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Piedad Bonnett: “La poesía es una forma de transcendencia”

La escritora colombiana publicó su más reciente novela "Donde nadie me espere" con la editorial Alfaguara

  • DULCE MARÍA RAMOS

06/01/2019 01:00 am

Luego de cerrar su luto literario con Lo que no tiene nombre (2013) y Los habitados (2017) –Premio de Poesía Generación del 27–, Piedad Bonnett regresa al género narrativo con la obra Donde nadie me espere (2018), en la que cuenta la historia de Gabriel, un joven solitario que decide abandonar, o más bien huir, de su mundo para deambular sin rumbo por las calles ante lo que él considera el fracaso de su vida. Una novela que habla sobre la locura, la libertad y la soledad, temas que han obsesionado a la autora, quien gracias a su pluma poética se permite hablar del dolor con sutileza pero también sin tabúes.

–Los lectores han vinculado la historia de su nueva novela con Daniel, su hijo. ¿Ha sido difícil desvincularse?
–Desvincularse literariamente no es tan fácil como uno piensa. Cuando escribí Lo que no tiene nombre y Los habitados pensé que cerraba ese momento. Cuando retomé la escritura de esta novela, no pensé que pudiera tener nexos demasiado evidentes; sin embargo el inconsciente me traicionó. Tengo que reconocer que cuando empecé a escribir esta historia, en el año 2007, lo hice porque Daniel en medio de una crisis nos dijo: “Mamá, papá, váyanse. Yo me hago un indigente”. Eso detonó en mí un interés. Siempre me he interesado por el suicidio, por la enfermedad mental y la indigencia. Los escritores tenemos un sentido premonitorio, una intuición muy poderosa. Creo que esos miedos, que luego se hicieron realidad, previamente ya estaban como intereses literarios. Ahora por qué no me termino de desvincular, porque Lo que no tiene nombre me señaló de alguna manera, yo no me he podido desprender del interés de los lectores por ese libro, me llegan todos los días cartas. La gente asoció que yo escribí sobre el suicidio y que puedo ayudarlos cuando hay un peligro, me han tomado como una consejera. Estudié mucho sobre el tema y tampoco me he negado a escuchar a la gente; primero, porque ella me enseña cosas; y segundo, porque en el fondo de la literatura está latiendo el sentimiento de la empatía.

–Esta es la historia que su hijo pudo tener, ¿lo hubiera preferido?
–No. Nunca. Si Daniel hubiera desaparecido, como he registrado tantas historias de muchachos que desaparecen porque la enfermedad mental los hace desvariar, no lo habría soportado. Prefiero la certeza de la muerte y saber que él descansa.

–Como madre, ¿no le resulta cruel preferir la muerte de un hijo?
 –No. El amor consiste en elegir la opción menos atroz para que no sufra. La gente no se atreve a decir la verdad, le tiene mucho miedo a las palabras. Si algo tenemos los escritores es que somos capaces de decir cosas aparentemente brutales, pero plantear opciones drásticas. Prefiero a Daniel muerto que extraviado o anulado.

–El protagonista de su historia, Gabriel, podría representar un símbolo de esta generación que vive en constante incertidumbre.
–No estoy segura. Estoy hablando de una etapa de la vida, entre los veinte y los treinta años, que es de absoluta incertidumbre, una época de tomar muchas decisiones. En mis años de profesora, vi esa fragilidad en mis estudiantes. Yo también lo viví, cuando salí de la universidad fue un salto al vacío, sin trabajo, con una maternidad temprana, un montón de cosas que hicieron que esos años de mi vida fueran anímicamente turbulentos. Entiendo que esta generación pueda tener muchas incertidumbres, pero también tiene más posibilidades de las que tuvimos nosotros, es una generación más viajera e hiperconectada.

–En algún momento, Gabriel dice: “Durante meses la tarea fue sobrevivir. La de ahora es vivir, que no es menos difícil”.
–Es lo que le pasa a la mayoría de los seres humanos, que creen que están viviendo y no es así. Estamos es un sistema capitalista de la hiperproducción que nos condena a la supervivencia. Hay que ingeniarse formas de vivir, abrir ventanas a la vida, pero la mayoría de la gente no lo hace porque no puede, no tiene los alcances o no tiene la valentía.

