Graciela Yáñez Vicentini: “'Eugenio Montejo. Obra completa' no se trata de una antología más”
Editorial Pre-Textos acaba de entregar el tercer volumen del ambicioso proyecto, “Blas Col y los coligrafos”
La tierra giró para acercarnos,

-“A las palabras hay que respaldarlas con el ser”, declaró alguna vez. ¿Cómo podríamos definir esa posición en el contexto de la poesía venezolana contemporánea?
-El “sentir ante todo” del que Eugenio habla en el Fragmentario que cierra su segundo libro de ensayos, El taller blanco, enseña claramente que una vez que se alcanza la madurez afectiva (el ser) la forma se genera por sí misma, sin que la razón participe. El poema nace, como dicen, de manera orgánica, como por obra y gracia natural y plena. O al menos así hemos leído nosotros este primer fragmento que podría llamarse “Aprender a sentir”, y la poesía y el pensamiento que lo subyacen: la idea de ir en contra de la idea y a favor de los sentidos, de los “sentires”, para alcanzar esa música en la poesía que se desprende de relacionarse con el mundo desde la terredad. Eugenio insta a los jóvenes poetas a “aprender a sentir”, como alguna vez Rilke los instara a evitar escribir poemas amorosos: qué peligro. Para aprender a sentir, continúa Eugenio en su Fragmentario, hay que escribir también desde la música, con todos los sentidos despiertos. Se trata de sentir el mundo, el cosmos y su partitura, pero también de sentir la palabra, la palabra misma, el lenguaje que es el poema. Nuestra literatura ha estado enferma de pensares, más que sentires, desde siempre: son las ideas las que la cabalgan, no ha sido el sentir. Eso desde la Alocución a la poesía de Bello hasta la revolución que El Techo de la Ballena añoraba. Eugenio estaba cuestionando esa tradición que instrumentalizaba la poesía, que se ponía obstáculos a sí misma para poder brotar de forma honesta. Quizás por eso cuestionaba un tanto la poesía del gran Roberto Juarroz, como me contó una vez –y esto lo recuerdo claramente, como si fuera ayer: pensar que puede haber sido ya hace veinte años– que conversábamos sobre poesía en Café Arábica, donde solíamos reunirnos antes de que Eugenio quisiera migrar al Boston Bakery, un poco más abajo. La poesía de Juarroz le parecía, quizás, escrita desde una fórmula, impregnada de las premisas y paradojas filosóficas que la caracterizaban. Y, sin embargo –recuerdo que me contó Eugenio, esa tarde de café– cuando se enteró de la muerte de Juarroz lo embargó un gran pesar y comprendió que, quizás, lo apreciaba más de lo que él mismo había llegado a comprender. Hoy en día, creo, en nuestra poesía vemos de todo, y la lección de Eugenio debe haber calado más de lo que él jamás hubiese sospechado. Hay, por supuesto, experimentos desde la razón, no por eso menos válidos y valiosos: a la poesía contemporánea le gusta pensarse desde sí misma, escribir poesía sobre el acto de escribir poesía. Y eso no está mal, creo yo: de hecho, también a mí me gusta y me interesa la poesía que se piensa en tanto poesía. En lo personal, soy enemiga de oponerme a cualquier tendencia sólo por ser una tendencia, por inclinarse hacia un lado u otro que pueda no ser el lado por el que yo me inclino. En arte, en general, me parece que la importancia radica en lo bien o mal que puedan estar planteados los experimentos. Hay poesía experimental, hay poemas que parecen venir de una vanguardia rezagada, y también eso, según sea el caso, puede resultar interesante. Primero, porque pareciera que es intrínseco de los jóvenes –y de los jóvenes artistas– el querer experimentar. Es lo natural. Lo importante, creo, es cuán bien o mal salga el experimento, cuánto fundamento real haya detrás de su caparazón, y cuánto sentir honesto lo guíe hacia su palabra y su música justa.

Parte del equipo editor de Eugenio Montejo. Obra completa: Antonio López Ortega; Vasco Szinetar; Aymara Montejo, viuda del autor; Graciela Yáñez Vicentini, y Manuel Borrás, de la Editorial Pre-Textos (CORTESÍA EMBAJADA DE ESPAÑA)
-¿Cómo ha sido su relación personal y literaria con la obra de Montejo, con quien comparte, además, el uso del heterónimo?
-A Eugenio Montejo lo empecé a leer gracias a una lectura dirigida que dictó José Luis Blondet –Chogüi– en la Escuela de Letras de la UCV. Comencé con él por azar: no conocía al profesor (de hecho, creo que era de sus primeros cursos y en el programa de la Escuela aparecía como profesor contratado, es decir, que tampoco tenía pista alguna para indagar si sería bueno); ni al poeta, ni al libro –que era El cuaderno de Blas Coll– y mucho menos había escuchado hablar sobre la heteronimia. Inscribí la materia porque me cuadraba con el horario, nada más. Y sucedió el flechazo de manera insólita: más nunca pude soltar a Eugenio ni a don Blas, ¡ni a Chogüi!, con quien vi clases hasta que la vida se lo llevó del país para emprender otros derroteros. ¡Cómo nos reíamos en ese curso sobre Blas Coll!
