A CONTROL REMOTO
Gina Lollobrigida, 95 años de una estrella legendaria
Pocos saben que la bella actriz italiana también fue en su juventud una talentosa fotógrafa
Gina Lollobrigida acaba de cumplir 95 años. Junto a Sophia Loren, fue una de las actrices italianas de mayor proyección internacional en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. De esplendorosa belleza y orígenes muy humildes, tuvo inclinaciones por el mundo del arte desde muy joven. Su padre, carpintero, consiguió que ingresara a la Academia de Bellas Artes de Roma, donde estudió pintura y escultura. Pero la situación económica de su familia la obligó a trabajar en fotonovelas, que entonces causaban furor en la Italia de posguerra.
Poseía una belleza tan rotunda como potente. Debutó en el cine con Águila negra (1946), de Ricardo Freda y un año después se presentó al concurso de Miss Italia, quedando en tercer lugar (la ganadora fue Lucía Bosé). A partir de allí, iría escalando posiciones. Su primer reconocimiento le llegó de la mano del director francés Christian Jacques en Fanfan, el invencible (1951), una película de aventuras con Gerard Philipe en el principal papel masculino. Después rodó, bajo la batuta de Luigi Comencini, el filme que significó su consagración: Pan, amor y fantasía (1952), una comedia que dejaría una secuela. Encarnó en esta cinta a la muy cautivante Pizzicarella, la chica loca del pueblo, que traía de cabeza al jefe de los carabineros de la localidad, encarnado por un magnífico Vittorio de Sica.
Los posteriores fueron sus mejores años. Rodó algunos de sus títulos más importantes, entre los que destacan La mujer más guapa del mundo (1955), de Robert Z. Leonard, y Nuestra Señora de París (1956). Puso la mira en Hollywood y fue la reina en Salomón y la reina de Saba (1958), de King Vidor, en un rodaje que tuvo lugar en España. Pero sus posibilidades en la Meca del cine nunca llegaron a cuajar. Los años setenta situaron su carrera en un punto muerto. Trabajaba, pero sus títulos no rebasaban lo trivial. Fue entonces cuando comenzó a dedicarse a una actividad que, en cierto modo, enlazaba con sus tiempos de juventud: había estudiado pintura, y a lo largo de estos años se fue convirtiendo en una fotógrafa de gran talento y sensibilidad. En esos menesteres hizo una visita fugaz a Venezuela, donde fue entrevistada por Radio Caracas Televisión. La prensa de su país llegó a decir que “poseía una finura y una inteligencia que le permitían ser algo más que un recuerdo de los tiempos en que su belleza deslumbraba a americanos y europeos”.
En 1992, durante la Expo de Sevilla, mostró su obra fotográfica en el pabellón de su país. La crítica reconoció que “aquella mujer, que sobrepasaba los sesenta años, dominaba a la perfección las artes de la imagen”. Hizo también, cómo no, apariciones en televisión en series de alta audiencia como Falcon Crest y en Broadway tuvo una meritoria actuación en La rosa tatuada, de Tennessee Williams. Su última intervención cinematográfica fue en Las cien y una noches (1995), de la directora francesa Agnès Varda.
@aquilinojmata
Poseía una belleza tan rotunda como potente. Debutó en el cine con Águila negra (1946), de Ricardo Freda y un año después se presentó al concurso de Miss Italia, quedando en tercer lugar (la ganadora fue Lucía Bosé). A partir de allí, iría escalando posiciones. Su primer reconocimiento le llegó de la mano del director francés Christian Jacques en Fanfan, el invencible (1951), una película de aventuras con Gerard Philipe en el principal papel masculino. Después rodó, bajo la batuta de Luigi Comencini, el filme que significó su consagración: Pan, amor y fantasía (1952), una comedia que dejaría una secuela. Encarnó en esta cinta a la muy cautivante Pizzicarella, la chica loca del pueblo, que traía de cabeza al jefe de los carabineros de la localidad, encarnado por un magnífico Vittorio de Sica.
Los posteriores fueron sus mejores años. Rodó algunos de sus títulos más importantes, entre los que destacan La mujer más guapa del mundo (1955), de Robert Z. Leonard, y Nuestra Señora de París (1956). Puso la mira en Hollywood y fue la reina en Salomón y la reina de Saba (1958), de King Vidor, en un rodaje que tuvo lugar en España. Pero sus posibilidades en la Meca del cine nunca llegaron a cuajar. Los años setenta situaron su carrera en un punto muerto. Trabajaba, pero sus títulos no rebasaban lo trivial. Fue entonces cuando comenzó a dedicarse a una actividad que, en cierto modo, enlazaba con sus tiempos de juventud: había estudiado pintura, y a lo largo de estos años se fue convirtiendo en una fotógrafa de gran talento y sensibilidad. En esos menesteres hizo una visita fugaz a Venezuela, donde fue entrevistada por Radio Caracas Televisión. La prensa de su país llegó a decir que “poseía una finura y una inteligencia que le permitían ser algo más que un recuerdo de los tiempos en que su belleza deslumbraba a americanos y europeos”.
En 1992, durante la Expo de Sevilla, mostró su obra fotográfica en el pabellón de su país. La crítica reconoció que “aquella mujer, que sobrepasaba los sesenta años, dominaba a la perfección las artes de la imagen”. Hizo también, cómo no, apariciones en televisión en series de alta audiencia como Falcon Crest y en Broadway tuvo una meritoria actuación en La rosa tatuada, de Tennessee Williams. Su última intervención cinematográfica fue en Las cien y una noches (1995), de la directora francesa Agnès Varda.
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