Sandra Caula: “Mi intención no fue escribir autoficción ni una novela autobiográfica”
La escritora venezolana, ganadora del premio Transgénerico 2024 por la novela "Gramática sensible", es filósofo y vive en Madrid hace seis años
Hija del hoy reconocido fotógrafo Tito Caula, cuya cámara dejó vívidas imágenes de la sociedad venezolana de los 60 y 70, Sandra Caula posee una sólida formación académica en el campo de la Filosofía. Radicada en Madrid desde hace seis años, y además editora, ensayista y traductora, debuta en la creación literaria con Gramática sensible, la novela con la que acaba de ganar el Premio Anual Transgenérico otorgado por la Fundación para la Cultura Urbana.
Se trata de una obra en la que la autora, según el dictamen firmado por Martha Durán, Daniel Centeno y Ricardo Ramírez Requena, “a partir de elementos autobiográficos y autoficcionales, se permite explorar su propia vida, reflexionando sobre sus vínculos emocionales y planteamientos intelectuales. La infancia, la madre y el padre, las hermanas, el descubrimiento de los libros, el país de sus padres y el suyo, la sexualidad, la maternidad y las migraciones, son abordadas con un lenguaje limpio e irónico, a ratos melancólico”.
Nació en Argentina, pero creció en Caracas, a donde llegó con un año de edad. Magíster en Filosofía por la Universidad Simón Bolívar, ejerció como docente en Filosofía Helenística y Medieval en las universidades Central de Venezuela y Católica Andrés Bello, donde también dictó cursos libres de Ética y de Estética. Fue coordinadora académica de la Fundación Valle de San Francisco, directora del Departamento de Publicaciones del Banco Central de Venezuela durante diez años, directora de la editorial El Estilete y editora del portal Cinco8.com hasta 2022.
Además de artículos, crónicas y entrevistas para diversos medios en Venezuela, México y Estados Unidos, es autora de los libros de ensayo filosófico Las artes de lo bello en Etienne Gilson (1999) y El exilio en la palabra: realidad, ficción y filosofía moral (2020). Ha sido galardonada con residencias de escritura y traducción por la Fundación Faberllull (Olot, Cataluña) y la Casa de Traductores Looren (Zúrich, Suiza).
-Hay una emergencia de la novela autobiográfica en España. Hábleme de la suya. ¿Cómo surge su necesidad?
-No diría que fue una necesidad, ni sé muy bien si tiene que ver con migrar. Tampoco si es propiamente autobiográfica. Mi tesis de maestría, publicada por la Universidad Simón Bolívar, fue sobre ética y literatura. Para resumirlo: sobre las posibilidades de reflexionar acerca de las acciones humanas que nos da la literatura, porque es concreta y no abstracta como la teoría ética. Yo tenía la intención de hacer un doctorado sobre ese tema, que al final se convirtió en esta novela. El doctorado no fue posible, pero en Cinco8, por petición de Rafael Osío Cabrices, empecé a escribir con regularidad una o dos piezas al mes que en algunos casos eran crónicas. Eso ya me hizo preocuparme por los mecanismos para narrar, que conocía en teoría. Cuando la pandemia empezaba a declinar, necesitaba salir y ver gente, y me inscribí en un taller de escritura creativa en Fuentetaja, una escuela con mucha tradición en Madrid. Era el único lugar entonces con un curso presencial. Entonces me puse a leer y a escribir con disciplina, para llevar un relato cada jueves.
“Esa actividad –continúa- ha sido el centro de mi vida en Madrid desde hace ya tres años. Los textos que escribía, que a mí me parecían ejercicios independientes, los compartía además con Domingo Ledezma, un compañero de cuando estudié en la universidad Central que ahora es profesor en Brown. En cierto modo fue él quien descubrió que funcionaban como conjunto. Y me sugirió leer a una escritora, Natalia Ginzburg, porque mi tono le recordaba el de ella. Eso fue muy importante para mí. Allí empecé a imaginar una novela. También por sugerencia suya leí a Karl Ove Knausgård, y conversamos mucho sobre por qué Mi lucha es una novela y no una autobiografía. Luego en el taller leí a Lucia Berlin, Lydia Davis, Jenny Offil, Denis Johnson, entre otras autoras que me ayudaron a construir una novela con fragmentos de una vida que en parte he vivido y en parte me he inventado. Digamos que son fragmentos míticos de una vida.