“Luego abrió uno sobre heteronimias, en el que estudiamos no sólo las de Eugenio sino las de sus ‘hermanos mayores’, Fernando Pessoa y Antonio Machado -agrega-. Recuerdo que en esa época yo estaba cursando, de manera simultánea, la carrera de Psicología en la UCAB, y mis amigos que estudiaban aquella carrera conmigo se quedaban pasmados cuando trataba de explicarles que existían escritores que tenían ‘voces oblicuas’, personajes que no eran realmente personajes ni pseudónimos sino otros escritores reales, con nombre y apellido y descripción física y biografía propias, tipo de letra y hasta firma propias, que eran parte de su obra, como decir alter egos de esos escritores pero que ‘no eran ellos mismos’ y que escribían una obra diferente, de manera paralela a la escrita por el autor ‘real’. Desde la Psicología, mis amigos gozaban muchísimo con todo ese universo que yo trasladaba de una escuela a la otra, de una universidad a la otra".
-De cierta manera, ya estaba yo inmersa en la dualidad, en la “doble vida”, como me decían ellos. Comencé a cultivar entonces, casi de manera natural, ese tipo de escritura: surgió primero Egarim Mirage, con su personalidad escindida y su obsesión por los espejos; y así fueron surgiendo su medio hermana menor, Eli C. Coppa, enredada siempre en las telarañas de la casa que habita; las amigas Macabea Zea Traganta (totalmente clariceana, esa es ensayista) y Faustine Wittfield (la académica obsesionada con autores argentinos); y la prima Tadaa Ando, artista visual y poeta, jugando siempre con sus espejos sobre el agua. Tola Pissorda, la narradora, con sus historias urbanas y elementales; y Talinda Lucky, la traductora que de tanto traducir los poemas de Egarim frente al espejo comenzó a escribir también los suyos, desde el plagio traductor. Hubo incluso un experimento fallido con un heterónimo hombre, que era sólo editor, y que provisionalmente llamamos Fernando Tru(e)man y quizás por eso no prosperó. Luego vinieron Marianne Payne, la pelirroja amiga de Talinda, que no para de fumarse un cigarro imaginario; y Graciela Alejandra Armando, la de los poemas en prosa, los fragmentos diarísticos y las decisiones cromáticas: de todas ellas, a quien más cercana siento de mi poesía. Hoy en día hemos descubierto que el desdoblamiento de Egarim y su divismo espéjico la han llevado a las tablas y, cuando hizo falta una actriz para el rol de Berta en la pieza póstuma de Lucian Vacaresco, El ángel, “la Mirage” –como le dicen ahora– no perdió la oportunidad para unirse al elenco de lujo conformado por Luigi Sciamanna (también director de la pieza, o eso dicen), el talentosísimo actor Antonio Delli y la joven promesa Egon Ilka, que rápidamente conformaron un grupo llamado Proyecto El Ángel y, desde su sede llamada El Padrino –como la respetable mafia que son– están trabajando en el montaje de la pieza, asesorados por el gato de ojos verdes que los ronda en los ensayos y con los refrigerios aportados por la empresa Charles Bakery. Por ahí corre el rumor de que Egarim es incluso productora y directora de casting del montaje, y que sus problemas de identidad y juegos con los espejos le impidieron distinguir entre los actores masculinos y femeninos a la hora de dar vida a las hermanas sexagenarias de la pieza de Lucian; pero no hay que fiarse de nada que ella diga, los espejos son engañosos. Es mejor consultar cualquier detalle con el director de la pieza, el experto Sciamanna, de reconocida y muy seria trayectoria para estos menesteres (aunque no sabemos muy bien cómo hará para montar una obra que dura menos de una hora… pero bueno, ya el ángel le dirá cómo). El grupo estrenó un fragmento de la lectura dramatizada el pasado 27 de noviembre en los espacios de La Poeteca; dicen que por ahí circula el video de esa velada memorable, en el Instagram de @elbuscon1, y se estima que para el 2024 el cuarteto monte la pieza completa. Por cierto, después de años de conocer la dupla que conforman Egarim y Talinda y de ver a la segunda trabajar con gran celo y rigor la traducción de los versos espéjicos de la primera, me impresionó mucho descubrir que Tomás Linden, “el sueco de Patanemo”, precisamente uno de mis heterónimos predilectos de Eugenio –y uno de los más rigurosos, pues practica el fino arte del soneto– ha sido el responsable de la traducción de la pieza teatral del ya célebre rumano Vacaresco; descubrir, en fin, que también ellos han manifestado su juego oblicuo por medio de la traducción.
“Y, en medio de todo este proceso que ha ocurrido en paralelo para mí, de publicar junto a mis queridos Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Vasco Szinetar –como curador del apéndice gráfico contenido en el tercer volumen– la Obra completa de Eugenio Montejo a la par que publicaba también mi primer poemario ortónimo, La caída natural, de la mano de Dcir Ediciones, me parece insólito que haya salido de imprenta precisamente el volumen III de este proyecto, dedicado a los heterónimos de Eugenio, en el mismo mes de octubre en que ha salido de imprenta –y a la luz– mi primer poemario firmado por Graciela Yáñez Vicentini”.
