Alfredo Herrera Salas: “Estar atento a la imagen es estar atento al misterio de vivir”
El artista visual y poeta venezolano presentará en noviembre su nuevo poemario, "Cabo Blanco", bajo el seudónimo Ignacio Salas
Desde hace dos horas son las seis de la tarde/ debo escoger entre mirar lo que brilla menos/ o lo que brilla más/ ¿a quién irá lo que hubo en mí si lo nombro?/ Desde hace dos horas el atardecer/ es una palabra.
Tito Salas es considerado el último pintor que dio vida a las páginas de nuestra Historia. Pero su nieto, Alfredo Herrera Salas (Caracas, 1962), por el contrario, en su poesía y su pintura se aleja radicalmente de toda pretensión narrativa, para dejar entrar otros contenidos vinculados con la imagen y la atención al instante.
“El elemento fundamental en mi poesía es la imagen, no el pensamiento. Siempre me muevo poéticamente entre imágenes que van apareciendo y que cobran un significado digamos que epifánico. Es como si todo a mi alrededor fuera apareciendo y debido a un intenso estado de atención lo registro como con una cámara fotográfica”, dice.
Reconocido con el Premio Nacional Fernando Paz Castillo (1998) y el Premio Internacional de Poesía Heterogénesis de la Universidad de Lun, Suecia (2003), ver desde niño a su abuelo pintando marca su pasión por los colores, la imagen y el movimiento, mientras su madre lo conduce por la poesía en la lectura de Antonio Machado, Luis Cernuda, Miguel Hernández, César Vallejo…
Estudió Comunicación Social y Derecho en la UCAB, profesiones de las que diez años más tarde se aparta para entregarse al arte. Pasa por diversos talleres literarios y en las escuelas de Arte Puro y Federico Brandt se forma en la pintura. A los 35 años, su primer poemario, Cinco árboles, revela los resultados de una escritura que venía gestándose desde su infancia.
Cinco arboles (1998), El parque (1999), La tarde alcanzada (2003), Remanentes (2010), Pared (2011), Las gradas (2017) y Highways (2017), sus libros publicados hasta ahora, fueron reunidos por la editorial Amigos del Santo Sepulcro, de Igor Barreto, en un volumen titulado Vi (2017), en el que es posible hacer el recorrido de esa trayectoria sobre la que Barreto sostiene: “En sus textos no hay ocasión para el embelesamiento, ni para los fortuitos hallazgos que depara en la lírica convencional la pregunta ‘trascendente’ o el supuesto ‘misterio’”.
“Yo diría que mi poesía es una permanente obturación de la realidad y del misterio. De allí que mi obra reunida se titule Vi, porque se trata de estar muy atento ante aquello que nos rodea y aquello que está dentro. Al fin y al cabo estar atento a las imágenes es estar atento al misterio de vivir”.
-También en su pintura.
-Mi trabajo plástico está muy relacionado con mi trabajo poético. Si bien se trata de una obra figurativa, la misma da la impresión de haber sido fotografiada. No se trata de una obra hiperrealista, pero da la impresión de capturar el instante de una figura de índole más espiritual que corporal, donde la silueta y el alto contraste de colores son los protagonistas. Mi trabajo plástico es fotográfico desde un punto de vista filosófico y no técnico.
El artista, que en su trayecto vital ha fijado residencia en Estados Unidos, Suecia, Escandinavia y México -de donde regresó hace dos años-, anuncia la próxima salida de un nuevo título, Cabo Blanco, con el sello editorial Diosa Blanca, en el que estrenará el seudónimo Ignacio Salas. “Desde hace muchos años sentía que mi nombre artístico debía ser distinto a mi nombre usual, muy probablemente por la cercanía con mi abuelo materno”, explica.
-¿Qué puede decirnos de ese libro?
-Desde mi primer libro, Cinco árboles, hasta Cabo Blanco, mi poesía ha sido la misma. Quiero decir que he mantenido el mismo aliento, el mismo tono y la misma pasión por las imágenes a lo largo de estos siete libros. La manera en la que siempre he abordado el poema es fragmentada, siempre se trata de una especie de remanente, de algo que no alcanzo a decir del todo y cuyo origen es la imagen del mundo y su proyección en mi interior.
