A cien años del nacimiento del escritor y poeta japonés
La modernidad fue el sable que mató a Yukio Mishima
El autor de Caballos desbocados estuvo más preparado para la muerte que para la vida
Las fundas de las espadas se agitan
tras años de espera.
Hombres valientes parten
a caminar sobre la primera helada del año.
(Último poema de Yukio Mishima)
Hace apenas cinco días se cumplieron cien años del nacimiento de Yukio Mishima, uno de los grandes autores japoneses de la segunda mitad del siglo XX, de permanente resonancia. Nació el 14 de enero de 1925, pero, en verdad, se le recuerda más por la manera en la que concibió su muerte el 25 de noviembre de 1970: a través del ritual del seppuku, una forma de morir con honor para los samuráis en la que quien decide someterse a ella abre su abdomen en cruz con una especie de puñal (tantō), hasta que un ayudante le corta la cabeza con un sable.
Llegar a tal final representó para él un largo trayecto de reflexiones sobre la tradición y la modernidad en su país.
La de Mishima fue una vida llena de contradicciones. Fue novelista, ensayista, poeta, dramaturgo, guionista y crítico, pero también actor y modelo que rendía culto a su cuerpo. Bien podía aparecer en las listas de fuertes candidatos al Premio Nobel de Literatura -de hecho, se coló en ellas en tres ocasiones-, como bien podía posar como el mártir religioso e ícono homosexual San Sebastián para el fotógrafo Eikoh Hosoe.


tras años de espera.
Hombres valientes parten
a caminar sobre la primera helada del año.
(Último poema de Yukio Mishima)
Hace apenas cinco días se cumplieron cien años del nacimiento de Yukio Mishima, uno de los grandes autores japoneses de la segunda mitad del siglo XX, de permanente resonancia. Nació el 14 de enero de 1925, pero, en verdad, se le recuerda más por la manera en la que concibió su muerte el 25 de noviembre de 1970: a través del ritual del seppuku, una forma de morir con honor para los samuráis en la que quien decide someterse a ella abre su abdomen en cruz con una especie de puñal (tantō), hasta que un ayudante le corta la cabeza con un sable.
Llegar a tal final representó para él un largo trayecto de reflexiones sobre la tradición y la modernidad en su país.
La de Mishima fue una vida llena de contradicciones. Fue novelista, ensayista, poeta, dramaturgo, guionista y crítico, pero también actor y modelo que rendía culto a su cuerpo. Bien podía aparecer en las listas de fuertes candidatos al Premio Nobel de Literatura -de hecho, se coló en ellas en tres ocasiones-, como bien podía posar como el mártir religioso e ícono homosexual San Sebastián para el fotógrafo Eikoh Hosoe.

Emulando a San Sebastián para el lente de Eikoh Hosoe
Criado por su abuela Natsu, una mujer propensa a los arranques de ira, proveniente de una familia vinculada a los samuráis, Mishima, nacionalista de derecha, siendo apenas un adolescente, ya había devorado con avidez a Wilde y Rilke, puentes por los que se acercó a Occidente, de cuya tradición literaria tomó, si se quiere, la limpia sinceridad de la palabra sin ornamentos que oculten su significado. Su obra, la narrativa, es directa, con las metáforas justas, vinculadas al “yo” del autor y renuentes al narcisismo literario.
“Creo que el problema de mi literatura es que la estructura es demasiado dramática. Es un impulso que me resulta incontrolable. Soy incapaz de escribir una novela como si se tratara de un río cuyas aguas van fluyendo”, admitió, no obstante, Mishima en una entrevista realizada por uno de sus traductores al inglés, John Bester.
“Mishima cubría una gama muy amplia, no solo como persona sino también como escritor, porque escribía novelas, obras teatrales, ensayos, críticas, etc. Sin embargo, lo que él pretendía con su obra literaria, por ejemplo en el caso de sus novelas, tanto en su metodología como en sus temas, era único, radicalmente diferente a lo que hacían otros escritores. Por ejemplo, respecto a la homosexualidad, no hubo otro escritor que desarrollara ese tema en su obra literaria; fue algo exclusivo de Mishima. Temas como la soledad, el aislamiento mental y espiritual, que también él abordó, tampoco eran tratados. Lo mismo ocurrió con el seppuku, el sadismo y el masoquismo. Fueron temas peculiares de la obra de Mishima y no aparecían en otros escritores. Otra diferencia fue que muchos exponentes de la literatura japonesa de la posguerra eran gente de izquierda; buen número de ellos incluso militantes o simpatizantes del partido comunista. Otros, si bien mantenían cierta distancia del partido, participaban de la idea de que la actividad literaria debía influir en la sociedad”, dijo en una ocasión el investigador de literatura japonesa moderna, especializado en Mishima, Takashi Inoue.
Criado por su abuela Natsu, una mujer propensa a los arranques de ira, proveniente de una familia vinculada a los samuráis, Mishima, nacionalista de derecha, siendo apenas un adolescente, ya había devorado con avidez a Wilde y Rilke, puentes por los que se acercó a Occidente, de cuya tradición literaria tomó, si se quiere, la limpia sinceridad de la palabra sin ornamentos que oculten su significado. Su obra, la narrativa, es directa, con las metáforas justas, vinculadas al “yo” del autor y renuentes al narcisismo literario.
“Creo que el problema de mi literatura es que la estructura es demasiado dramática. Es un impulso que me resulta incontrolable. Soy incapaz de escribir una novela como si se tratara de un río cuyas aguas van fluyendo”, admitió, no obstante, Mishima en una entrevista realizada por uno de sus traductores al inglés, John Bester.
“Mishima cubría una gama muy amplia, no solo como persona sino también como escritor, porque escribía novelas, obras teatrales, ensayos, críticas, etc. Sin embargo, lo que él pretendía con su obra literaria, por ejemplo en el caso de sus novelas, tanto en su metodología como en sus temas, era único, radicalmente diferente a lo que hacían otros escritores. Por ejemplo, respecto a la homosexualidad, no hubo otro escritor que desarrollara ese tema en su obra literaria; fue algo exclusivo de Mishima. Temas como la soledad, el aislamiento mental y espiritual, que también él abordó, tampoco eran tratados. Lo mismo ocurrió con el seppuku, el sadismo y el masoquismo. Fueron temas peculiares de la obra de Mishima y no aparecían en otros escritores. Otra diferencia fue que muchos exponentes de la literatura japonesa de la posguerra eran gente de izquierda; buen número de ellos incluso militantes o simpatizantes del partido comunista. Otros, si bien mantenían cierta distancia del partido, participaban de la idea de que la actividad literaria debía influir en la sociedad”, dijo en una ocasión el investigador de literatura japonesa moderna, especializado en Mishima, Takashi Inoue.

