
El derrumbamiento del mundo de la infancia en San Cristóbal, la memoria, los recuerdos, las voces perdidas, integran su universo poético, como una fiesta celebratoria del lenguaje que invita a su (re)descubrimiento.

–Sin llegar a ser narrativa, porque inmediatamente la desmonta, su poesía tiene mucho de relato, algo que parece característico de la región andina.
–Siempre me ha interesado la poesía como un espacio de exploración, como un laboratorio de posibilidades. Mi idea de llegada al poema es la expansión de su territorio, de sus máscaras, de sus maneras de ser y de representarnos. En efecto, me he interesado en intentar construir una narrativa en cierto sentido en mis últimos dos libros. Y, en efecto, como dice, he pensado que el paisaje pueda llegar a afectar en algo esos recursos.

–Pero -continúa- también existe el interés de conjugar espacios orales con formas escritas, quizá transfigurados. Para mí esto ha sido muy importante: el eco sonoro del habla, la música de los buses, la ramificación del viaje. También, creo, muchas veces esa idea de narrativa puede actuar en la medida de una historia personal en tanto genealogía de la memoria y la familia. Por ello los nombres, las calles, todo eso que se va develando como un espacio, bien sea derruido, parco, hasta detenido en la memoria, o bien se ha acrecentado por la fuerza del movimiento hacia algún lugar. Para mí la poesía tiene que ver con todas estas cosas. La poesía, es verdad, no queda resguardada en lo que se concibe como “obra”, como “poema”. Ella abarca un sentido estricto para mí de la experiencia, como potencial fuerza que impregna los poemas. 

–¿Cómo ha sido su relación con la poesía? ¿Cuándo surgió? ¿Cuándo se dio cuenta de que era poeta? 
 –Mi relación con la poesía viene desde mi adolescencia, calculo que a los 15 años. Estaba en tercer año de bachillerato, y formaba parte de un equipo de basket, pero no sé cuándo caí en cuenta del calificativo de poeta. Escribía por aquellos días pequeñas notas en un cuaderno. En ese momento desconocía algo que me fue revelado muy recientemente, y es que mi bisabuela, Rosa Gómez, también escribía poemas, y mi bisabuelo, José Gómez, era cantante de pueblo, tocaba el cuatro. A su vez, el bisabuelo de mi bisabuela, era poeta en La Grita y constructor de instrumentos. Ingenuamente creía que era el único en mi familia que escribía. 

–Luego, por esos años fui conociendo, gracias a algunos amigos en San Cristóbal, como Josué Calderón, Fernando Vanegas, Diego Sánchez, Sury Sánchez, Manuel García, Pablo Montilva y Sacha Guerrero, que no estaba solo. Entonces formamos un pequeño grupo de encuentro para compartir nuestros escritos, al que se fueron sumando algunas personas de la ciudad. Hicimos algunos recitales, performances e intervenciones en espacios públicos.

–¿Pero tenían algún guía, alguien que los orientara en ese campo?
–Al principio fuimos orientados por el poeta Luis José Oropeza y el narrador Pedro José Pisanu. En ese proceso, conocimos a Cristian Pérez, un poeta de Chile, y a su hermana, Daniela Rodríguez, que fueron parte de esa formación.

–¿Cuáles fueron sus lecturas en esa época, y qué poetas lo marcaron?
–Yo escribía mucho en las noches, y recuerdo haber leído bastante a César Vallejo, Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo, Allen Ginsberg, Antonia Palacios, Sylvia Plath, Vicente Huidobro. Nuestro amigo el chileno, Cristian, nos suministró muchas lecturas, nombres, referencias de la poesía chilena. También Zelia, una amiga española, me mostró varios buenos poetas y por Cristian llegué a Héctor Hernández Montecinos, quien me mostró a su vez muchos otros autores del continente.

San Cristóbal y la nostalgia
Hay en el trabajo de Jesús Montoya incursiones frecuentes en el país de su infancia, especialmente San Cristóbal, donde creció, su pasado y su presente: 
–De mi infancia podría narrar muchas cosas, aunque he preferido escribirlas. Justo en un libro que tengo guardado, que precede a Hay un sitio detrás de los incendios, existe en grandes tramos todo esto. La infancia es un presente claroscuro para mí. Mi mamá era profesora en una escuela rural cerca del estado Barinas, en La Pedrera, y mi papá ejercía el Derecho. 

La nostalgia se instala en el recuerdo de San Cristóbal:
“Sus calles, sus plazas, su gente, su ruido, el centro. Todo esto se ha ido de alguna manera acabando. Para mí la casa era la ciudad, el barullo afuera del ventanal al final de la tarde, los comerciantes recogiendo sus cosas, los buses desapareciendo entre la noche. Una ciudad pequeña que fue quebrándose, que fue haciéndose silenciosa, insegura. Pero tengo la esperanza de que todo cambie. La luz debe volver a donde la hemos visto nacer.

También se observa en sus citas, títulos y epígrafes, una lectura minuciosa de nuestra poesía:
–La poesía venezolana comencé a leerla con mayor profundidad ya estando en la universidad. Y es una poesía llena de grandes nombres, a los cuales con el tiempo me he ido acercando y también alejando. Algunas obras son joyas raras difíciles de conseguir. Fui recopilando otras lecturas comprando libros usados. Siempre llegar a un viejo libro de un poeta venezolano ha sido un tesoro y una inmensa alegría para mí. Creo que para muchos de los jóvenes que actualmente escriben en el país, también. Somos conocedores de un gran legado y de una rica tradición. 

-¿Qué opina de lo que está pasando en Venezuela? ¿Tiene pensado regresar? 
–Entre diciembre y mediados de febrero estuve en San Cristóbal y para regresar a Brasil, tuve que cruzar por la “trocha”, entre los criminales que estaban cobrando a las personas por pasar. No, no me planteo un regreso. Tampoco sé cuándo vaya a volver a ver a mi familia.
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