“Pero mi intención –aclara- no fue escribir autoficción ni una novela autobiográfica. Cuando quieres escribir relatos o novelas, lo primero que te recomiendan es que lo hagas de algo que conoces bien, para que sea verosímil. Bueno, pues eso hice yo, escribí de lo que conozco. En El final de la historia, de Lydia Davis, la protagonista, que es una escritora y traductora, dice: «Cuando me preguntan de qué va mi novela, digo que de perder un hombre, porque no sé qué más decir», cito de memoria. Bueno, yo creo que si me preguntan de qué va mi novela yo diría que va de perderlo todo, porque no sé qué más decir".

Se trata de una obra en la que la autora, según el dictamen firmado por Martha Durán, Daniel Centeno y Ricardo Ramírez Requena, “a partir de elementos autobiográficos y autoficcionales, se permite explorar su propia vida, reflexionando sobre sus vínculos emocionales y planteamientos intelectuales. La infancia, la madre y el padre, las hermanas, el descubrimiento de los libros, el país de sus padres y el suyo, la sexualidad, la maternidad y las migraciones, son abordadas con un lenguaje limpio e irónico, a ratos melancólico”.
Nació en Argentina, pero creció en Caracas, a donde llegó con un año de edad. Magíster en Filosofía por la Universidad Simón Bolívar, ejerció como docente en Filosofía Helenística y Medieval en las universidades Central de Venezuela y Católica Andrés Bello, donde también dictó cursos libres de Ética y de Estética. Fue coordinadora académica de la Fundación Valle de San Francisco, directora del Departamento de Publicaciones del Banco Central de Venezuela durante diez años, directora de la editorial El Estilete y editora del portal Cinco8.com hasta 2022.
Además de artículos, crónicas y entrevistas para diversos medios en Venezuela, México y Estados Unidos, es autora de los libros de ensayo filosófico Las artes de lo bello en Etienne Gilson (1999) y El exilio en la palabra: realidad, ficción y filosofía moral (2020). Ha sido galardonada con residencias de escritura y traducción por la Fundación Faberllull (Olot, Cataluña) y la Casa de Traductores Looren (Zúrich, Suiza).
-Hay una emergencia de la novela autobiográfica en España. Hábleme de la suya. ¿Cómo surge su necesidad?
-No diría que fue una necesidad, ni sé muy bien si tiene que ver con migrar. Tampoco si es propiamente autobiográfica. Mi tesis de maestría, publicada por la Universidad Simón Bolívar, fue sobre ética y literatura. Para resumirlo: sobre las posibilidades de reflexionar acerca de las acciones humanas que nos da la literatura, porque es concreta y no abstracta como la teoría ética. Yo tenía la intención de hacer un doctorado sobre ese tema, que al final se convirtió en esta novela. El doctorado no fue posible, pero en Cinco8, por petición de Rafael Osío Cabrices, empecé a escribir con regularidad una o dos piezas al mes que en algunos casos eran crónicas. Eso ya me hizo preocuparme por los mecanismos para narrar, que conocía en teoría. Cuando la pandemia empezaba a declinar, necesitaba salir y ver gente, y me inscribí en un taller de escritura creativa en Fuentetaja, una escuela con mucha tradición en Madrid. Era el único lugar entonces con un curso presencial. Entonces me puse a leer y a escribir con disciplina, para llevar un relato cada jueves.
“Esa actividad –continúa- ha sido el centro de mi vida en Madrid desde hace ya tres años. Los textos que escribía, que a mí me parecían ejercicios independientes, los compartía además con Domingo Ledezma, un compañero de cuando estudié en la universidad Central que ahora es profesor en Brown. En cierto modo fue él quien descubrió que funcionaban como conjunto. Y me sugirió leer a una escritora, Natalia Ginzburg, porque mi tono le recordaba el de ella. Eso fue muy importante para mí. Allí empecé a imaginar una novela. También por sugerencia suya leí a Karl Ove Knausgård, y conversamos mucho sobre por qué Mi lucha es una novela y no una autobiografía. Luego en el taller leí a Lucia Berlin, Lydia Davis, Jenny Offil, Denis Johnson, entre otras autoras que me ayudaron a construir una novela con fragmentos de una vida que en parte he vivido y en parte me he inventado. Digamos que son fragmentos míticos de una vida.