La tradición samurái siempre anidó en Mishima (CORTESÍA)
Como hombre, Yukio Mishima aprendió -de su abuela Natsu- a no mostrar sus emociones, a ser disciplinado y a profesar una nostalgia inagotable por el pasado samurái. Esas enseñanzas alimentaron, por igual, su vehemencia por la defensa del Japón imperial, su enconada crítica a la modernización de su país y la vergüenza nacional que significó haber perdido la Segunda Guerra Mundial. Así, sus pensamientos gravitaron constantemente entre el orgullo y la humillación.
A sus ojos, la posguerra no fue más que la confirmación de que Occidente se impuso a Oriente. Por ello, sus historias y sus personajes muestran la desesperanza de las transformaciones sociales posteriores a 1945 y los contrastes entre el Japón rural y el metropolitano.
En Confesiones de una máscara (primer éxito literario de Mishima, de 1949) el narrador (y alter ego del escritor) es un joven de aspecto débil y enfermizo, solitario y taciturno, que se siente atraído por otro chico de fuerte contextura, pero el contexto social lo obliga a ocultar esas pulsiones; en El pabellón de oro (1956), un joven monje se obsesiona con la belleza de un templo budista hasta llegar a la locura y la destrucción; en El marino que perdió la gracia del mar (1963), Mishima aborda el tema de la inocencia corrompida y la confrontación entre la pureza y la brutalidad a través del relato de un joven que observa con desdén el romance de su madre con un marinero; Nieve de primavera (primera parte de la tetralogía El mar de la fertilidad, 1964-1970) es un relato nostálgico del Japón de principios del siglo XX en el que el protagonista, un joven aristócrata, vive un trágico romance, y en Caballos desbocados (de la tetralogía mencionada), Isao, el protagonista, sueña con restaurar la gloria de Japón mediante un golpe de Estado…
Ese idealista Isao es un claro reflejo de lo que fue Yukio Mishima, un artista que jamás aceptó que la tradición sucumbiera al “desarrollo”. Ver a su Japón occidentalizado supuso para él la mayor afrenta a su honor de continuador del legado samurái. No le quedaba más salida que el seppuku. Quizás, lo que no calculó el escritor es que su muerte, de la forma que la buscó, terminó alimentando morbos y ensombreciendo su obra.
@juanchi62
Como hombre, Yukio Mishima aprendió -de su abuela Natsu- a no mostrar sus emociones, a ser disciplinado y a profesar una nostalgia inagotable por el pasado samurái. Esas enseñanzas alimentaron, por igual, su vehemencia por la defensa del Japón imperial, su enconada crítica a la modernización de su país y la vergüenza nacional que significó haber perdido la Segunda Guerra Mundial. Así, sus pensamientos gravitaron constantemente entre el orgullo y la humillación.
A sus ojos, la posguerra no fue más que la confirmación de que Occidente se impuso a Oriente. Por ello, sus historias y sus personajes muestran la desesperanza de las transformaciones sociales posteriores a 1945 y los contrastes entre el Japón rural y el metropolitano.
En Confesiones de una máscara (primer éxito literario de Mishima, de 1949) el narrador (y alter ego del escritor) es un joven de aspecto débil y enfermizo, solitario y taciturno, que se siente atraído por otro chico de fuerte contextura, pero el contexto social lo obliga a ocultar esas pulsiones; en El pabellón de oro (1956), un joven monje se obsesiona con la belleza de un templo budista hasta llegar a la locura y la destrucción; en El marino que perdió la gracia del mar (1963), Mishima aborda el tema de la inocencia corrompida y la confrontación entre la pureza y la brutalidad a través del relato de un joven que observa con desdén el romance de su madre con un marinero; Nieve de primavera (primera parte de la tetralogía El mar de la fertilidad, 1964-1970) es un relato nostálgico del Japón de principios del siglo XX en el que el protagonista, un joven aristócrata, vive un trágico romance, y en Caballos desbocados (de la tetralogía mencionada), Isao, el protagonista, sueña con restaurar la gloria de Japón mediante un golpe de Estado…
Ese idealista Isao es un claro reflejo de lo que fue Yukio Mishima, un artista que jamás aceptó que la tradición sucumbiera al “desarrollo”. Ver a su Japón occidentalizado supuso para él la mayor afrenta a su honor de continuador del legado samurái. No le quedaba más salida que el seppuku. Quizás, lo que no calculó el escritor es que su muerte, de la forma que la buscó, terminó alimentando morbos y ensombreciendo su obra.
@juanchi62
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