Eugenio Montejo. Obra completa puede consultarse gratuitamente en la biblioteca de la UCAB, en la sala Eugenio Montejo de la biblioteca Los Palos Grandes y en sala de lectura de la Fundación La Poeteca, piso 2 de la torre Mene Grande. Los interesados en adquirir los ejemplares, pueden hacerlo próximamente en las librerías Insomnia (espacios de la Fundación La Poeteca), y El Buscón del Trasnocho Cultural del C. C. Paseo Las Mercedes. Los libros pueden encargarse también a través de la página web de la Editorial Pre-Textos, https://www.pre-textos.com/, que realiza envíos internacionales a todo el mundo.

giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño
La inclusión del ya célebre verso de Eugenio Montejo en el filme 21 gramos, popularizó su fama. Pero ya antes gozaba el venezolano del reconocimiento de la comunidad literaria como “uno de los poetas latinoamericanos de mayor trascendencia del siglo XX”.
Así lo ha entendido la española Pre-Textos, en una trilogía que reúne minuciosamente la obra del venezolano mediante la tesonera labor de más de un lustro de un equipo integrado por los escritores Miguel Gomes, Antonio López Ortega y Graciela Yáñez Vicentini, quienes acaban de entregar el tercer volumen de Eugenio Montejo. Obra completa, con el que culmina uno de los más ambiciosos proyectos editoriales de este año.
Eugenio Montejo (Caracas, 1938-2008), ha sido traducido al inglés, portugués, italiano y francés, entre otros idiomas. Ganador del prestigioso premio Octavio Paz de Ensayo y Poesía, investigador, ensayista y diplomático, su extensa producción poética y narrativa representa un camino único de indagación ética y estética en el lenguaje poético y el cultivo de lo que llamó “escritura oblicua”, versión muy personal de la heteronimia.
Graciela Yáñez Vicentini (Caracas, 1981), autora de una reconocida obra poética y ensayística, editora, promotora cultural, correctora, traductora y librera, y una de las coeditoras del enjundioso proyecto, nos habla sobre el volumen que acaban de entregar:
-Existen varias antologías de Eugenio Montejo, están las de Laia, Tierra Firme, Monte Ávila... ¿Qué luz puede arrojarnos este libro sobre la obra del poeta que siempre prefirió llamar a sus libros “cuadernos”?
-Agradezco mucho la oportunidad para hablar sobre esto, dado que siempre es importante aclarar los parámetros y alcances de un proyecto como este cuando aparece, por primera vez, la Obra completa de un autor de la importancia como Eugenio Montejo.
“Esta vez no estamos ante una antología –no se trata de una selección de textos– sino ante la única edición de su obra completa, íntegra, total; la cual, tal como Manuel Borrás en nombre del equipo de Pre-Textos ha manifestado, necesitaba existir para 'cumplirle a Eugenio'”, agrega.
“Por esa misma razón, cuando Antonio López Ortega, Miguel Gomes y yo, como editores que le hemos dedicado casi una década a este proyecto de compilación, debatíamos sobre el título para la edición, coincidimos los tres en que lo conveniente era un título claro como el que pusimos, aunque eso nos obligara a prescindir del uso de algún verso o imagen fundamental de la obra de Eugenio, que quizás nos hubiera gustado, de tantos que se nos ocurrían. Pero recordamos el caso de Alfabeto del mundo, publicado en México por el FCE como antología de su obra pero, a la vez, como poemario que lleva ese título, y nos pareció que el uso de cualquiera de sus títulos esenciales, como ese mismo que tomó el FCE o, quizás, Terredad, podía ocasionar algún tipo de confusión, dado que no estamos tampoco ante una obra reunida.
“Esta recopilación dividida en tres volúmenes -explica Yáñez Vicentini- abarca primero la obra poética ortónima entera de Montejo; luego, toda su prosa ensayística –que incluye no sólo sus dos libros de ensayos publicados, sino todos los textos dispersos que conseguimos tras años de investigación– y, por último, su universo heteronímico. Hemos contado con la asesoría y total apoyo de Aymara Montejo, la viuda del autor, desde el primer momento que se inició el proyecto; por lo tanto, lo único que hemos dejado por fuera han sido los textos que el propio autor, al ver acercarse el momento de su partida, dejó claras instrucciones de que debían quedarse inéditos, por no hallarse listos; así como los textos iniciales que él mismo excluyó de las antologías preparadas o revisadas por él, y algunos casos de repeticiones que hemos detallado en los criterios de la edición, que aparecen al principio del primer volumen".
