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Rodrigo Blanco Calderón: “Creo que mi generación es psicótica”

El autor es uno de los finalistas del III Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa

  • DULCE MARÍA RAMOS

19/05/2019 01:00 am

Con su primera novela The night, publicada en Venezuela por Madera Fina y en el resto del mundo por Alfaguara, Rodrigo Blanco Calderón consigue ser el primer venezolano finalista de la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa junto a Gioconda Belli (Nicaragua), Gustavo Faverón (Perú), Antonio Soler y Manuel Vilas (España). 

El jurado del premio está compuesto por Sergio Ramírez, Carme Riera, Alonso Cueto, Felipe Garrido, Juan Manuel Bonet Planes y Juan Jesús Armas Marcelo. La primera edición del certamen recayó en Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral) de Juan Bonilla, y la segunda edición, en la obra Si te vieras con mis ojos (Alfaguara) de Carlos Franz. La Bienal de Novela Mario Vargas Llosa es organizada por la Fundación de la Universidad de Guadalajara, la Cátedra Vargas Llosa y la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, con el apoyo de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara y Acción Cultural Española (AC/E).   

En relación a la obra literaria de Rodrigo Blanco Calderón, sus editores opinan: “A mí como lector lo que me más me interesa de Rodrigo es su capacidad de desubicación –que se detecta en su novela y en su último libro de cuentos– es decir ya no escribe desde la orilla de su país natal o en la orilla de los distintos países que lo han acogido, escribe desde ese desarraigo, desde esa otra vida que se crea cuando dejas lo tuyo pero no acabas de estar al otro lado, eso hace que su literatura surja de una forma muy sólida, brillante, con un umbral de mestizaje, de intereses diversos y por lo tanto le da una proteína literaria a Rodrigo maravillosa”, afirma Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma. 

Por su parte, Luis Yslas señala: “El ADN narrativo de la obra de Rodrigo está constituido por las correspondencias literarias. La vida de sus personajes pasa siempre por la trama de un texto que cifra su existencia. En ese sentido, sus libros se emparentan con el linaje literario de Borges, Bolaño y Piglia, y a la vez ofrecen un estilo propio que registra lo venezolano, entendido como un lenguaje y un destino singulares”. 

-Es la primera vez que un escritor venezolano es finalista de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. Más allá de la satisfacción personal, ¿qué significa para la literatura venezolana este reconocimiento? 
-Puede ser una confirmación de que la literatura venezolana sí está presente en el mapa de la «world literature». Presencia que a lo largo de los últimos 20 años se ha ido fortaleciendo en la misma medida en que Venezuela como país se fue transformando hasta hacerse irreconocible. 

-Durante el encuentro que se realizará a la par de la Bienal, el tema central será Fronteras y Literatura. Para usted, ¿cuáles son las fronteras visibles e invisibles de la literatura, en particular de las letras latinoamericanas? 
 -Las fronteras en la literatura latinoamericana son las fronteras geográficas. Sigue siendo muy difícil encontrar libros de autores latinoamericanos fuera de su propio país. Mi novela se publicó, por ejemplo, en Argentina, Chile, Colombia y México -además de en Venezuela, por supuesto-. Pero para lograr eso tuve que publicar primero en España. 

“Las fronteras invisibles serían las que imponen las particularidades de cada país. Eso que hace que una misma palabra signifique cosas distintas a uno y a otro lado de la frontera. Desde palabras cotidianas hasta nociones más conflictivas como izquierda y derecha”, prosigue. 

-Vive actualmente en Málaga, ¿qué posibilidades le da hoy España para continuar su carrera literaria? 
 -En los pocos meses que llevo aquí, Málaga me ha devuelto la posibilidad de vivir muy bien con muy poco. Esa estabilidad es fundamental para un escritor. 

-¿Los apocalipsis del libro de relatos Los terneros y de la novela The night se quedaron cortos ante la realidad venezolana? 
-Mis libros son cuentos de niños al lado del horror que se vive día a día en Venezuela. Por otra parte, nunca he pretendido reflejar realidades demasiado concretas de la historia de mi país. Lo histórico o coyuntural de la situación venezolana es siempre el contexto para enmarcar historias y personajes que se desarrollan en otros niveles. 

-Sé que está trabajando varios proyectos literarios, entre ellos su segunda novela. ¿Toca de nuevo el tema de Venezuela? 
-El año pasado terminé mi segunda novela. Allí, para continuar con la respuesta anterior, parto de un momento del conflicto actual para contar una historia que pudiera suceder en cualquier parte, pienso. Lo que para The night fue la crisis energética, para esta nueva novela es una situación muy dolorosa que me ha marcado de manera particular: el abandono de perros en Venezuela, producto del éxodo masivo de los venezolanos en los últimos años. 

-Recientemente nos dejó Francisco Massiani. Más allá de la orfandad literaria y de los homenajes que le ha brindado usted al autor en alguno de sus textos, ¿cómo invitaría a las nuevas generaciones y a los lectores a leer la obra de Massiani? 
-Creo que la mejor manera de acercar los lectores a la obra de un autor es invocando el principio del placer. Y la obra de Massiani lo encarna muy bien: es el goce puro de la lectura. 

-En la novela Retrato de Abel con isla volcánica al fondo, de Juan Carlos Méndez Guédez, el protagonista hace la siguiente reflexión: “Si a Hemingway y compañía los llamaron la generación perdida, a mí y a los otros cuatro millones de venezolanos de mi edad deberían llamarnos la generación jodida”. En su caso, ¿cómo definiría a su generación? 
-Esa frase de Méndez Guédez capta muy bien un sentimiento de la época que ya anunciaba lo que se venía, pues esa primera novela de Juan Carlos es 1997, si no me equivoco. Creo que mi generación es psicótica. Y en ella caben todos los venezolanos sin distinción de edad, suspendidos dentro y fuera de Venezuela en el tiempo muerto de la revolución. A los de adentro la revolución los mata y si no los mata no los deja vivir en paz. Y a los de afuera, no les permite terminar de arraigar.

-De recuperar su democracia, ¿volvería a Venezuela? 
-Trato de no pensar en eso. 

 -Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira un extranjero, un inmigrante? 
 -Se me antoja como el vidrio de una taquilla detrás del cual se ve un parque de diversiones al que uno no sabe si alguna vez va a poder entrar. 
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