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Una inesperada jugada de la realidad

“Candy bar” es un documental sobre la obesidad al que el hambre puso en jaque. Su directora Alejandra Szeplaki cuenta cómo la crisis alimenticia nacional la obligó a replantearse el filme

  • JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

10/12/2018 01:00 am

Documentar la realidad puede ser una tortura. De eso sabe la cineasta venezolana Alejandra Szeplaki, quien en 2015, motivada por un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) según el cual Venezuela estaba cerca de destronar a México como el país con más casos de obesidad en América Latina, emprendió la realización del documental Candy bar. Comer es un acto político.

El caso es que durante las grabaciones y ya en postproducción, el país entró en una crisis alimentaria que amenazó con tirar por la borda el planteamiento original de Candy bar. “En plena realización de la película pasamos de ser un país con sobrepeso a uno con hambre”, comenta Szeplaki.

-¿Qué pasó entonces?
-El proyecto colapsó, me quedé sin tema y con un documental sin vigencia. Paré la película y comencé a enfrentar el tema desde otra perspectiva. Reescribí el guion en caliente, agregué nuevas secuencias y terminé incluyendo mi historia personal: la de una cineasta que emigra con un documental a medio hacer y que se enfrenta a un tema y a una realidad que la sobrepasa... Edité la película de nuevo.

-Formalmente, ¿qué decisiones tomó?
-Agregué como supra-arco dramático mi historia, lo que me permitió incluir una voz en off que ayudó a surfear los baches narrativos y los elementos que ya no podía volver a filmar. Como emigré a Argentina, decidí incorporar a este país como coproductor, por lo que necesitaba buscar una salida para sacar adelante el filme. Reedité varias veces y luché por mantener el concepto de la película dando varias vueltas de tuerca al tema hasta encontrar una estructura narrativa consecuente con el filme y con el país.

-¿Tocó todos los aspectos de la situación alimenticia en Venezuela o le quedó algo por profundizar?
-El tema de la alimentación es muy complicado. Mi película lo aborda no desde lo nutritivo, sino desde la complejidad política, social, cultural, emocional que está implícita en el plato de comida. Un solo documental no alcanza para abordarlo en todas sus aristas. Además, es una situación que está en pleno desarrollo. Intenté, desde lo más honesto de mi corazón, plantear algunas ideas sobre el tema que, me parece, dan claves para reflexionar desde diferentes perspectivas sobre la dramática realidad venezolana.

-¿A qué obedece el subtítulo de Candy bar: "comer es un acto político"? ¿Qué desea que los espectadores entiendan?
-La comida no es solo un conjunto de nutrientes que satisfacen el hambre, es una mercancía que se nos vende con toda una artillería pesada de publicidad detrás. La industria alimenticia ha vuelto a la comida un producto expuesto en un supermercado: un candy bar. Como dijo Marvin Harris: “Es buena para vender antes que buena para comer”. Pero la alimentación humana es muy compleja, la comida está atravesada de relaciones sociales, culturales, de clases, económicas: comemos lo que podemos pagar… Finalmente, las decisiones políticas de un país estarán presentes de forma directa en tu plato de comida. Entonces comer más que un acto nutricional, es un acto político.


El alimento genera categorías socioculturales: comida popular (Cortesía)

-¿Qué reflexiones como documentalista le dejó Candy bar? ¿Cree que es posible abordar una realidad en un entorno tan voluble y cambiante como el venezolano?
-Para mí, Candy bar fue un ejercicio de manejo positivo de la incertidumbre. Todo era tan frágil: mis posibilidades económicas, mi vida cambiando, el país colapsado... Cuando doy clases de cine hay una frase que uso mucho: “Un documental es un dardo lanzado a una diana en la oscuridad”, y adaptarse de la forma más eficaz a los cambios es el deber de un documentalista. Candy bar fue la demostración en la práctica de ese paradigma... Yo, por necesidad, aprendí muchas cosas técnicas que tuve que resolver por mí misma. Aprender de mis errores, dar marcha atrás de ideas ya grabadas, tener mente fría para poder replantear el filme, usar los pocos recursos de mil y una formas para rendir el presupuesto, pensar cómo salir del atolladero con un tema que exigía más y más y donde sentía que estaba estancada. Fue un reto trabajar en un entorno y con un tema que cada mes cambiaba, sentí que hacer un documental es como tratar de mantener encendida una vela en dentro de una tormenta de arena. La gran enseñanza es tener fe en el documental, confiar en la vida y perseverar guiado por la luz interior.

-¿Cuál considera es el mayor aporte de su película?
-Uno nunca puede medir el aporte un filme, si aporta o no, pero creo que uno trabaja para documentar un momento histórico, dejar una huella y un testimonio de un momento país, para la memoria de la nación. Creo que los documentales ayudan a reflexionar y pensar sobre nuestra sociedad. El aporte es un rayo de luz sobre una temática compleja y “más vale encender una vela que maldecir la oscuridad”.

Pese a los obstáculos, Candy bar está terminado para recordar que comer, más nutrirse, es amar, recordar, sufrir, pertenecer a determinada clase social, comprar, pagar… y estar sometido a las políticas un Estado que, en nuestro caso, no ha sabido resolver las variables que nos han llevado a la situación diagnosticada por la FAO este mismo año: “El hambre en Venezuela se triplicó entre los años 2016 y 2018”.

Szeplaki analiza ahora cómo exhibir su obra. “Antes que una sala de cine tradicional, pensamos que el espacio natural para Candy bar serían las universidades, los cine foros en centros culturales, donde podamos hablar del filme, compartir y dar nuestros propios puntos de vista sobre el tema”, concluye la cineasta.

@juanchi62
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