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El eclipse de Marco Antonio Ettedgui

Homenaje al fallecido creador y en cuya memoria se entrega el premio homónimo, en vísperas del Día Internacional del Teatro

  • Diario El Universal

25/03/2018 06:22 pm

CATHERINE MEDINA MARYS

El joven camina hacia el proscenio de El cadáver exquisito, uno de los cuatro programas del espacio Gestos y palabras del antiguo Canal 5 para los cuales entregó su actuación.

¿Cuántos años tendría sobre esta tierra aquella voz diáfana? Al momento de fallecer contaba con 22 años. Es claro, rotundo, mortal: "Se nos acabó la fiesta", exclama nostálgico. Y se saca de la solapa izquierda del traje, como cualquier dadaísta común, una paloma blanca que deja volar por el set. El progreso pareciera acabar con su memoria.

"La desnudez en Marco Antonio Ettedgui es lo que el color verde a Cabré", solía decir el joven creador sobre sí mismo, según cuenta uno de sus antiguos colegas de la Universidad Católica Andrés Bello. De una verborrea permanente, apasionado del estudio y de su trabajo. Encontraba inspiración atascado en el tráfico, y se apresuraba a anotar lo que viniera a su mente en una libreta que siempre tenía consigo. También era, según sus amigos, controlador y posesivo con sus parejas y compulsivo con los proyectos artísticos que desarrollaba.

No comía, según le contara Berenice Daes de Ettedgui a la periodista Maritza Jiménez, aunque ésta última lo recuerda en su época como columnista de El Universal, picando de aquí y de allá. Tal y como lo hacía con el arte, y más concretamente con su arteología.

En el transcurso de los 22 años que Ettedgui tenía cuando fue víctima de un fatal accidente al final de la décimonovena función de la obra Eclipse en la casa grande, tuvo un período productivo tan breve como fructífero. Así precisa Elsa Flores en el libro Ettedgui: arte-información para la comunidad, donde explica además que "en ese lapso logró escribir su nombre en las artes plásticas venezolanas, aunque es difícil evaluar, a tan corta distancia, el alcance, los límites y las consecuencias de su tan fugaz registro".

Inspirado en sus viajes a la ciudad de Nueva York y el auge del performance en sus galerías, desarrolló una línea investigativa y experimental que bautizó como Arteología y que se concretó en una serie de siete performances en el garaje de la tienda de lámparas Araya.

Arteología planteaba el arte como un diálogo comunicativo-informativo. Fue Ettedgui una de las primeras figuras interesadas en difuminar la línea entre la teatralidad de una actuación en solitario y la experiencia artística no objectual. Tenían un carácter lúdico, en el que el artista jugaba y mostraba su cuerpo como código a descifrar y como mensaje a interpretar. Pero también tenían carácter formativo: "El artista informa, el artista educa, el artista conmueve", solía explicar al inicio de cada velada.

"El público no cambia con el arte", advertía Ettedgui sobre la conducta de los observadores, "pero el arte puede alterar la conducta privada del espectador". Lo que apuntaría, según analiza Flores, a una transformación social. De esta forma, Ettedgui rompía con el mito endulcorado del arte como principal catalizador social y proponía, más bien, una "función individual del arte hacia un fin social".

No llegó a graduarse de Comunicador Social en su alma máter, la Universidad Católica Andrés Bello. Para septiembre de 1981, mes de su muerte, había sido invitado a una estadía en Francia para tomar contacto con representantes del nuevo teatro galo. Ettedgui solamente quería comer, bailar, dormir, amar, morir. Al final, y como exclama en El cadáver exquisito, solo le quedó el fin.

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