“Pero mi intención –aclara- no fue escribir autoficción ni una novela autobiográfica. Cuando quieres escribir relatos o novelas, lo primero que te recomiendan es que lo hagas de algo que conoces bien, para que sea verosímil. Bueno, pues eso hice yo, escribí de lo que conozco. En El final de la historia, de Lydia Davis, la protagonista, que es una escritora y traductora, dice: «Cuando me preguntan de qué va mi novela, digo que de perder un hombre, porque no sé qué más decir», cito de memoria. Bueno, yo creo que si me preguntan de qué va mi novela yo diría que va de perderlo todo, porque no sé qué más decir".

"Ha habido una explotación política de nuestra literatura", afirma la escritora (ANDREÍNA MUJICA)
-¿Por qué se marcha a España y que hace allá actualmente?
-Me fui en 2018. Ya en los tres o cuatro años anteriores pasaba algunos meses en Italia y España por una circunstancia personal. La verdad es que yo en Caracas estaba bien, rodeada de gente que quiero y haciendo actividades que me gustan y me parecía que tenían sentido. Con muchas necesidades básicas resueltas, como casa, seguro y algunos ingresos. Pero una vez aquí, en 2018, no quise regresar. Vinieron la hiperinflación, los apagones, mi desilusión política con la oposición, y decidí quedarme. Me costó mucho, tuve ataques de pánico y me deprimí, no tuve el apoyo con el que contaba, al contrario. Pero en España vislumbré una posibilidad vital que no había tenido en Venezuela, ni antes ni ahora. Yo no había estudiado ni vivido en el exterior nunca, como sí lo hicieron muchos venezolanos; pues como dije, desde mis dieciocho años la vida de mi familia fue complicada y precaria. Siempre había querido vivir en Europa y al final pude hacerlo a una edad en la que ya no se empieza de nuevo. A mí me hizo bien. Siento que me dieron una segunda oportunidad y aquí he sido muy feliz con muy poco, con mucho menos de lo que tenía en Venezuela. Durante un tiempo trabajé para Cinco8, que fue una gran satisfacción, y tuve la ayuda económica como emigrante retornada, porque soy española por mi abuela Vicenta, que era madrileña. Luego he conseguido trabajar como traductora en Big Sur y Rialp, para Dahbar, como correctora y editora en proximaescritura.com, y ahora empiezo a dictar cursos en Fuentetaja, la escuela de escritura creativa a donde asisto al taller de Gloria Fernández Rozas. También el año pasado coordiné los Premios API de la Asociación de Periodistas de Investigación de España.
-¿Qué representó en su vida la presencia de un hombre tan reconocido como su padre, y además tan lleno de imágenes de otra Venezuela?
-Mi padre no fue un hombre muy reconocido en mi infancia ni en mi juventud. Era un hombre bueno, valiente, generoso y querido. Pero un fotógrafo de oficio, no un autor. Murió cuando yo tenía dieciocho años, y por mucho tiempo nadie se ocupó de su trabajo. Dejó una viuda sin profesión, una suegra, cuatro hijas, una bóxer y un archivo de negativos que esa viuda se empeñó en guardar porque decía que tenía mucho valor. Murió además cuando en Venezuela empiezan a sucederse las crisis económicas, que sin el fotógrafo que mantenía la casa nos afectaron mucho más. Yo diría entonces que mi madre es la figura que marcó mi vida. Como Penélope, ella tuvo que resguardar una casa en decadencia asediada por pretendientes, pero los de sus hijas. Por ella y su fe en las fotos de mi padre, y por sugerencia de Fernando Rodríguez, ya teniendo yo más de treinta años, llevamos unas copias de su trabajo a la Galería de Arte Nacional y eso dio lugar a la primera exposición antológica de su obra tres o cuatro años después. Y, hay que decirlo, esa exposición no tuvo entonces mucho éxito, fue más bien bastante criticada. Al menos eso recuerdo yo de parte de los fotógrafos que conocieron a mi padre en vida, todos autores para entonces. Aunque a mí sí me parece que José Antonio Navarrete, el curador, ya hizo una aproximación muy certera a la fotografía de un hombre de oficio que yo, debo confesarlo, ni conocía ni apreciaba. Luego la Fundación para la Cultura Urbana compró algunas de sus fotos de Caracas (seleccionadas por Vasco Szinetar y William Niño) porque tenían una gran calidad como fotos arquitectónicas, y usó la ya emblemática de Sabana Grande como portada del libro de su colección.