“Tampoco hemos incorporado textos de autoría colectiva o de naturaleza dialógica; es decir: no hay correspondencias ni entrevistas ni encuestas, aunque las referencias de todas estas sí se reflejan en la bibliografía que hemos reservado para cerrar el último volumen, para el posible interés de lectores, investigadores y críticos. Los tres tomos incluyen textos dispersos que no habían sido publicados en libro anteriormente, cosa que vale la pena acotar a propósito de tu observación tan pertinente sobre el uso del término 'cuadernos', acuñado varias veces por Eugenio. No sólo tituló su primera obra heteronímica El cuaderno de Blas Coll –firmada esta por el propio Montejo, puesto que en ella su voz se intercaló con la del tipógrafo que sirve de eje a la cofradía de Puerto Malo– sino que varios de los textos sueltos que hemos incorporado provienen de 'cuadernillos' de poemas o de ensayos que no llegaron a constituir libros como tales".
“El primer volumen, además de la iluminadora introducción escrita por Antonio y Miguel, tiene una sección de poemas misceláneos que no estuvieron nunca ubicados dentro de un poemario; de las 1.028 páginas del segundo, más de la mitad está formada por conferencias, prólogos, textos sobre arte tomados de catálogos, palabras de presentación nunca antes recogidas en volumen, ensayos publicados en revistas, etc., incluso un prólogo publicado en 2011, es decir, de manera póstuma; y el tercer volumen, recién salido del imprenta a finales de octubre, es quizás el que más novedades editoriales contiene, puesto que aporta la segunda mitad de Guitarra del horizonte, de Sergio Sandoval, así como el Rimario de Eduardo Polo –ambos, poemarios que habían permanecido inéditos casi en su totalidad hasta ahora– y la pieza dramática El ángel de Lucian Vacaresco, el heterónimo póstumo de Montejo. Por si estas novedades editoriales fueran poco, el tercer volumen contiene también más de 30 páginas de imágenes (fotos, manuscritos, dibujos hechos por Eugenio) y las casi 90 páginas de mi bibliografía, que respaldan nuestra investigación, y que ofrecen datos detallados sobre todo lo incluido en los tres volúmenes, así como una bibliografía indirecta con textos sobre el autor y su obra.
La inclusión del ya célebre verso de Eugenio Montejo en el filme 21 gramos, popularizó su fama. Pero ya antes gozaba el venezolano del reconocimiento de la comunidad literaria como “uno de los poetas latinoamericanos de mayor trascendencia del siglo XX”.
Así lo ha entendido la española Pre-Textos, en una trilogía que reúne minuciosamente la obra del venezolano mediante la tesonera labor de más de un lustro de un equipo integrado por los escritores Miguel Gomes, Antonio López Ortega y Graciela Yáñez Vicentini, quienes acaban de entregar el tercer volumen de Eugenio Montejo. Obra completa, con el que culmina uno de los más ambiciosos proyectos editoriales de este año.
Eugenio Montejo (Caracas, 1938-2008), ha sido traducido al inglés, portugués, italiano y francés, entre otros idiomas. Ganador del prestigioso premio Octavio Paz de Ensayo y Poesía, investigador, ensayista y diplomático, su extensa producción poética y narrativa representa un camino único de indagación ética y estética en el lenguaje poético y el cultivo de lo que llamó “escritura oblicua”, versión muy personal de la heteronimia.
Graciela Yáñez Vicentini (Caracas, 1981), autora de una reconocida obra poética y ensayística, editora, promotora cultural, correctora, traductora y librera, y una de las coeditoras del enjundioso proyecto, nos habla sobre el volumen que acaban de entregar:
-Existen varias antologías de Eugenio Montejo, están las de Laia, Tierra Firme, Monte Ávila... ¿Qué luz puede arrojarnos este libro sobre la obra del poeta que siempre prefirió llamar a sus libros “cuadernos”?
-Agradezco mucho la oportunidad para hablar sobre esto, dado que siempre es importante aclarar los parámetros y alcances de un proyecto como este cuando aparece, por primera vez, la Obra completa de un autor de la importancia como Eugenio Montejo.
“Esta vez no estamos ante una antología –no se trata de una selección de textos– sino ante la única edición de su obra completa, íntegra, total; la cual, tal como Manuel Borrás en nombre del equipo de Pre-Textos ha manifestado, necesitaba existir para 'cumplirle a Eugenio'”, agrega.
“Por esa misma razón, cuando Antonio López Ortega, Miguel Gomes y yo, como editores que le hemos dedicado casi una década a este proyecto de compilación, debatíamos sobre el título para la edición, coincidimos los tres en que lo conveniente era un título claro como el que pusimos, aunque eso nos obligara a prescindir del uso de algún verso o imagen fundamental de la obra de Eugenio, que quizás nos hubiera gustado, de tantos que se nos ocurrían. Pero recordamos el caso de Alfabeto del mundo, publicado en México por el FCE como antología de su obra pero, a la vez, como poemario que lleva ese título, y nos pareció que el uso de cualquiera de sus títulos esenciales, como ese mismo que tomó el FCE o, quizás, Terredad, podía ocasionar algún tipo de confusión, dado que no estamos tampoco ante una obra reunida.
