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A control remoto

Joaquín Riviera, único en su estilo

Se están cumpliendo 50 años de la llegada a nuestro país del productor cubano, genio creativo detrás de los shows del Miss Venezuela, quien dejó profunda huella en la historia de nuestra TV

  • AQUILINO JOSÉ MATA

24/05/2019 01:00 am

Se cumplen 50 años de la llegada a nuestro país de Joaquín Riviera, el mejor productor de musicales masivos para la televisión, una categoría donde brilló solo, sin competidores que se acercaran significativamente a su cabal conocimiento del oficio y su nivel de excelencia. A Venezuela arribó a mediados de 1969, procedente de España, país a donde se había marchado desde su Cuba natal pocos meses antes. Vino contratado como coreógrafo y productor del programa que con el tiempo se convertiría en uno de los musicales referenciales en la historia de la TV nacional: De fiesta con Venevisión

Todavía lo agobiaba el recuerdo reciente de lo que consideraba lo peor que había vivido en los 36 años que contaba para entonces, cuando, por querer irse de la isla de sus orígenes, lo mandaron ocho meses a cortar caña. Así me lo contó en una entrevista en diciembre de 2010. Poco dado a hablar de su periplo personal en Cuba -del profesional tampoco abundaba mucho-, me conmovió la inédita revelación, no solamente por la sorpresa que genera conocer un acontecimiento tan terrible, sino también por la manera serena y hasta afable como lo contaba, despojándolo de toda carga emocional negativa, para situarlo como una experiencia más en su fructífera hoja de vida, que en definitiva, ya a esas alturas -dos años antes de su muerte- era la de un hombre cuyo balance arrojaba muchísimos más éxitos que desaciertos. 

Antes de sus casi 44 años de eminente trayectoria entre nosotros, desde su llegada en 1969 hasta su muerte por un paro respiratorio el 21 de abril de 2013, Joaquín Alejandro Castellanos, que así era el verdadero nombre de este nativo de La Habana, el 26 de diciembre de 1932, tuvo otros 12 de vida profesional en Cuba, desde que, recién egresado del bachillerato en el Colegio La Salle, en lugar de continuar una carrera universitaria estudió danza y coreografía y poco después formó el Trío Los Riviera en 1957, con el cual se presentó en varios países, hasta que regresó a Cuba en los años 60, con la recién estrenada revolución castrista, ya tutelada por la Unión Soviética, circunstancia que aprovechó para tomar clases de nivel superior con el coreógrafo ruso Igor Moiséyev. 

Trabajo no le faltó: se hizo productor y en esta faceta incursionó brevemente en televisión, para centrarse luego más como coreógrafo y bailarín de los shows de los cabarets de los hoteles Capri y Habana Riviera, así como del mítico Tropicana. Pero según contaba él mismo, las ansias de ampliar sus horizontes en otros lares pudieron más, lo cual produjo su encontronazo con el régimen castrista. 

 El encuentro con Venezuela

Al llegar como exiliado, ingresa a Venevisión, en donde su labor fue tan descollante que llegó a ser vicepresidente de programas de variedades, cargo que ocupaba al momento de su muerte. “A Venezuela le debo una nueva faceta personal y artística en mi vida”, no se cansaba de repetir cada vez que podía. Y agregaba: “Aquí soy feliz y me siento realizado”. 

Paralelamente a De fiesta con Venevisión, asume en 1975 la producción de la cuña navideña del canal, otra de su señas de identidad, pero sería en 1979, casi por casualidad, cuando le llegaría su gran oportunidad. Ocurrió cuando le encargaron tomar las riendas de la transmisión en directo de la llegada de Maritza Sayalero, nuestra primera Miss Universo, que transmitiría Sábado Sensacional. Fue su pasaporte para que a partir del año siguiente se encargara de la producción del Miss Venezuela, cuya franquicia acababa de adquirir la Organización Cisneros. 

En esos años de la Venezuela saudita tenía el talento y el abrumador presupuesto requerido para realizar las suntuosas y espectaculares ceremonias de elección que lo catapultaron como único en su género. “Nací en la era de los espectáculos masivos. Los 50 fueron mi época y entonces se estilaban aquellas grandiosas producciones que me inspiraron. Soy un producto de ellas”. 

Y para realizarlas de cara al Miss Venezuela, encontraba inspiración en las comedias musicales de Broadway y el West End londinense, así como en los shows de Las Vegas, que le sirvieron de inocultables resortes para concebir la elección anual, cuyos divinos excesos trascendieron fronteras, llegando incluso a transmitirse, en vivo y directo, a otros países. Apuntaba que no tenía ningún secreto para desempeñar el oficio de productor de grandes musicales. La cosa estaba en “estar al día en todo lo que se refiera al espectáculo, no quedase dormido. Las armas son muchas y entre las principales figuran estar actualizado en los avances de iluminación y, sobre todo, en la música. Después, en cuanto al vestuario que se está usando, que se adapte a la propuesta que tenemos en mente”.

Su fama de exigente y riguroso era legendaria. Se consideraba un perfeccionista. “Me estreso cuando no cumplen lo que hemos acordado, diseñado y organizado, pues para eso hacemos reuniones, todas las necesarias, y cuando vamos al montaje todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. La improvisación no tiene cabida. Casi nada se deja a la improvisación, por no decir nada. Soy buen amigo y creo que también un buen jefe. Trato a mis asistentes como me gusta que me traten a mí; aunque algunas veces me ponga furioso, pero pronto se me pasa”. 

Pasada la racha de los petrodólares, en sus últimos años le tocó producir un Miss Venezuela con mucho menos presupuesto, reto que trató de sortear de la manera menos traumática posible. “El ingenio tiene que compensar lo que la crisis nos quita”, fue la frase que a partir de entonces le espetaba a colaboradores, periodistas y quien estuviese interesado en saber los malabarismos que debía hacer para estructurar un show que no desmereciera el resplandor de antaño. Y a quienes criticaban la pérdida de la espectacularidad de otrora, les remarcaba: “¿Para qué añorar lo que no es posible? Ahora tenemos que hacer uso de otras herramientas, la crisis nos enseña a agudizar el ingenio, se reflexiona más, se actúa con más cautela. Aprendemos a apreciar más lo que tenemos y a conservarlo”. 
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