Luis Villamizar: “Estoy como en una cuerda floja entre la artesanía y el arte”
El artista expone en la Sala Mendoza la muestra "Ye’kwanías", un homenaje contemporáneo a la tradición ancestral
Vinculado desde los años 90 con las comunidades ye’kuana, en las cuencas del río Orinoco, el artista Luis Villamizar (Maracay, 1947) ha imbricado esa producción artesanal con el sentido de su misma práctica artística, centrada en una toma de posición ante un mundo en el cual el arte debe revisar sus mismos postulados y asumir postura respecto a problemas que nos advierten que el llamado progreso, tal como lo entendemos, no puede continuar.
Así lo podemos apreciar en Ye’kwanías, con la que participa, junto a Ricardo Corredor, Claudia Lavegas y Daniel Reynolds en el proyecto Por los 4 vientos: Resonancias amerindias en el arte contemporáneo en Venezuela, exposición que tiene lugar hasta junio en la Sala Mendoza, en colaboración con Henrique Faria New York.
“Esta exposición sería más bien una experiencia de pensamiento y un ejercicio de ficción antropológica”, afirma el artista sobre la muestra que busca explorar y reflejar la cultura, identidad y cosmovisión de un pueblo en obras que combinan elementos tradicionales con un enfoque contemporáneo, creando un diálogo entre lo ancestral y lo moderno.
“No se trataba de imaginar una experiencia, sino de experimentar el pensamiento mismo de toda esa novedosa impresión a través de imágenes”, subraya sobre esta muestra que busca sensibilizar y generar conciencia sobre la importancia de preservar y valorar las culturas originarias, promoviendo un mayor entendimiento y respeto hacia ellas.

“Las manos de los artesanos que fabrican la cestería son mi materia prima”, confiesa. “Es el tejido ye’kuana, que es uno de los mejores entre nuestras comunidades indígenas. Ellos hacen una parte y yo hago la otra; estoy como en una cuerda floja entre la artesanía y el arte, porque el trabajo depende de la artesanía y las manos de las tejedoras”.
Cuenta que él manda a hacer en las comunidades tejidos que luego corta y pega, en función de las necesidades de la obra. “Así hago mi trabajo, en el que de una manera quiero reflejar la belleza, el tesoro que está ahí. Ellos hacen sus cestas clásicas y yo las intervengo. Es como una ironía de lo que ellos hacen. Hay mucho que aprender de ellos, y la idea de la exposición es justamente poner en evidencia esa mirada que tenemos que hacer todos, que miremos hacia nosotros mismos, que aquí tenemos un tesoro, ahí tenemos la salvación. La Orinoquia, que es algo vivo y virgen, si la sabemos aprovechar será nuestra gran riqueza”.
Luis Villamizar fue uno de los artistas venezolanos más destacados en el llamado arte no convencional que dominó el panorama nacional en la década de los 80. Trabajó en el taller de Carlos Cruz-Diez, en los 70, donde asumió la responsabilidad de proyectos célebres del maestro del arte cinético, como los del Aeropuerto Internacional de Maiquetía, los silos y el Muro de Inducción Cromática en La Guaira, o el Muro de Color Aditivo, a lo largo de la Autopista Francisco Fajardo.
Allí estuvo hasta 1975, cuando, dice, empezó a romperse el monopolio de los estilos dominantes hasta entonces, y términos como arte conceptual, investigación, arte no convencional, happenings, performance, irrumpen en la escena como nuevos paradigmas en torno al sentido de la obra y el papel del artista en la sociedad.
De esa época son sus intervenciones en locaciones inéditas que involucran la naturaleza y la ciudad: Espirales de hojas (Colonia Tovar, 1977), Camino de cal (Prados del Este, 1976), Guías perdidas (Médanos de Coro, 1976), Suicidio (Caracas,1976), Men at Work (Médanos de Coro, 1976), Acción sobre cuadrado (Caracas, 1976) y Principio del performance (Caracas,1976).

En 1982, su obra El Atlas de mis sentidos (1981), secuencia fotográfica de carácter conceptual, fue premiada en el VII Salón Nacional de Jóvenes Artistas con una beca Gran Mariscal de Ayacucho que le permitió seguir estudios en Nueva York, donde, luego de varios años regresó, dice, “con las tablas en la cabeza”.
“Me fui creyendo que en Nueva York iba a continuar con el arte conceptual”, explica, pero allá en esa década arrancó un revival de la pintura impulsado por la economía de la financiación, que se da cuando los capitales producen más capital que abrir una empresa. Y esos capitales, para dinamizar la economía en el arte, vuelven a la pintura, al expresionismo, la abstracción, el arte posmoderno; compraron galerías, revistas, se subastan cuadros por millones. Una vez que el capital compra la cultura, todo cambia. Entonces sentí que ya no había nada que hacer”.
No había tenido tiempo de conocer el país, dice. Había vivido y estudiado en Londres, Washington, Miami, y luego Nueva York, y a su regreso emprende un viaje al sur, donde monta con un amigo un campamento turístico en Amazonas, que mantuvieron por dos años.
“Desde allí veía a los indígenas, y cuando el proyecto culminó, conseguimos el permiso y nos fuimos en un viaje de seis días por el río Caura. Fue un shock. Había un congreso de ye’kuanas brasileños y venezolanos, donde hablé y les dije que tenían que prepararse y no abandonar sus tierras, sino producir e intercambiar con el mundo de los criollos. Comencé a trabajar con ellos abasteciendo aquí en Caracas las tiendas de los museos, La Yakera, el BOD y coleccionistas. Así estuvimos varios años, pero luego vino el nuevo Gobierno y todo cambió”.
@weykapu
Así lo podemos apreciar en Ye’kwanías, con la que participa, junto a Ricardo Corredor, Claudia Lavegas y Daniel Reynolds en el proyecto Por los 4 vientos: Resonancias amerindias en el arte contemporáneo en Venezuela, exposición que tiene lugar hasta junio en la Sala Mendoza, en colaboración con Henrique Faria New York.
“Esta exposición sería más bien una experiencia de pensamiento y un ejercicio de ficción antropológica”, afirma el artista sobre la muestra que busca explorar y reflejar la cultura, identidad y cosmovisión de un pueblo en obras que combinan elementos tradicionales con un enfoque contemporáneo, creando un diálogo entre lo ancestral y lo moderno.
“No se trataba de imaginar una experiencia, sino de experimentar el pensamiento mismo de toda esa novedosa impresión a través de imágenes”, subraya sobre esta muestra que busca sensibilizar y generar conciencia sobre la importancia de preservar y valorar las culturas originarias, promoviendo un mayor entendimiento y respeto hacia ellas.