“Esta recopilación dividida en tres volúmenes -explica Yáñez Vicentini- abarca primero la obra poética ortónima entera de Montejo; luego, toda su prosa ensayística –que incluye no sólo sus dos libros de ensayos publicados, sino todos los textos dispersos que conseguimos tras años de investigación– y, por último, su universo heteronímico. Hemos contado con la asesoría y total apoyo de Aymara Montejo, la viuda del autor, desde el primer momento que se inició el proyecto; por lo tanto, lo único que hemos dejado por fuera han sido los textos que el propio autor, al ver acercarse el momento de su partida, dejó claras instrucciones de que debían quedarse inéditos, por no hallarse listos; así como los textos iniciales que él mismo excluyó de las antologías preparadas o revisadas por él, y algunos casos de repeticiones que hemos detallado en los criterios de la edición, que aparecen al principio del primer volumen".
“Tampoco hemos incorporado textos de autoría colectiva o de naturaleza dialógica; es decir: no hay correspondencias ni entrevistas ni encuestas, aunque las referencias de todas estas sí se reflejan en la bibliografía que hemos reservado para cerrar el último volumen, para el posible interés de lectores, investigadores y críticos. Los tres tomos incluyen textos dispersos que no habían sido publicados en libro anteriormente, cosa que vale la pena acotar a propósito de tu observación tan pertinente sobre el uso del término 'cuadernos', acuñado varias veces por Eugenio. No sólo tituló su primera obra heteronímica El cuaderno de Blas Coll –firmada esta por el propio Montejo, puesto que en ella su voz se intercaló con la del tipógrafo que sirve de eje a la cofradía de Puerto Malo– sino que varios de los textos sueltos que hemos incorporado provienen de 'cuadernillos' de poemas o de ensayos que no llegaron a constituir libros como tales".
“El primer volumen, además de la iluminadora introducción escrita por Antonio y Miguel, tiene una sección de poemas misceláneos que no estuvieron nunca ubicados dentro de un poemario; de las 1.028 páginas del segundo, más de la mitad está formada por conferencias, prólogos, textos sobre arte tomados de catálogos, palabras de presentación nunca antes recogidas en volumen, ensayos publicados en revistas, etc., incluso un prólogo publicado en 2011, es decir, de manera póstuma; y el tercer volumen, recién salido del imprenta a finales de octubre, es quizás el que más novedades editoriales contiene, puesto que aporta la segunda mitad de Guitarra del horizonte, de Sergio Sandoval, así como el Rimario de Eduardo Polo –ambos, poemarios que habían permanecido inéditos casi en su totalidad hasta ahora– y la pieza dramática El ángel de Lucian Vacaresco, el heterónimo póstumo de Montejo. Por si estas novedades editoriales fueran poco, el tercer volumen contiene también más de 30 páginas de imágenes (fotos, manuscritos, dibujos hechos por Eugenio) y las casi 90 páginas de mi bibliografía, que respaldan nuestra investigación, y que ofrecen datos detallados sobre todo lo incluido en los tres volúmenes, así como una bibliografía indirecta con textos sobre el autor y su obra.

Graciela Yáñez Vicentini: " Eugenio (Montejo) insta a los jóvenes poetas a 'aprender a sentir'” (Archivo de Fotografía Urbana, dic. 2023. CORTESÍA TRAMA UNIVERSITY)
-¿Cree que en efecto, como dice el prólogo, en los años 60 la vanguardia ya era parte del pasado? ¿Cómo se inscribe su poética en ese momento?
-Las tendencias siempre pasan, luego regresan, se niegan a morir, intentan resucitar o en efecto resucitan, pero en todo caso siempre generan movimientos contrarios o pendulares desde los que los poetas –los escritores, los artistas en general– se mecen a favor o en contra, lejos o cerca, columpiándose en los movimientos sobre los que su tiempo les permite cabalgar, con los que se identifican o no, en los que se perciben retratados o no, con los que comulgan o de los que se sienten distanciados. Para comprender esta afirmación que hicimos en el texto de contratapa del volumen dedicado a la poesía ortónima de Montejo, habría que recordar lo que Eugenio dice en el prólogo a su segunda edición de Algunas palabras, en un ejercicio crítico y autorreflexivo sobre su propio poemario: "Cualesquiera sean los logros y fallas que lo conforman, creo que sus versos dependen menos de los efectos que del sentimiento de acercarnos a nuestra verdad, o a lo que por ella uno se represente. No albergan sus páginas demasiadas rupturas formales ni tampoco reiteran adrede los consagrados modos de la antigua retórica. Me proponía entonces tomar distancia por igual de los experimentalismos vanguardistas que saturaron la primera mitad de nuestro siglo, como de una deliberada reivindicación clasicista, sin ningún fundamento en nuestros días. Buscaba apenas algunas palabras en las que pudiese reconocerme, en las que me sintiera próximo del habla de nuestras gentes y de nuestro paisaje".