"Varios años después vino el precioso trabajo de Ángela Bonadies, Nathalia Manzo, Lisa Blackmore y mi madre para montar La recámara en la Galería Tresy3", agrega. "Mi madre para entonces se estaba muriendo y eso fue algo que le hizo muchísimo bien. Después la FCU compró su archivo y, gracias a su gran trabajo de conservación y promoción, y de la pasión de Vasco, vino todo lo que ha seguido. Pero esas fotografías cobran valor, me parece, porque la ciudad y la vida que mi padre fotografió no existen. Y lo paradójico es que se miren con nostalgia sus tomas de una realidad que vio con mucho sentido crítico y preocupación. Porque era un hombre de izquierda que detestaba la publicidad y el nuevorriquismo, la explotación del cuerpo de las mujeres para vender y los concursos de belleza, que le parecían prostitución, reprobaba la infame televisión comercial venezolana y sufría con las desigualdades sociales y las injusticias. Todos esos males también estaban presentes en nuestra democracia, aunque ahora se hayan exacerbado hasta el paroxismo y lo olvidemos".
-¿Cree que podemos hablar de una literatura venezolana de la diáspora, o solo es algo que nosotros vemos desde aquí?
-No estoy segura de que haya una producción literaria de la diáspora. Ni siquiera sé muy bien qué quiere decir eso. En Venezuela siempre se ha escrito y se sigue escribiendo, tanto en la Venezuela de adentro como en la de afuera. Hay una gran tradición de poesía, ensayo, narrativa y crítica literaria de primera, muy refinada. Hay además una gran escuela de estudios literarios. Debe haber profesoras y profesores de literatura formados en nuestras universidades en casi todas las grandes universidades del mundo. Y es normal que la gente joven y no tan joven formada en esa tradición escriba y publique. Y que lo haga en los países a los que ha migrado, a veces mucho antes de esta crisis. Quizás lo que ha habido es una explotación política de nuestra literatura, cosa que no sé si nos hace bien, sobre todo porque ha venido de sectores de derecha que hoy aterran al mundo pensante. Y también creo que hay una necesidad muy comprensible de reconocimiento de un país que ha vivido una catástrofe y una destrucción inimaginables y muy dolorosas. Entonces nos gusta pensar que la literatura venezolana triunfa en el mundo, y que sí hemos hecho cosas valiosas porque nos reconocen afuera. Pero al menos a mí no me hacía falta que reconocieran afuera a mis maestras y maestros venezolanos para saber de su valía. Por otra parte, no sé si es tan cierto ese boom, pero sobre todo, no sé si es tan importante. Más importante me parece es que la infancia y la juventud que aún vive en ese país tan golpeado tenga oportunidad de seguir aprendiendo a leer y a escribir, literatura o lo que sea.
@weykapu
-¿Por qué se marcha a España y que hace allá actualmente?
-Me fui en 2018. Ya en los tres o cuatro años anteriores pasaba algunos meses en Italia y España por una circunstancia personal. La verdad es que yo en Caracas estaba bien, rodeada de gente que quiero y haciendo actividades que me gustan y me parecía que tenían sentido. Con muchas necesidades básicas resueltas, como casa, seguro y algunos ingresos. Pero una vez aquí, en 2018, no quise regresar. Vinieron la hiperinflación, los apagones, mi desilusión política con la oposición, y decidí quedarme. Me costó mucho, tuve ataques de pánico y me deprimí, no tuve el apoyo con el que contaba, al contrario. Pero en España vislumbré una posibilidad vital que no había tenido en Venezuela, ni antes ni ahora. Yo no había estudiado ni vivido en el exterior nunca, como sí lo hicieron muchos venezolanos; pues como dije, desde mis dieciocho años la vida de mi familia fue complicada y precaria. Siempre había querido vivir en Europa y al final pude hacerlo a una edad en la que ya no se empieza de nuevo. A mí me hizo bien. Siento que me dieron una segunda oportunidad y aquí he sido muy feliz con muy poco, con mucho menos de lo que tenía en Venezuela. Durante un tiempo trabajé para Cinco8, que fue una gran satisfacción, y tuve la ayuda económica como emigrante retornada, porque soy española por mi abuela Vicenta, que era madrileña. Luego he conseguido trabajar como traductora en Big Sur y Rialp, para Dahbar, como correctora y editora en proximaescritura.com, y ahora empiezo a dictar cursos en Fuentetaja, la escuela de escritura creativa a donde asisto al taller de Gloria Fernández Rozas. También el año pasado coordiné los Premios API de la Asociación de Periodistas de Investigación de España.
-¿Qué representó en su vida la presencia de un hombre tan reconocido como su padre, y además tan lleno de imágenes de otra Venezuela?
