Javier Conde: “Nunca pensé volver a vivir en mi país de nacimiento”
En el libro "Vidas exiliadas. Veintiún historias de desarraigo y luchas políticas", publicado por Barralibros Ediciones, el periodista de amplia trayectoria en el país, reúne una serie de trabajos sobre la migración venezolana
Vidas exiliadas. Veintiún historias de desarraigo y luchas políticas es el tercer libro publicado por Javier Conde (Pontevedra, España, 1955), después de Claro y raspao: una mirada a Venezuela (2006) y La conjura final. Octavio Lepage: 60 años de lucha política (2022), ambos con Editorial Alfa.
Un periodista cuya sorprendente trayectoria profesional parece confirmar la frase de Carlos Cruz-Diez: “Cuando ese vicio de la tinta entra en la sangre, no hay nada que hacer”, Javier Conde egresó de la Universidad Católica Andrés Bello en 1979. Fue becario del diario El Nacional, y al graduarse ingresa a Información Parlamentaria en el naciente El Diario de Caracas, donde es enviado especial a cubrir la guerra civil en El Salvador y luego a hacer seguimiento a la campaña presidencial de Jaime Lusinchi en 1983.
Fue Secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa en dos oportunidades, primer jefe de redacción de Primicia y el polémico TalCual y director del diario 2001.
Una trayectoria reconocida el pasado año con el VIII Premio de Periodismo Miguel Otero Silva, otorgado por la Asociación de Periodistas de Venezuela en España a su trabajo Historia de Randy, semblanza un hombre común que, como tantos millones de venezolanos, se abre paso en el exterior ejerciendo los más disímiles oficios.
La historia le dio la idea a su autor de recopilar una selección de trabajos realizados sobre política, exilio y otros temas, entre 2014, cuando salió de Venezuela, y 2024, en distintos medios en varios países (Tal Cual, La Gran Aldea, El Progreso), reunidos hoy en este volumen del sello Barralibros.
Son crónicas, reportajes de reconstrucción histórica, artículos y entrevistas, unidos por el hilo conductor del exilio, que van desde Jacobo Árbenz, el presidente guatemalteco; los cuatro años de estancia de Rómulo Gallegos en Galicia; el cubano Carlos Montaner; los prisioneros políticos Elena Quinteros, una maestra uruguaya, y el chileno y ex canciller Orlando Letelier; el historiador Manuel Pérez Vila, la educadora Elizabeth Connell o el narrador y locutor deportivo Lázaro Candal, hasta la huelga estudiantil en la UCAB en los 70.
Un periodista cuya sorprendente trayectoria profesional parece confirmar la frase de Carlos Cruz-Diez: “Cuando ese vicio de la tinta entra en la sangre, no hay nada que hacer”, Javier Conde egresó de la Universidad Católica Andrés Bello en 1979. Fue becario del diario El Nacional, y al graduarse ingresa a Información Parlamentaria en el naciente El Diario de Caracas, donde es enviado especial a cubrir la guerra civil en El Salvador y luego a hacer seguimiento a la campaña presidencial de Jaime Lusinchi en 1983.
Fue Secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa en dos oportunidades, primer jefe de redacción de Primicia y el polémico TalCual y director del diario 2001.
Una trayectoria reconocida el pasado año con el VIII Premio de Periodismo Miguel Otero Silva, otorgado por la Asociación de Periodistas de Venezuela en España a su trabajo Historia de Randy, semblanza un hombre común que, como tantos millones de venezolanos, se abre paso en el exterior ejerciendo los más disímiles oficios.
La historia le dio la idea a su autor de recopilar una selección de trabajos realizados sobre política, exilio y otros temas, entre 2014, cuando salió de Venezuela, y 2024, en distintos medios en varios países (Tal Cual, La Gran Aldea, El Progreso), reunidos hoy en este volumen del sello Barralibros.
Son crónicas, reportajes de reconstrucción histórica, artículos y entrevistas, unidos por el hilo conductor del exilio, que van desde Jacobo Árbenz, el presidente guatemalteco; los cuatro años de estancia de Rómulo Gallegos en Galicia; el cubano Carlos Montaner; los prisioneros políticos Elena Quinteros, una maestra uruguaya, y el chileno y ex canciller Orlando Letelier; el historiador Manuel Pérez Vila, la educadora Elizabeth Connell o el narrador y locutor deportivo Lázaro Candal, hasta la huelga estudiantil en la UCAB en los 70.

El libro de Conde se distribuye por Amazon, en versión digital y en físico (CORTESÍA)
-Usted llega a Venezuela a los ocho años. En 2014 sale del país, pero su periplo apunta al sur del continente. ¿Cómo fue ese recorrido?
-Salí de Venezuela en enero de 2014, hace once años. El motivo: asuntos personales y familiares. Para mi pareja resultaba insostenible la inseguridad del país, así que emprendimos este viaje, en principio no deseado, que ha resultado, sin embargo, provechoso en lo personal y profesional. Con sus durezas, de carecer de un trabajo fijo, de no tener cerca a mis hijos mayores ni ver a las amistades cercanas, la mayoría de las cuales se fueron a otros países…
“Primero fue Bogotá, por tres años y medio; luego Montevideo, por casi cuatro años, y ahora Galicia, donde llevo otros tres años y medio. Yo nací en un pueblo gallego de la costa, ahora vivo en el interior de esta comunidad autónoma. Emigré con mi mamá en 1964, con 8 años, y en Caracas estudié, me formé, me hice periodista, me casé, tuve hijos, di clases e hice periodismo en El Nacional, El Diario de Caracas, TalCual, 2001, algo de radio y colaboré con algunas revistas. Empecé de becario y terminé de director, en sitios distintos. Creo que desempeñé todas las labores del oficio y casi todas las fuentes”, agrega.
-¿Cuál es su visión de la migración venezolana?
-Somos una migración masiva, muy variada, joven en su mayoría, deseosa de hacerse una vida. A veces la siento ajena a los asuntos del país, pero, sin embargo, ha sido prolífica en crear organizaciones de todo tipo y en mandar ayuda diversa a Venezuela. Mucha de esa migración creo que no volverá. Mis dos hijos mayores, por ejemplo, viven fuera y han construido una vida, familia, hijos, trabajo y hasta han adquirido una nacionalidad nueva. Siguen siendo venezolanos y con familia en el país, preocupados por la situación del país pero, como le ocurrió a mi núcleo inicial inmigrante, se han asentado en otro ambiente. Nunca pensé, en mi caso, volver a vivir en mi país de nacimiento y ahora lo hago, aunque me siento más venezolano.
-Vidas exiliadas, se ha dicho, “reconcilia con la tarea del periodismo de historiar el presente”. ¿Cómo ve hoy la situación del periodismo?
-El periodismo aún se adapta a este nuevo mundo en el que confluyen tanto el impacto digital y las redes sociales, como el ataque frontal del mundo político, en particular de quienes ejercen el poder y les estorba la existencia de aquellos medios y aquel periodismo vigilante. Así que por dos flancos, las redes con su notoria distorsión, y los poderes políticos en ejercicio, con excepciones, se han encargado de arrinconar a los medios y al periodismo, de afectar su credibilidad y despreciar su valor en la existencia de sociedades libres y democráticas. También hay responsabilidad de los propios medios y de nosotros los periodistas, cuando nos alejamos de las buenas prácticas del oficio, del rigor y el compromiso ético, o nos sumergimos en esta ola sin diferenciar nuestros trabajos de la inmensa mayoría que se produce y se difunde sin calidad profesional.
-El género “no ficción” se dice que gana cada vez más lectores. ¿Cómo beneficia eso al periodismo?