-De Suecia a México, realidades distintas. ¿Cómo se vinculan en su poesía?
-Si bien siempre viví en Venezuela, viví también en Estados Unidos un corto tiempo, luego la vida me llevó a entrar en profundo contacto con Suecia y Escandinavia, tengo dos hijas suecas, y estos últimos años estuve en México, donde viven mis dos hijos varones. Es indudable que debido a esa diversidad geográfica, la imagen del mar ha estado muy presente en mi vida y por tanto en mi poesía. Digamos que el mar como realidad y como metáfora de las conexiones vitales, el mar como el factor unificador del mundo.
-Cabo Blanco es el mar tropical. ¿Son diferentes esos mares?
-Cabo Blanco es, digamos, “un sitio infinito”. También se podría decir “un no sitio”. Se trata de una playa muy cerca de Maiquetía con la que entré en contacto a mi regreso de México y con cierta frecuencia visité. Muy impactante a nivel geográfico y por tanto a nivel visual y poético. En Cabo Blanco entendí más que antes que los sitios en definitiva son solo uno, que al estar en un sitio de alguna manera se está en el único sitio. El del misterio de la vida. El misterio de la imagen.
“En cuanto a los mares -continúa-, no establezco diferencias, al contrario, el mar es la gran metáfora de la unión de los mundos en los que he estado. El mar como metáfora que iguala los mundos y por eso la no diferencia en mi poesía entre el Báltico y el Atlántico, son lo mismo, no los diferencio. Mi trabajo poético sería un fracaso si fuese realizado para ‘diferenciar’”.
Es su pasión por la unidad del mundo, revela, que lo guía al estudio de la cuántica tras otros significados más allá de la razón:
“La cuántica es poesía pura. Une, no separa, no diferencia. No es newtoniana. La filósofa francesa Simone Weil hablaba de ‘la nueva fe’, una fe que ya no es, según ella, la fe católica de occidente, sino el estar ‘atentos’. El estar ‘atentos’, en estado de atención, es ‘la nueva fe’. Eso es totalmente cuántico. Los presocráticos ya lo sabían, Tales de Mileto, Heráclito, Parménides, todos ya dijeron eso. Yo trato de crear plástica y poéticamente desde allí, desde ese enigma”.
@weykapu
Tito Salas es considerado el último pintor que dio vida a las páginas de nuestra Historia. Pero su nieto, Alfredo Herrera Salas (Caracas, 1962), por el contrario, en su poesía y su pintura se aleja radicalmente de toda pretensión narrativa, para dejar entrar otros contenidos vinculados con la imagen y la atención al instante.
“El elemento fundamental en mi poesía es la imagen, no el pensamiento. Siempre me muevo poéticamente entre imágenes que van apareciendo y que cobran un significado digamos que epifánico. Es como si todo a mi alrededor fuera apareciendo y debido a un intenso estado de atención lo registro como con una cámara fotográfica”, dice.
Reconocido con el Premio Nacional Fernando Paz Castillo (1998) y el Premio Internacional de Poesía Heterogénesis de la Universidad de Lun, Suecia (2003), ver desde niño a su abuelo pintando marca su pasión por los colores, la imagen y el movimiento, mientras su madre lo conduce por la poesía en la lectura de Antonio Machado, Luis Cernuda, Miguel Hernández, César Vallejo…
Estudió Comunicación Social y Derecho en la UCAB, profesiones de las que diez años más tarde se aparta para entregarse al arte. Pasa por diversos talleres literarios y en las escuelas de Arte Puro y Federico Brandt se forma en la pintura. A los 35 años, su primer poemario, Cinco árboles, revela los resultados de una escritura que venía gestándose desde su infancia.
Cinco arboles (1998), El parque (1999), La tarde alcanzada (2003), Remanentes (2010), Pared (2011), Las gradas (2017) y Highways (2017), sus libros publicados hasta ahora, fueron reunidos por la editorial Amigos del Santo Sepulcro, de Igor Barreto, en un volumen titulado Vi (2017), en el que es posible hacer el recorrido de esa trayectoria sobre la que Barreto sostiene: “En sus textos no hay ocasión para el embelesamiento, ni para los fortuitos hallazgos que depara en la lírica convencional la pregunta ‘trascendente’ o el supuesto ‘misterio’”.