Villamizar: “Las manos de los artesanos que fabrican la cestería son mi materia prima” (CORTESÍA SALA MENDOZA)
“Las manos de los artesanos que fabrican la cestería son mi materia prima”, confiesa. “Es el tejido ye’kuana, que es uno de los mejores entre nuestras comunidades indígenas. Ellos hacen una parte y yo hago la otra; estoy como en una cuerda floja entre la artesanía y el arte, porque el trabajo depende de la artesanía y las manos de las tejedoras”.
Cuenta que él manda a hacer en las comunidades tejidos que luego corta y pega, en función de las necesidades de la obra. “Así hago mi trabajo, en el que de una manera quiero reflejar la belleza, el tesoro que está ahí. Ellos hacen sus cestas clásicas y yo las intervengo. Es como una ironía de lo que ellos hacen. Hay mucho que aprender de ellos, y la idea de la exposición es justamente poner en evidencia esa mirada que tenemos que hacer todos, que miremos hacia nosotros mismos, que aquí tenemos un tesoro, ahí tenemos la salvación. La Orinoquia, que es algo vivo y virgen, si la sabemos aprovechar será nuestra gran riqueza”.
Luis Villamizar fue uno de los artistas venezolanos más destacados en el llamado arte no convencional que dominó el panorama nacional en la década de los 80. Trabajó en el taller de Carlos Cruz-Diez, en los 70, donde asumió la responsabilidad de proyectos célebres del maestro del arte cinético, como los del Aeropuerto Internacional de Maiquetía, los silos y el Muro de Inducción Cromática en La Guaira, o el Muro de Color Aditivo, a lo largo de la Autopista Francisco Fajardo.
Allí estuvo hasta 1975, cuando, dice, empezó a romperse el monopolio de los estilos dominantes hasta entonces, y términos como arte conceptual, investigación, arte no convencional, happenings, performance, irrumpen en la escena como nuevos paradigmas en torno al sentido de la obra y el papel del artista en la sociedad.
De esa época son sus intervenciones en locaciones inéditas que involucran la naturaleza y la ciudad: Espirales de hojas (Colonia Tovar, 1977), Camino de cal (Prados del Este, 1976), Guías perdidas (Médanos de Coro, 1976), Suicidio (Caracas,1976), Men at Work (Médanos de Coro, 1976), Acción sobre cuadrado (Caracas, 1976) y Principio del performance (Caracas,1976).

La muestra estará abierta hasta el 28 de junio (CORTESÍA SALA MENDOZA)
En 1982, su obra El Atlas de mis sentidos (1981), secuencia fotográfica de carácter conceptual, fue premiada en el VII Salón Nacional de Jóvenes Artistas con una beca Gran Mariscal de Ayacucho que le permitió seguir estudios en Nueva York, donde, luego de varios años regresó, dice, “con las tablas en la cabeza”.
“Me fui creyendo que en Nueva York iba a continuar con el arte conceptual”, explica, pero allá en esa década arrancó un revival de la pintura impulsado por la economía de la financiación, que se da cuando los capitales producen más capital que abrir una empresa. Y esos capitales, para dinamizar la economía en el arte, vuelven a la pintura, al expresionismo, la abstracción, el arte posmoderno; compraron galerías, revistas, se subastan cuadros por millones. Una vez que el capital compra la cultura, todo cambia. Entonces sentí que ya no había nada que hacer”.
No había tenido tiempo de conocer el país, dice. Había vivido y estudiado en Londres, Washington, Miami, y luego Nueva York, y a su regreso emprende un viaje al sur, donde monta con un amigo un campamento turístico en Amazonas, que mantuvieron por dos años.
“Desde allí veía a los indígenas, y cuando el proyecto culminó, conseguimos el permiso y nos fuimos en un viaje de seis días por el río Caura. Fue un shock. Había un congreso de ye’kuanas brasileños y venezolanos, donde hablé y les dije que tenían que prepararse y no abandonar sus tierras, sino producir e intercambiar con el mundo de los criollos. Comencé a trabajar con ellos abasteciendo aquí en Caracas las tiendas de los museos, La Yakera, el BOD y coleccionistas. Así estuvimos varios años, pero luego vino el nuevo Gobierno y todo cambió”.
@weykapu
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones