UNA ENTRADA A LA SEMANA | Crítica
"El cielo rojo": el arte no vale nada si se desconecta de la vida
La película de Christian Petzold integra la muestra del duodécimo Festival de Cine Alemán, que permanecerá en cartelera hasta el 21 de noviembre
El cine de autor es una especie de animal mitológico en la que todos creen y alaban, pero que cada vez se deja ver con menos frecuencia. Lo evidencia la industria y sus esfuerzos por hacer y rehacer secuelas, trilogías, series de precuelas y reinicios de franquicias. La lógica es simple: si a millones de personas les gustó una vez, ¿por qué no les gustaría de nuevo?
No es el caso del cine de autor, que intenta salir al paso y proponer algo distinto. Por eso las nueve películas que conforman el XII Festival de Cine Alemán, organizado por el Instituto Goethe de Venezuela, es una cita imperdible para el cinéfilo que quiere ver algo distinto. Y El cielo rojo, de Christian Petzold, es un largometraje sobre el arte, el artista y su vida.
Dos amigos viajan a un pueblo alemán frente al Mar Báltico con el propósito de desarrollar sus respectivos proyectos artísticos. Leon y Felix no pueden ser más distintos: el primero es agobiado y taciturno, como si cargara el peso del mundo en sus hombros. El segundo, en cambio, es de una naturaleza más desenfadada y resolutiva.
Después de que el automóvil en el que ambos viajan se descompone a 10 kilómetros y se ven obligados a recorrer el resto a pie, se topan con la sorpresa de que no están solos, pues la madre de Felix, dueña del hogar vacacional, le dio permiso también a Nadja, sobrina de una de sus compañeras de trabajo, para que usara la residencia. Ella ocupará la habitación más grande, y los amigos se verán obligados a compartir la más pequeña.
Todo esto amarga enormemente a Leon, que quiere terminar su segunda novela antes de la visita inminente de su editor. Su proceso de escritura no va bien, pues su texto no despierta en él sino dudas. Es poco lo que logra concentrarse durante el día, pues los ruidos eróticos de Nadja le impiden dormir por las noches, y su humor se torna pesado y hostil a medida que avanzan los días y el vínculo entre Felix, Nadja y Devid, el socorrista local, se vuelve cada vez más estrecho.
Los cuatro jóvenes están rodeados por incendios forestales no controlados. Aviones de extinción de incendios cruzan los cielos constantemente, y el calor es una constancia de que el fuego los rodea y los cerca, sin que ellos lo sepan.
Leon es nuestro protagonista, y también su propio enemigo. Menosprecia a Felix, quien ha decidido realizar un proyecto fotográfico vinculado al agua, al mar y a las personas. También menosprecia a Nadja, por considerarla una simple vendedora de helados, y a Devid por ser salvavidas. Todo le disgusta, nada pareciera estar a su nivel intelectual, y la llegada de su editor no hace sino alterar más el ánimo de los huéspedes, a medida que el fuego avanza.
Lo cierto es que Leon no se interesa por el mundo fascinante que lo rodea. De hecho decide ignorarlo, y convierte su estadía en una especie de encierro hostil que lo hace marginarse, sin querer, de la dinámica grupal. Se dará cuenta de su error lo suficientemente tarde, cuando el daño es irreparable.
La desconexión de Leon por las particulares características de sus amigos y su anfitriona son dignas de contar, pero no lo nota. El fuego vecino es amenaza y suspenso, pero a él no le importa. Club Sándwich, la novela que prepara, carece de tacto y empatía con el género humano porque su escritor no las tiene. Leon es un problema para su propia novela, solo que él no lo sabe. Es una regla del arte, del trabajo y de la amistad tomada de la vida.
@enlazonac
No es el caso del cine de autor, que intenta salir al paso y proponer algo distinto. Por eso las nueve películas que conforman el XII Festival de Cine Alemán, organizado por el Instituto Goethe de Venezuela, es una cita imperdible para el cinéfilo que quiere ver algo distinto. Y El cielo rojo, de Christian Petzold, es un largometraje sobre el arte, el artista y su vida.
Dos amigos viajan a un pueblo alemán frente al Mar Báltico con el propósito de desarrollar sus respectivos proyectos artísticos. Leon y Felix no pueden ser más distintos: el primero es agobiado y taciturno, como si cargara el peso del mundo en sus hombros. El segundo, en cambio, es de una naturaleza más desenfadada y resolutiva.
Después de que el automóvil en el que ambos viajan se descompone a 10 kilómetros y se ven obligados a recorrer el resto a pie, se topan con la sorpresa de que no están solos, pues la madre de Felix, dueña del hogar vacacional, le dio permiso también a Nadja, sobrina de una de sus compañeras de trabajo, para que usara la residencia. Ella ocupará la habitación más grande, y los amigos se verán obligados a compartir la más pequeña.
Todo esto amarga enormemente a Leon, que quiere terminar su segunda novela antes de la visita inminente de su editor. Su proceso de escritura no va bien, pues su texto no despierta en él sino dudas. Es poco lo que logra concentrarse durante el día, pues los ruidos eróticos de Nadja le impiden dormir por las noches, y su humor se torna pesado y hostil a medida que avanzan los días y el vínculo entre Felix, Nadja y Devid, el socorrista local, se vuelve cada vez más estrecho.
Los cuatro jóvenes están rodeados por incendios forestales no controlados. Aviones de extinción de incendios cruzan los cielos constantemente, y el calor es una constancia de que el fuego los rodea y los cerca, sin que ellos lo sepan.
Leon es nuestro protagonista, y también su propio enemigo. Menosprecia a Felix, quien ha decidido realizar un proyecto fotográfico vinculado al agua, al mar y a las personas. También menosprecia a Nadja, por considerarla una simple vendedora de helados, y a Devid por ser salvavidas. Todo le disgusta, nada pareciera estar a su nivel intelectual, y la llegada de su editor no hace sino alterar más el ánimo de los huéspedes, a medida que el fuego avanza.
Lo cierto es que Leon no se interesa por el mundo fascinante que lo rodea. De hecho decide ignorarlo, y convierte su estadía en una especie de encierro hostil que lo hace marginarse, sin querer, de la dinámica grupal. Se dará cuenta de su error lo suficientemente tarde, cuando el daño es irreparable.
La desconexión de Leon por las particulares características de sus amigos y su anfitriona son dignas de contar, pero no lo nota. El fuego vecino es amenaza y suspenso, pero a él no le importa. Club Sándwich, la novela que prepara, carece de tacto y empatía con el género humano porque su escritor no las tiene. Leon es un problema para su propia novela, solo que él no lo sabe. Es una regla del arte, del trabajo y de la amistad tomada de la vida.
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