-Creo que siempre ha habido narrativa de no ficción, desde A sangre fría, por dar una referencia más conocida. Ahora, si eso beneficia o no al periodismo, no estoy seguro. Creo más bien que el periodismo tendrá que beneficiarse de asuntos que ya sabemos y a veces hemos dejado de hacer: no contribuir a la polarización de las sociedades, perseguir la verdad, ser acucioso y serio, y tener memoria y compromiso con lo que hacemos.
@weykapu
-Usted llega a Venezuela a los ocho años. En 2014 sale del país, pero su periplo apunta al sur del continente. ¿Cómo fue ese recorrido?
-Salí de Venezuela en enero de 2014, hace once años. El motivo: asuntos personales y familiares. Para mi pareja resultaba insostenible la inseguridad del país, así que emprendimos este viaje, en principio no deseado, que ha resultado, sin embargo, provechoso en lo personal y profesional. Con sus durezas, de carecer de un trabajo fijo, de no tener cerca a mis hijos mayores ni ver a las amistades cercanas, la mayoría de las cuales se fueron a otros países…
“Primero fue Bogotá, por tres años y medio; luego Montevideo, por casi cuatro años, y ahora Galicia, donde llevo otros tres años y medio. Yo nací en un pueblo gallego de la costa, ahora vivo en el interior de esta comunidad autónoma. Emigré con mi mamá en 1964, con 8 años, y en Caracas estudié, me formé, me hice periodista, me casé, tuve hijos, di clases e hice periodismo en El Nacional, El Diario de Caracas, TalCual, 2001, algo de radio y colaboré con algunas revistas. Empecé de becario y terminé de director, en sitios distintos. Creo que desempeñé todas las labores del oficio y casi todas las fuentes”, agrega.
-¿Cuál es su visión de la migración venezolana?
-Somos una migración masiva, muy variada, joven en su mayoría, deseosa de hacerse una vida. A veces la siento ajena a los asuntos del país, pero, sin embargo, ha sido prolífica en crear organizaciones de todo tipo y en mandar ayuda diversa a Venezuela. Mucha de esa migración creo que no volverá. Mis dos hijos mayores, por ejemplo, viven fuera y han construido una vida, familia, hijos, trabajo y hasta han adquirido una nacionalidad nueva. Siguen siendo venezolanos y con familia en el país, preocupados por la situación del país pero, como le ocurrió a mi núcleo inicial inmigrante, se han asentado en otro ambiente. Nunca pensé, en mi caso, volver a vivir en mi país de nacimiento y ahora lo hago, aunque me siento más venezolano.
-Vidas exiliadas, se ha dicho, “reconcilia con la tarea del periodismo de historiar el presente”. ¿Cómo ve hoy la situación del periodismo?
-El periodismo aún se adapta a este nuevo mundo en el que confluyen tanto el impacto digital y las redes sociales, como el ataque frontal del mundo político, en particular de quienes ejercen el poder y les estorba la existencia de aquellos medios y aquel periodismo vigilante. Así que por dos flancos, las redes con su notoria distorsión, y los poderes políticos en ejercicio, con excepciones, se han encargado de arrinconar a los medios y al periodismo, de afectar su credibilidad y despreciar su valor en la existencia de sociedades libres y democráticas. También hay responsabilidad de los propios medios y de nosotros los periodistas, cuando nos alejamos de las buenas prácticas del oficio, del rigor y el compromiso ético, o nos sumergimos en esta ola sin diferenciar nuestros trabajos de la inmensa mayoría que se produce y se difunde sin calidad profesional.
-El género “no ficción” se dice que gana cada vez más lectores. ¿Cómo beneficia eso al periodismo?
-Creo que siempre ha habido narrativa de no ficción, desde A sangre fría, por dar una referencia más conocida. Ahora, si eso beneficia o no al periodismo, no estoy seguro. Creo más bien que el periodismo tendrá que beneficiarse de asuntos que ya sabemos y a veces hemos dejado de hacer: no contribuir a la polarización de las sociedades, perseguir la verdad, ser acucioso y serio, y tener memoria y compromiso con lo que hacemos.
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