“Creo que hablo por todo el equipo editor cuando afirmo que Montejo se distanciaba en ese momento del innovacionismo programático de la vanguardia pero también de los clasicismos. Buscaba algo más sencillo, y nos lo dice desde el mismo título que escoge para su tercer poemario; nada de eso de innovar por innovar, de querer causar un efecto de ruptura a juro que, inevitablemente, iba a acabar por convertirse a su vez en un sistema más, en algo tan predecible como estrambótico. A eso se refiere, justamente, Octavio Paz cuando nos habla de la tradición de la ruptura. Y esto sucede de forma simultánea a la crítica que plantea Montejo ante la modernización obsesiva de los discursos desarrollistas de la Venezuela en plena época de la bonanza petrolera. Es una actitud estética y ética a la vez: a Montejo no le interesa jugar a la retórica, ser neobarroco, sonar exótico y cosmopolita sino serlo, desde el diálogo de su poesía con nuestro propio paisaje, nuestras propias tierras, nuestro propio lenguaje; no por eso nacionalista ni ajeno al resto del continente o del mundo. Montejo, hablando como lo hace con algunas palabras sencillas, desde esa franqueza que lo caracterizó siempre –incluso desde su cierta dosis de extrañeza verbal en Élegos– se inscribe por eso mismo en un contexto universal que, no en balde, lo ha consagrado como uno de los poetas hispanoamericanos más importantes de nuestro tiempo”, prosigue.
-¿Cree que en efecto, como dice el prólogo, en los años 60 la vanguardia ya era parte del pasado? ¿Cómo se inscribe su poética en ese momento?
-Las tendencias siempre pasan, luego regresan, se niegan a morir, intentan resucitar o en efecto resucitan, pero en todo caso siempre generan movimientos contrarios o pendulares desde los que los poetas –los escritores, los artistas en general– se mecen a favor o en contra, lejos o cerca, columpiándose en los movimientos sobre los que su tiempo les permite cabalgar, con los que se identifican o no, en los que se perciben retratados o no, con los que comulgan o de los que se sienten distanciados. Para comprender esta afirmación que hicimos en el texto de contratapa del volumen dedicado a la poesía ortónima de Montejo, habría que recordar lo que Eugenio dice en el prólogo a su segunda edición de Algunas palabras, en un ejercicio crítico y autorreflexivo sobre su propio poemario: "Cualesquiera sean los logros y fallas que lo conforman, creo que sus versos dependen menos de los efectos que del sentimiento de acercarnos a nuestra verdad, o a lo que por ella uno se represente. No albergan sus páginas demasiadas rupturas formales ni tampoco reiteran adrede los consagrados modos de la antigua retórica. Me proponía entonces tomar distancia por igual de los experimentalismos vanguardistas que saturaron la primera mitad de nuestro siglo, como de una deliberada reivindicación clasicista, sin ningún fundamento en nuestros días. Buscaba apenas algunas palabras en las que pudiese reconocerme, en las que me sintiera próximo del habla de nuestras gentes y de nuestro paisaje".
“Creo que hablo por todo el equipo editor cuando afirmo que Montejo se distanciaba en ese momento del innovacionismo programático de la vanguardia pero también de los clasicismos. Buscaba algo más sencillo, y nos lo dice desde el mismo título que escoge para su tercer poemario; nada de eso de innovar por innovar, de querer causar un efecto de ruptura a juro que, inevitablemente, iba a acabar por convertirse a su vez en un sistema más, en algo tan predecible como estrambótico. A eso se refiere, justamente, Octavio Paz cuando nos habla de la tradición de la ruptura. Y esto sucede de forma simultánea a la crítica que plantea Montejo ante la modernización obsesiva de los discursos desarrollistas de la Venezuela en plena época de la bonanza petrolera. Es una actitud estética y ética a la vez: a Montejo no le interesa jugar a la retórica, ser neobarroco, sonar exótico y cosmopolita sino serlo, desde el diálogo de su poesía con nuestro propio paisaje, nuestras propias tierras, nuestro propio lenguaje; no por eso nacionalista ni ajeno al resto del continente o del mundo. Montejo, hablando como lo hace con algunas palabras sencillas, desde esa franqueza que lo caracterizó siempre –incluso desde su cierta dosis de extrañeza verbal en Élegos– se inscribe por eso mismo en un contexto universal que, no en balde, lo ha consagrado como uno de los poetas hispanoamericanos más importantes de nuestro tiempo”, prosigue.
-“A las palabras hay que respaldarlas con el ser”, declaró alguna vez. ¿Cómo podríamos definir esa posición en el contexto de la poesía venezolana contemporánea?