-Mi padre no fue un hombre muy reconocido en mi infancia ni en mi juventud. Era un hombre bueno, valiente, generoso y querido. Pero un fotógrafo de oficio, no un autor. Murió cuando yo tenía dieciocho años, y por mucho tiempo nadie se ocupó de su trabajo. Dejó una viuda sin profesión, una suegra, cuatro hijas, una bóxer y un archivo de negativos que esa viuda se empeñó en guardar porque decía que tenía mucho valor. Murió además cuando en Venezuela empiezan a sucederse las crisis económicas, que sin el fotógrafo que mantenía la casa nos afectaron mucho más. Yo diría entonces que mi madre es la figura que marcó mi vida. Como Penélope, ella tuvo que resguardar una casa en decadencia asediada por pretendientes, pero los de sus hijas. Por ella y su fe en las fotos de mi padre, y por sugerencia de Fernando Rodríguez, ya teniendo yo más de treinta años, llevamos unas copias de su trabajo a la Galería de Arte Nacional y eso dio lugar a la primera exposición antológica de su obra tres o cuatro años después. Y, hay que decirlo, esa exposición no tuvo entonces mucho éxito, fue más bien bastante criticada. Al menos eso recuerdo yo de parte de los fotógrafos que conocieron a mi padre en vida, todos autores para entonces. Aunque a mí sí me parece que José Antonio Navarrete, el curador, ya hizo una aproximación muy certera a la fotografía de un hombre de oficio que yo, debo confesarlo, ni conocía ni apreciaba. Luego la Fundación para la Cultura Urbana compró algunas de sus fotos de Caracas (seleccionadas por Vasco Szinetar y William Niño) porque tenían una gran calidad como fotos arquitectónicas, y usó la ya emblemática de Sabana Grande como portada del libro de su colección.
"Varios años después vino el precioso trabajo de Ángela Bonadies, Nathalia Manzo, Lisa Blackmore y mi madre para montar La recámara en la Galería Tresy3", agrega. "Mi madre para entonces se estaba muriendo y eso fue algo que le hizo muchísimo bien. Después la FCU compró su archivo y, gracias a su gran trabajo de conservación y promoción, y de la pasión de Vasco, vino todo lo que ha seguido. Pero esas fotografías cobran valor, me parece, porque la ciudad y la vida que mi padre fotografió no existen. Y lo paradójico es que se miren con nostalgia sus tomas de una realidad que vio con mucho sentido crítico y preocupación. Porque era un hombre de izquierda que detestaba la publicidad y el nuevorriquismo, la explotación del cuerpo de las mujeres para vender y los concursos de belleza, que le parecían prostitución, reprobaba la infame televisión comercial venezolana y sufría con las desigualdades sociales y las injusticias. Todos esos males también estaban presentes en nuestra democracia, aunque ahora se hayan exacerbado hasta el paroxismo y lo olvidemos".
-¿Cree que podemos hablar de una literatura venezolana de la diáspora, o solo es algo que nosotros vemos desde aquí?
-No estoy segura de que haya una producción literaria de la diáspora. Ni siquiera sé muy bien qué quiere decir eso. En Venezuela siempre se ha escrito y se sigue escribiendo, tanto en la Venezuela de adentro como en la de afuera. Hay una gran tradición de poesía, ensayo, narrativa y crítica literaria de primera, muy refinada. Hay además una gran escuela de estudios literarios. Debe haber profesoras y profesores de literatura formados en nuestras universidades en casi todas las grandes universidades del mundo. Y es normal que la gente joven y no tan joven formada en esa tradición escriba y publique. Y que lo haga en los países a los que ha migrado, a veces mucho antes de esta crisis. Quizás lo que ha habido es una explotación política de nuestra literatura, cosa que no sé si nos hace bien, sobre todo porque ha venido de sectores de derecha que hoy aterran al mundo pensante. Y también creo que hay una necesidad muy comprensible de reconocimiento de un país que ha vivido una catástrofe y una destrucción inimaginables y muy dolorosas. Entonces nos gusta pensar que la literatura venezolana triunfa en el mundo, y que sí hemos hecho cosas valiosas porque nos reconocen afuera. Pero al menos a mí no me hacía falta que reconocieran afuera a mis maestras y maestros venezolanos para saber de su valía. Por otra parte, no sé si es tan cierto ese boom, pero sobre todo, no sé si es tan importante. Más importante me parece es que la infancia y la juventud que aún vive en ese país tan golpeado tenga oportunidad de seguir aprendiendo a leer y a escribir, literatura o lo que sea.
@weykapu
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