Ya a estas alturas de la temporada de premios cinematográficos, que terminará el 24 de este mes con la entrega de los Óscar, el cineasta mexicano Alfonso Cuarón debe encontrarse plácidamente apoltronado en alguna habitación de un hotel cinco estrellas de Beverly Hills, esperando a que otra estatuilla más llegue a sus manos.
Roma, la película con la que el realizador nacido en Ciudad de México rememora los años de su niñez y, en especial, a las dos mujeres que en esos años fueron fundamentales para él -su madre en plena separación y su nana indígena-, es, sin ninguna duda, una gran obra que logrará la trascendencia, pero el hecho de que la Academia de Cine Británica le haya otorgado sus dos máximos premios -Mejor Película y Mejor Película de Habla No Inglesa- suena un tanto excesivo frente a producciones que, como The Favourite, no deberían quedar restringidas al Bafta a Mejor Película Británica, pues su planteamiento -las maquinaciones, traiciones y manipulaciones en el interior del centro del poder- también es universal.
Como quiera que sea, el doble premio a Roma obliga a reflexionar acerca de una temporada de premiaciones en las que no está representada la mayor parte de toda la producción fílmica de uno o varios países, en este caso de Estados Unidos y de Reino Unido.
Si se parte del hecho de que al año se producen en promedio en Reino Unido poco más de 200 películas, no se entiende por qué los académicos ingleses no reservan su Bafta estrella a una producción local y eliminan una categoría tan excluyente como la de Mejor Filme Británico.
Parte de la respuesta está en el hecho de que tres compañías estadounidenses son las que mueven los engranajes de la industria cinematográfica británica.
Igual, no se dejan de reconocer los méritos artísticos de Roma, pero la cinta de Lanthimos, a mi juicio, es superior.
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