-El “sentir ante todo” del que Eugenio habla en el Fragmentario que cierra su segundo libro de ensayos, El taller blanco, enseña claramente que una vez que se alcanza la madurez afectiva (el ser) la forma se genera por sí misma, sin que la razón participe. El poema nace, como dicen, de manera orgánica, como por obra y gracia natural y plena. O al menos así hemos leído nosotros este primer fragmento que podría llamarse “Aprender a sentir”, y la poesía y el pensamiento que lo subyacen: la idea de ir en contra de la idea y a favor de los sentidos, de los “sentires”, para alcanzar esa música en la poesía que se desprende de relacionarse con el mundo desde la terredad. Eugenio insta a los jóvenes poetas a “aprender a sentir”, como alguna vez Rilke los instara a evitar escribir poemas amorosos: qué peligro. Para aprender a sentir, continúa Eugenio en su Fragmentario, hay que escribir también desde la música, con todos los sentidos despiertos. Se trata de sentir el mundo, el cosmos y su partitura, pero también de sentir la palabra, la palabra misma, el lenguaje que es el poema. Nuestra literatura ha estado enferma de pensares, más que sentires, desde siempre: son las ideas las que la cabalgan, no ha sido el sentir. Eso desde la Alocución a la poesía de Bello hasta la revolución que El Techo de la Ballena añoraba. Eugenio estaba cuestionando esa tradición que instrumentalizaba la poesía, que se ponía obstáculos a sí misma para poder brotar de forma honesta. Quizás por eso cuestionaba un tanto la poesía del gran Roberto Juarroz, como me contó una vez –y esto lo recuerdo claramente, como si fuera ayer: pensar que puede haber sido ya hace veinte años– que conversábamos sobre poesía en Café Arábica, donde solíamos reunirnos antes de que Eugenio quisiera migrar al Boston Bakery, un poco más abajo. La poesía de Juarroz le parecía, quizás, escrita desde una fórmula, impregnada de las premisas y paradojas filosóficas que la caracterizaban. Y, sin embargo –recuerdo que me contó Eugenio, esa tarde de café– cuando se enteró de la muerte de Juarroz lo embargó un gran pesar y comprendió que, quizás, lo apreciaba más de lo que él mismo había llegado a comprender. Hoy en día, creo, en nuestra poesía vemos de todo, y la lección de Eugenio debe haber calado más de lo que él jamás hubiese sospechado. Hay, por supuesto, experimentos desde la razón, no por eso menos válidos y valiosos: a la poesía contemporánea le gusta pensarse desde sí misma, escribir poesía sobre el acto de escribir poesía. Y eso no está mal, creo yo: de hecho, también a mí me gusta y me interesa la poesía que se piensa en tanto poesía. En lo personal, soy enemiga de oponerme a cualquier tendencia sólo por ser una tendencia, por inclinarse hacia un lado u otro que pueda no ser el lado por el que yo me inclino. En arte, en general, me parece que la importancia radica en lo bien o mal que puedan estar planteados los experimentos. Hay poesía experimental, hay poemas que parecen venir de una vanguardia rezagada, y también eso, según sea el caso, puede resultar interesante. Primero, porque pareciera que es intrínseco de los jóvenes –y de los jóvenes artistas– el querer experimentar. Es lo natural. Lo importante, creo, es cuán bien o mal salga el experimento, cuánto fundamento real haya detrás de su caparazón, y cuánto sentir honesto lo guíe hacia su palabra y su música justa.

Parte del equipo editor de Eugenio Montejo. Obra completa: Antonio López Ortega; Vasco Szinetar; Aymara Montejo, viuda del autor; Graciela Yáñez Vicentini, y Manuel Borrás, de la Editorial Pre-Textos (CORTESÍA EMBAJADA DE ESPAÑA)
-¿Cómo ha sido su relación personal y literaria con la obra de Montejo, con quien comparte, además, el uso del heterónimo?
-A Eugenio Montejo lo empecé a leer gracias a una lectura dirigida que dictó José Luis Blondet –Chogüi– en la Escuela de Letras de la UCV. Comencé con él por azar: no conocía al profesor (de hecho, creo que era de sus primeros cursos y en el programa de la Escuela aparecía como profesor contratado, es decir, que tampoco tenía pista alguna para indagar si sería bueno); ni al poeta, ni al libro –que era El cuaderno de Blas Coll– y mucho menos había escuchado hablar sobre la heteronimia. Inscribí la materia porque me cuadraba con el horario, nada más. Y sucedió el flechazo de manera insólita: más nunca pude soltar a Eugenio ni a don Blas, ¡ni a Chogüi!, con quien vi clases hasta que la vida se lo llevó del país para emprender otros derroteros. ¡Cómo nos reíamos en ese curso sobre Blas Coll!
“Luego abrió uno sobre heteronimias, en el que estudiamos no sólo las de Eugenio sino las de sus ‘hermanos mayores’, Fernando Pessoa y Antonio Machado -agrega-. Recuerdo que en esa época yo estaba cursando, de manera simultánea, la carrera de Psicología en la UCAB, y mis amigos que estudiaban aquella carrera conmigo se quedaban pasmados cuando trataba de explicarles que existían escritores que tenían ‘voces oblicuas’, personajes que no eran realmente personajes ni pseudónimos sino otros escritores reales, con nombre y apellido y descripción física y biografía propias, tipo de letra y hasta firma propias, que eran parte de su obra, como decir alter egos de esos escritores pero que ‘no eran ellos mismos’ y que escribían una obra diferente, de manera paralela a la escrita por el autor ‘real’. Desde la Psicología, mis amigos gozaban muchísimo con todo ese universo que yo trasladaba de una escuela a la otra, de una universidad a la otra".
