Cuando el primer gobierno de Rafael Caldera prohibió la exhibición en Venezuela de El último tango en París, sin siguiera imaginarlo, restringió las posibilidades de que más allá de una escena de sexo entre un hombre y una mujer -en la que se involucraba una barra de mantequilla-, aquel filme de Bernardo Bertolucci mostrara una realidad que siempre inquietó al cineasta italiano: la soledad del hombre contemporáneo y las conductas que se desprenden de ella.
La obra de Bertolucci, quien falleció este lunes en Roma a los 77 años, posiblemente debido a un cáncer, es un constante acuse de recibo de la crisis moral e ideológica de la humanidad de su época. En sus películas más políticas, casi todas de los años iniciales de su carrera, como La estrategia de la araña (1970) o El conformista, se acerca a los resortes más violentos de la práctica política, no con ánimo documentalista, sino desde la intimidad que le permiten los personajes de ficción, afectados directa o indirectamente por la guerra, el surgimiento del fascismo o la inevitable proximidad de la muerte.
Si bien su producción de los últimos años no representa lo mejor de su carrera, es justo reconocer que el realizador, que ganó cierta fama como poeta en la Universidad de Roma La Sapienza, fue en su época de mayor lucidez intelectual y artística un crudo y a la vez delicado cronista de una sociedad sumida en la incomunicación, dividida por la discriminación de la mayoría por unos pocos, hambrienta de afecto, perdida en el irreprimible deseo amoroso.
Eso sí, debo escribirlo: jamás El último emperador podrá ubicarse por encima de la belleza y descarnada poética de El último tango en París. Jamás podrá hacerlo El pequeño buda si se le compara con películas como La luna o Novecento. Queda, pues, recalibrar su obra.
En el ayuntamiento de Roma se le despide hoy. La historia "negra" de su trato a Maria Schneider, quedará para alimentar morbos; su obra, para revelarnos al gran artista que fue.
@juanchi62
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