–También en la novela usted cuestiona el concepto de felicidad.
–Es lo que buscamos todos en la vida: ser felices. En términos absolutos eso sí es una entelequia, es una ficción. Somos felices en ciertos períodos de la vida o por momentos. Esta es una sociedad que nos invita a unos sueños posibles y absolutos, pensamos en la felicidad con grandes letras, rápido la vida nos demuestra que eso no es así.

–Gabriel enfrenta una absoluta soledad, quizás un mal de este siglo: estamos más conectados, pero también más solos.
–La soledad tiene dos caras. La soledad escogida y productiva que es, por ejemplo, la soledad del escritor o del artista. Y la soledad no elegida, que es la trágica, impuesta por algo. Si algo vi yo en la universidad fue muchachos solos, sin poder romper la barrera de la soledad porque habían sufrido bullying en la infancia, violencia familiar, timidez, incapacidades o por ser diferentes. En la literatura me han interesado siempre los personajes descentrados. En mi caso, si bien cuando niña tenía cierto liderazgo, en el fondo era muy sola y por eso la literatura me dio sustento. Me refugié en la literatura porque sabía que yo era distinta de alguna manera. Por eso conozco internamente esa soledad.

–Con esta novela usted rompe un tabú sobre la depresión.
–Vivimos en una sociedad de enormes exigencias. La depresión es un secreto y la sociedad le huye a la gente deprimida. Hay un falso mandato a la euforia. La literatura está destapando todos los temas tabú, estamos en una época donde volvimos a lo autobiográfico,

–Género muy criticado. ¿Usted lo defiende?
–Sí, totalmente. Siempre que tenga una calidad literaria y una capacidad de hondura, de reflexión, que nos dispare a otros temas. Estamos llenos de historias para contar, la literatura no tiene límites.

–Siguiendo con el tema de la soledad, ¿hasta qué punto ésta representa libertad?
–Es uno de los grandes temas de este libro, primero cuando mi personaje queda desprendido de todo, eso se supone que es libertad; pero cuando esa libertad no tiene meta, cuando tú te levantas y no sabes qué vas hacer en el día, esa la libertad puede devolverse contra ti como un bumerán y causarte una ansiedad aterradora. Hay una reflexión implícita también sobre el trabajo porque nos sostiene, nos da rutina, una vida cotidiana.

–Su personaje se cuestiona sobre el paso del tiempo y la angustia que representa el futuro. ¿Cómo ha enfrentado usted el tiempo?
–He hecho un trayecto tan largo de trabajo que no me preocupa el futuro. Me interesa tener siempre un proyecto, una obsesión, un deseo y eso va construyendo mi futuro. Eso es un lujo de la vejez cuando no existen angustias económicas. Lo lindo del escritor es que el trabajo no termina nunca, mientras tenga lucidez. A lo único que le tengo mucho miedo es que mi memoria se vaya desvaneciendo y de pronto me anule. Lo que siempre quisiera tener son ganas de vivir, de hacer y de inventar. Tampoco le tengo miedo al ocio porque tengo una biblioteca enorme con libros que aún no he leído.

–Mircea Cartarescu hace poco dijo que le debía todo a la poesía.
–El gran impulso de todo lo que hago es la poesía, en el sentido más amplio de la palabra. La poesía es una forma de transcendencia, no para perpetuar, sino para ir más allá de la realidad cotidiana.

–Hace dos años, cuando le pregunté sobre su ventana me, dijo que miraba hacia la muerte, pero también hacia el futuro que eran sus nietos. ¿Hoy?
–Se mantiene tal cual.

–Y finalmente, ¿qué representa para usted su escritorio?
–Mi escritorio siempre ha sido un refugio, simbólicamente. Es el lugar que más me pertenece dentro de mi casa.

@DulceMRamosR
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