“Yo diría que mi poesía es una permanente obturación de la realidad y del misterio. De allí que mi obra reunida se titule Vi, porque se trata de estar muy atento ante aquello que nos rodea y aquello que está dentro. Al fin y al cabo estar atento a las imágenes es estar atento al misterio de vivir”.
-También en su pintura.
-Mi trabajo plástico está muy relacionado con mi trabajo poético. Si bien se trata de una obra figurativa, la misma da la impresión de haber sido fotografiada. No se trata de una obra hiperrealista, pero da la impresión de capturar el instante de una figura de índole más espiritual que corporal, donde la silueta y el alto contraste de colores son los protagonistas. Mi trabajo plástico es fotográfico desde un punto de vista filosófico y no técnico.
El artista, que en su trayecto vital ha fijado residencia en Estados Unidos, Suecia, Escandinavia y México -de donde regresó hace dos años-, anuncia la próxima salida de un nuevo título, Cabo Blanco, con el sello editorial Diosa Blanca, en el que estrenará el seudónimo Ignacio Salas. “Desde hace muchos años sentía que mi nombre artístico debía ser distinto a mi nombre usual, muy probablemente por la cercanía con mi abuelo materno”, explica.
-¿Qué puede decirnos de ese libro?
-Desde mi primer libro, Cinco árboles, hasta Cabo Blanco, mi poesía ha sido la misma. Quiero decir que he mantenido el mismo aliento, el mismo tono y la misma pasión por las imágenes a lo largo de estos siete libros. La manera en la que siempre he abordado el poema es fragmentada, siempre se trata de una especie de remanente, de algo que no alcanzo a decir del todo y cuyo origen es la imagen del mundo y su proyección en mi interior.
-De Suecia a México, realidades distintas. ¿Cómo se vinculan en su poesía?
-Si bien siempre viví en Venezuela, viví también en Estados Unidos un corto tiempo, luego la vida me llevó a entrar en profundo contacto con Suecia y Escandinavia, tengo dos hijas suecas, y estos últimos años estuve en México, donde viven mis dos hijos varones. Es indudable que debido a esa diversidad geográfica, la imagen del mar ha estado muy presente en mi vida y por tanto en mi poesía. Digamos que el mar como realidad y como metáfora de las conexiones vitales, el mar como el factor unificador del mundo.
-Cabo Blanco es el mar tropical. ¿Son diferentes esos mares?
-Cabo Blanco es, digamos, “un sitio infinito”. También se podría decir “un no sitio”. Se trata de una playa muy cerca de Maiquetía con la que entré en contacto a mi regreso de México y con cierta frecuencia visité. Muy impactante a nivel geográfico y por tanto a nivel visual y poético. En Cabo Blanco entendí más que antes que los sitios en definitiva son solo uno, que al estar en un sitio de alguna manera se está en el único sitio. El del misterio de la vida. El misterio de la imagen.
“En cuanto a los mares -continúa-, no establezco diferencias, al contrario, el mar es la gran metáfora de la unión de los mundos en los que he estado. El mar como metáfora que iguala los mundos y por eso la no diferencia en mi poesía entre el Báltico y el Atlántico, son lo mismo, no los diferencio. Mi trabajo poético sería un fracaso si fuese realizado para ‘diferenciar’”.
Es su pasión por la unidad del mundo, revela, que lo guía al estudio de la cuántica tras otros significados más allá de la razón:
“La cuántica es poesía pura. Une, no separa, no diferencia. No es newtoniana. La filósofa francesa Simone Weil hablaba de ‘la nueva fe’, una fe que ya no es, según ella, la fe católica de occidente, sino el estar ‘atentos’. El estar ‘atentos’, en estado de atención, es ‘la nueva fe’. Eso es totalmente cuántico. Los presocráticos ya lo sabían, Tales de Mileto, Heráclito, Parménides, todos ya dijeron eso. Yo trato de crear plástica y poéticamente desde allí, desde ese enigma”.
@weykapu
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones