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"Carmina Burana" le cantó a una Caracas de contrastes

Krysthyan Benítez cautivó en el piano con un concierto de Rachmaninov

  • JORDAN FLORES

15/10/2018 01:00 am

Lo mágico y lo profano se unieron para proyectar los contrastes de una ciudad tan bella como caótica, mientras que la icónica apertura del Carmina Burana fue entonada por un coro vestido de médicos, costureras, mototaxistas, obreros y hasta empleados públicos. 

Así, en ese aire que respira lo mundano, las Nubes de Calder del Aula Magna de la UCV cobijaron el concierto que reunió a más de 300 artistas, y donde las notas apocalípticas de la obra de Carl Orff encajaron perfectamente con los paisajes urbanos de Caracas. 

El espectáculo mismo fue un contraste entre la vanguardia del evento principal, y la formalidad del recital que lo antecedió, en el Concierto N° 2 para piano de Rachmaninov, en el que el pianista Kristhyan Benítez demostró su maestría. 



Benítez, quien regresó al país para la ocasión después de dos años, realizó una ejecución llena de variaciones en su ritmo, acompañado por la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal Ayacucho, dirigida por la excepcional Elisa Vegas. 

La química musical entre Vegas y Benítez permitió llenar la sala con la atmósfera tensa que genera Moderato, primer movimiento de la pieza, la cual alterna en tonos y escala hasta el segundo movimiento, Adagio sostenuto, de un ritmo más pacífico, que se diluye y da paso al Allegro scherzando, en el que Benítez culmina renovando la tensión y el clímax en una nota alta. 

Pero en Carmina Burana, la solemnidad de la presentación cambió por un estilo más informal en la vestimenta, tanto de la orquesta como del coro, que reunió siete agrupaciones. 



En la introducción, Fortuna imperatrix mundi, los coristas representaron en su performance una oda a la cotidianidad, mientras en las pantallas se proyectaban imágenes de Caracas en todo su esplendor y decadencia, mostradas al el ritmo de la música. 

En la primera parte, Primavera, la melodía risueña se mezcló con las imágenes de la urbe en el pasado, evocando la nostalgia de la capital que alguna vez fue y no volverá. 

Los solistas Julio César Salazar, Ninoska Camacaro y Álvaro Carrillo tuvieron un rol estelar en las partes de In taberna y Cour d'amours, cuyos juegos de voces narraron la desdicha, el despecho y el exceso, pero también la pasión, el cortejo y la belleza del primer amor, que voló en forma de aviones de papel lanzados por los niños de la coral del Colegio Humboldt y el núcleo San Agustín de El Sistema. 

Al final, la obra vuelve a sus inicios con O Fortuna, cerrando el ciclo de vida y muerte, día y noche, en una ciudad que permanentemente está creándose y destruyéndose a sí misma. 
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