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Jhon Rivera Strédel: “La poesía te permite ser genuino en una sociedad que exige que mientas”

El premiado autor de "Savia al mundo" aborda el tema del desaliento en su tercer poemario, en espera de un editor

  • MARITZA JIMÉNEZ

26/05/2024 01:00 am

En tres libros, dos publicados y uno inédito, que lo llevan del paisaje al desaliento humano, ha evidenciado Jhon Rivera Strédel el valor ontológico de su poesía. “La poesía es un espacio vivo donde uno puede intentar ser genuino en una sociedad que exige que mientas y tomes bando. La poesía me ha permitido no mentir y estar a salvo”, dice.

Heredero de la mejor tradición paisajística venezolana, su primera publicación, Savia al mundo (dcir ediciones, 2018), es un canto a la naturaleza.

No en balde, recibió el VI Premio Nacional Universitario de Literatura “Alfredo Armas Alfonzo”, Mención Poesía, por decisión unánime de un jurado integrado por Eleonora Requena, Arturo Gutiérrez Plaza y Víctor Manuel Pinto.

Jhon Rivera Strédel nació en Los Magallanes de Catia, en 1992, año de partida de una cruenta página en nuestra historia. “Nací de bala”, afirma, parafraseando el célebre poema de Víctor Valera Mora. Parte de su infancia transcurre en la carretera Vieja de La Guaira, hasta 1999, año del deslave, al que dedicará su primer poema premiado.

“Vino la tragedia de Vargas y nos quedamos sin casa. Tuvimos que mudarnos a Mariara, en Carabobo, donde crezco, voy a la universidad, tengo contacto con el Departamento de Literatura de la UC y la revista Poesía y empiezo una relación muy fuerte con la poesía venezolana, sobre todo la de Carabobo, que para mí es una poesía fundamental, una tradición como pocas en el país”.

Allí se formó como terapeuta psicosocial. Actualmente finaliza estudios de Psicología en la Central y trabaja como profesor de la UBV y en la Unidad Psicológica Educativa Clínica y Comunitaria de la UCV.

“Empecé a escribir por necesidad de expresión”, comenta. “Creo que en medio de cierta precariedad material, pude desarrollar la imaginación. Me di cuenta de que con la palabra podía crear espacios. Uno de mis libros favoritos me lo dio un albañil en Mariara, cuando era adolescente. Después me devoré la biblioteca de Mariara, hoy incendiada y devorada por el desastre de estas últimas décadas”.

De la naturaleza al dolor
Desde su título, Savia al mundo es un libro que conmueve por su particular aproximación a la naturaleza, a la que escucha y siente como un ser viviente.

Enriqueta Arvelo, Ludovico Silva, Carlos Osorio, Teófilo Tortolero, Reynaldo Pérez Só, Sergio Quitral y Víctor Manuel Pinto figuran entre sus referentes inmediatos. Poetas de provincia, la mayoría.

“La poesía venezolana es una cosa maravillosa”, afirma, “sin embargo, me parece que las vanguardias le han hecho muy daño. Esos círculos de poetas que todavía viven de sus ‘glorias’ de los años 60 y 70. Siento que la poesía venezolana auténtica es la que ha sobrevivido a todo ese ruido de las vanguardias y los círculos”.

-¿La poesía de la provincia?
-Sí. La escena política partidista también ha hecho mucho daño a la poesía de Caracas. La poesía del interior es la que ha irrumpido, y sigue irrumpiendo con fuerza, y creo que es la que permanecerá.

En su siguiente título, Canción de miedo (Taller Blanco Ediciones, 2021) su poesía da un giro: “Es un libro diferente”, señala, “en él traté de trabajar con el dolor, de deificarlo, de llevarlo hasta su máxima expresión, de ampliarlo hasta donde pudiera ampliarse”.

-¿Cómo fue ese tránsito?
-Me di cuenta que existía una naturaleza dolorida, como cuando una hoja cae y se desparrama en cenizas. Esa fue una aproximación, y me fue acercando al dolor, al dolor de sentir dolor, a un dolor más profundo, el dolor de ser, por llamarlo de alguna forma. No estoy contento con la expresión del dolor de ser, pero por ahora no tengo otras palabras para describirlo, cualquier descripción de todas formas es, en sí, incompleta.

“Ese libro –continúa– estuvo acompañado de una fuerte depresión, entonces eso me ayudó, jugué con el dolor, lo ahondé, casi no salgo vivo, pero por lo menos generó un libro, hice algo con eso”.

Se trataba, dice, de “hacer un cuaderno del sufrimiento, de los miedos de cada uno. Y fui ahondando en el dolor y el sufrimiento, hasta caer enfermo. Pero creo que ningún libro se puede escribir de manera seria sin consecuencias”.

-¿Alguna razón que lo guiara?
-El principal motivo que lo mueve es el desaliento. Un desaliento más o menos consciente ante el dolor, ante el desenfreno, ante la migración y ante la narrativa que nos imponen y se hace cuerpo. Por eso, muchos poemas son mecánicos, como la escalera del metro, como el cierre de puertas, como cada llegada a cualquier estación.

Es que ser poeta, afirma, “es trabajar con uno mismo, y en ese momento mi reto era empujar el dolor hasta donde llegara. Ese era mi objetivo”.

-Ahora busca de editor para su tercer libro. ¿Qué relación tiene con el anterior?
-Cuando trabajas con el dolor, hay un momento en que te quedas sin nada. Y en esa nada nace mi último libro, que es como un canto del enfebrecido, de ese hombre arrojado a la violencia propia y al placer hiriente, a esa tontería de querer entrar a un incendio y salir chamuscado.

Señala que el título, por ahora, es Fiebre y quebranto, y es otro experimento, pero esta vez del desaliento: “Es ver la angustia, pero una angustia disecada, es recrear la angustia paso a paso, de forma metódica, una explosión controlada. Un desaliento que permite comprender la dimensión de alguna manera real de las cosas y de uno mismo. Lo que he intentado es verme. Verme a mí mismo es ver a los demás, y viceversa”.
@weykapu




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