-De cierta manera, ya estaba yo inmersa en la dualidad, en la “doble vida”, como me decían ellos. Comencé a cultivar entonces, casi de manera natural, ese tipo de escritura: surgió primero Egarim Mirage, con su personalidad escindida y su obsesión por los espejos; y así fueron surgiendo su medio hermana menor, Eli C. Coppa, enredada siempre en las telarañas de la casa que habita; las amigas Macabea Zea Traganta (totalmente clariceana, esa es ensayista) y Faustine Wittfield (la académica obsesionada con autores argentinos); y la prima Tadaa Ando, artista visual y poeta, jugando siempre con sus espejos sobre el agua. Tola Pissorda, la narradora, con sus historias urbanas y elementales; y Talinda Lucky, la traductora que de tanto traducir los poemas de Egarim frente al espejo comenzó a escribir también los suyos, desde el plagio traductor. Hubo incluso un experimento fallido con un heterónimo hombre, que era sólo editor, y que provisionalmente llamamos Fernando Tru(e)man y quizás por eso no prosperó. Luego vinieron Marianne Payne, la pelirroja amiga de Talinda, que no para de fumarse un cigarro imaginario; y Graciela Alejandra Armando, la de los poemas en prosa, los fragmentos diarísticos y las decisiones cromáticas: de todas ellas, a quien más cercana siento de mi poesía. Hoy en día hemos descubierto que el desdoblamiento de Egarim y su divismo espéjico la han llevado a las tablas y, cuando hizo falta una actriz para el rol de Berta en la pieza póstuma de Lucian Vacaresco, El ángel, “la Mirage” –como le dicen ahora– no perdió la oportunidad para unirse al elenco de lujo conformado por Luigi Sciamanna (también director de la pieza, o eso dicen), el talentosísimo actor Antonio Delli y la joven promesa Egon Ilka, que rápidamente conformaron un grupo llamado Proyecto El Ángel y, desde su sede llamada El Padrino –como la respetable mafia que son– están trabajando en el montaje de la pieza, asesorados por el gato de ojos verdes que los ronda en los ensayos y con los refrigerios aportados por la empresa Charles Bakery. Por ahí corre el rumor de que Egarim es incluso productora y directora de casting del montaje, y que sus problemas de identidad y juegos con los espejos le impidieron distinguir entre los actores masculinos y femeninos a la hora de dar vida a las hermanas sexagenarias de la pieza de Lucian; pero no hay que fiarse de nada que ella diga, los espejos son engañosos. Es mejor consultar cualquier detalle con el director de la pieza, el experto Sciamanna, de reconocida y muy seria trayectoria para estos menesteres (aunque no sabemos muy bien cómo hará para montar una obra que dura menos de una hora… pero bueno, ya el ángel le dirá cómo). El grupo estrenó un fragmento de la lectura dramatizada el pasado 27 de noviembre en los espacios de La Poeteca; dicen que por ahí circula el video de esa velada memorable, en el Instagram de @elbuscon1, y se estima que para el 2024 el cuarteto monte la pieza completa. Por cierto, después de años de conocer la dupla que conforman Egarim y Talinda y de ver a la segunda trabajar con gran celo y rigor la traducción de los versos espéjicos de la primera, me impresionó mucho descubrir que Tomás Linden, “el sueco de Patanemo”, precisamente uno de mis heterónimos predilectos de Eugenio –y uno de los más rigurosos, pues practica el fino arte del soneto– ha sido el responsable de la traducción de la pieza teatral del ya célebre rumano Vacaresco; descubrir, en fin, que también ellos han manifestado su juego oblicuo por medio de la traducción.
“Y, en medio de todo este proceso que ha ocurrido en paralelo para mí, de publicar junto a mis queridos Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Vasco Szinetar –como curador del apéndice gráfico contenido en el tercer volumen– la Obra completa de Eugenio Montejo a la par que publicaba también mi primer poemario ortónimo, La caída natural, de la mano de Dcir Ediciones, me parece insólito que haya salido de imprenta precisamente el volumen III de este proyecto, dedicado a los heterónimos de Eugenio, en el mismo mes de octubre en que ha salido de imprenta –y a la luz– mi primer poemario firmado por Graciela Yáñez Vicentini”.
Eugenio Montejo. Obra completa puede consultarse gratuitamente en la biblioteca de la UCAB, en la sala Eugenio Montejo de la biblioteca Los Palos Grandes y en sala de lectura de la Fundación La Poeteca, piso 2 de la torre Mene Grande. Los interesados en adquirir los ejemplares, pueden hacerlo próximamente en las librerías Insomnia (espacios de la Fundación La Poeteca), y El Buscón del Trasnocho Cultural del C. C. Paseo Las Mercedes. Los libros pueden encargarse también a través de la página web de la Editorial Pre-Textos, https://www.pre-textos.com/, que realiza envíos internacionales a todo el mundo.
@weykapu

Foto VASCO SZINETAR
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio
Fragmento del poema La tierra giró para acercarnos
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