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"Megalópolis": el exuberante posible adiós de Francis Ford Coppola

El cineasta presentó en Cannes lo que podría considerarse su testamento artístico; en él el autor de "El padrino" y "Apocalipsis ahora" avizora la caída del imperio americano. No poca cosa

  • JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

26/05/2024 01:00 am

No todas las obras cinematográficas póstumas representan lo mejor de sus creadores. Ojos bien cerrados, de Stanley Kubrick; Querelle, de Rainer Werner Fassbinder; Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini; 24 frames, de Abbas Kiarostami; Tú y yo, de Bernardo Bertolucci, o El libro de las imágenes, de Jean-Luc Godard, recibieron en las épocas de sus respectivos estrenos críticas que rezumaban decepción; no todas pero sí las suficientes como para crear una matriz de opinión en torno a lo mal que terminaron las carreras de algunos de los más grandes representantes del séptimo arte.

Hace una semana, le tocó a Francis Ford Coppola seguir el ritual con la presentación en el Festival de Cannes de Megalópolis, considerada su testamento artístico, pues el mismo cineasta ha afirmado que ya no tiene ni las fuerzas ni el dinero para emprender otro de sus titánicos proyectos, aunque también anunció que trabaja en un nuevo guion. Como es habitual, después de la première cannois, fue ovacionado, pero poco antes, en la proyección para la prensa acreditada, las reacciones se dividieron por igual entre vítores y abucheos.



Al que se vio en el Palais des Festivals et des Congrès fue a un Coppola envejecido pero feliz. Más delgado que de costumbre, ayudado por un bastón y agradecido por un público siempre generoso que demoró su llegada a la butaca que se le había asignado. Es el final, por qué no decirlo, de la vida de un artista que ha engrandecido el cine.

En películas como El padrino (la de 1972 y las que siguieron en 1974 y 1979), La conversación (1974), Apocalipsis ahora (1979), La ley de la calle o Rumble Fish (1983) y El Drácula de Bram Stoker (1992), entre otras, subyace la presencia de un autor que ha rehusado repetirse, que constantemente prueba géneros, nuevas formas de narrar y de representar la realidad, pero sobre todo, de un artista irreductible en su particularísima visión del oficio.

Y esa defensa a ultranza de su independencia creativa ha puesto a Coppola, literalmente, al borde del suicidio. Por ejemplo, el rodaje de Apocalipsis ahora, en Filipinas, fue una pesadilla de la misma magnitud de la delirante historia que se cuenta en ella: un conato de infarto alejó por varias semanas al protagonista, Martin Sheen, del set; la situación de guerra en Filipinas llevó a la producción a alquilar los helicópteros usados en el filme, interrumpiendo la filmación de varias escenas; un tifón destruyó parte de los decorados de una secuencia que nunca se pudo rodar; Marlon Brando no pudo ser más déspota con el director, y dado que el presupuesto inicial de la película -12 millones de dólares- ascendió a 31 millones de dólares, al cineasta no le quedó más remedio que endeudarse con préstamos y vender parte de sus propiedades. Quedó prácticamente en la ruina.

Aun así, Coppola hizo uno de los retratos más delirantes y fascinantes del infierno que fue la guerra de Vietnam, a partir de la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas.



Otro episodio que confirma el compromiso de Coppola con la integridad de sus obras ocurrió durante la preproducción de El padrino, a principios de los años 70: la Paramount, casa productora del filme, no quería que el ya consagrado Brando y el debutante Al Pacino protagonizaran la película; de hecho, los ejecutivos de los estudios lo amenazaron con retirarlo del proyecto pues consideraban que no sería lo suficientemente violento. Elia Kazan fue contemplado como su posible sustituto. Tras los forcejeos, él y los actores que escogió se quedaron, pero en contraprestación le dieron solo 52 días para rodar un filme con el que luego la Paramount se encumbró cuando recibió tres Óscar, entre ellos, el de Mejor Película.

Debacle americana
La leyenda de Francis Ford Coppola sigue con Megalópolis, un proyecto que el cineasta, nacido en Detroit, Michigan, en 1939, amasó por más de 40 años y para cuya producción ningún estudio hollywoodense quiso arriesgarse. Los 120 millones de dólares que costó la película salieron de su bolsillo a través de su productora American Zoetrope. Nuevamente, se vio obligado a vender parte de su negocio de vinos. “El dinero no me importa, nunca me importó”, dijo tajante en Cannes.

Megalópolis traslada a la América actual la historia de la Roma degenerada. Adam Driver encarna a César Catilina, arquitecto-científico que quiere reconstruir la ciudad de Nueva York como una utopía tras un desastre devastador; por ello se enfrenta al alcalde Frank Cicero (Jeancarlo Esposito). Todo el argumento está permeado en su puesta en escena por una estética postapocalíptica, ajustada a los códigos de la ciencia ficción.

El propio Coppola ha dicho que se inspiró para darle forma a la trama en un intento de golpe de Estado ejecutado en el año 63 a. C, por el aristócrata romano Lucio Sergio Catilina. Como quiera que sea, lo que menos parece importar en esta obra es la historia. Es evidente que en medio del caos visual y narrativo en el que la crítica ha reparado para cuestionar la nueva propuesta de Coppola, está la América de los tiroteos en escuelas, la América que sigue segregando a los negros, la América no que sabe cómo lidiar con la migración, la América del fentanilo, la América armamentista, la América que debe decidir su futuro político entre un errático Biden y un extremista empresario como Donald Trump. La América decadente.

Lo nuevo de Francis Ford Coppola todavía no tiene fecha de estreno. No tiene distribuidor en su país. Posiblemente, su estreno post-Cannes se haga con funciones limitadas en complejos Imax. Aun sin haberla visto, promete enfrentar a quienes quieran verlo a la caída ética de un imperio que dejó de ser una tierra de oportunidades.
@juanchi62






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