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Sheroanawe Hakihiiwe: “Mi papá me enseñó la selva, mi mamá a dibujar”

El artista yanomami, que participa en la muestra oficial de la Biennale di Venezia, inició en 1992 un trabajo de divulgación de su legado indígena

  • MARITZA JIMÉNEZ

08/05/2022 01:00 am

Un conjunto de 12 monotipos en gran formato sobre papel artesanal de morera y caña, reveladores del mundo de seres vivos, animales y plantas de la selva del alto Orinoco, y aspectos vinculados con la cosmogonía y mitología yanomami, forman parte de la obra de Sheroanawe Hakihiiwe, el primer artista indígena invitado a participar en la selección oficial de la 59ª edición de la Bienal de Venecia, que tiene lugar en la capital véneta hasta el 27 de noviembre.

El evento internacional en esta oportunidad cuenta igualmente por primera vez con una mujer como comisario, la curadora e investigadora italiana Cecilia Alemani, quien le da el título The Milk of Dreams, tomado de un libro en el que la artista surrealista mexicana Leonora Carrington lleva a un viaje imaginario a través de las metamorfosis del cuerpo y las múltiples definiciones de la humanidad.

“Es nuestro deseo que este evento, que permite una amplia visibilidad, sirva para generar conciencia sobre la fragilidad del Amazonas y de la vida que ahí se desarrolla para el bien de todos, y que podamos ver la importancia y el derecho que tienen los pueblos indígenas a continuar con un estilo de vida que les ha sido sustentable y beneficioso durante siglos”, afirma Luis Romero, de la galería ABRA, representante del artista.

Posteriormente, Sheroanawe se dirigirá con él rumbo a Francia, donde ha sido invitado por la Fundación Cartier a la colectiva Les vivantes, y posteriormente a Bélgica, para asistir a la muestra Isolations. Creadores en aislamiento, en el Museo Municipal de Arte Moderno de Gante.

De esta manera, la obra de Sheroanawe continúa la tarea que el hasta ahora primer artista yanomami reconocido viene realizando desde 1992, cuando la mexicana Laura Anderson Barbata llevó a cabo un taller de papelería artesanal con esa comunidad: revelar al mundo el legado de un pueblo, ubicado en lo más profundo de la selva amazónica, que, al ser el último en entrar en contacto con nuestra civilización, de alguna manera ha mantenido sus valores con un mayor grado de originalidad ante la transformación que amenaza a todas las culturas indígenas contemporáneas.

Sheroana es un lugar sagrado en la Amazonía venezolana, rico en frutas selváticas y plantas medicinales, relativamente cerca de la aldea El Platanal. Dos horas de navegación en lancha a motor, y tres horas de caminata en la espesura, toma llegar a esa comunidad yanomami de la que Sheroanawe (1971) tomó su nombre cuando decidió cambiar el que le fue otorgado en el momento de su bautismo. “Mi nombre quiere decir que soy de Sheroana, de donde me dijeron que son mis abuelos”, afirma con orgullo.

Hasta esa región, hoy amenazada por el paludismo y la contaminación de las aguas por la minería, llegó Anderson Barbata, artista multidisciplinaria mexicana que acuñó el concepto de “transcomunalidad” para definir un espacio en el que no existan fronteras geográficas y territoriales.


El artista en pleno proceso creativo; valga decir, perpetuando en el arte la cultura de su comunidad (CORTESÍA BEATRIZ GONZÁLEZ)

Considerada pionera en el arte social, entendido como propuestas artísticas de trabajo colaborativo y comunitario, Anderson emprendió sus conceptos entre los yanomami mediante la enseñanza de la elaboración del papel artesanal con fibras nativas, como el yagrumo shiki o la abaca, y funda con Sheroanawe el taller Yanomami Owëmamotima o “El arte yanomami de reproducir papel”, un proyecto comunitario autosustentable de edición manual.

De la experiencia surge un primer título, Shapono. La casa comunitaria (1996), Premio al Mejor Libro del Centro Nacional del Libro en el año 2000, hoy incluido en colecciones como las del Congreso de Estados Unidos, Stanford University en California, Columbia College de Chicago y Princeton University en New Jersey.

A éste le siguieron otras ediciones: Iwariwë (La historia del fuego, 2008) y Poreawë (El hombre del plátano), producido en los talleres del TAGA en Caracas con la participación de diez artistas contemporáneos de Venezuela, Gran Bretaña y Estados Unidos.

“Yo comencé a trabajar con mi amiga Laura Anderson, primero aprendiendo a hacer papeles y luego libros donde contamos las historias”, confiesa Sheroanawe sobre esos trabajos en pequeño formato, que muestran la imaginería yanomami: figuras abstractas vinculadas generalmente con sus actividades cotidianas, como la caza, la pesca y la siembra, pero también los sellos corporales y la hermosa cestería tradicional.

Pero a partir de 2001, el artista empieza a trabajar con estilo propio, uniendo lo ancestral con lo contemporáneo, en dibujos en mediano y gran formato en los que representa de manera estilizada el espíritu de los seres animales y vegetales y las fuerzas anímicas de la naturaleza selvática y su cultura, utilizando los colores propios tradicionales: rojo y negro.

En 2010, luego de su participación en una residencia de artistas en el Interdisciplinary Arts Department, del Columbia College, Chicago, Sheroanawe expone individualmente en la galería Oficina#1, con Oni te phe komi y luego Porerimou (2013), bajo la curaduría de Luis Romero. Posteriormente, en el Museo del Diseño y la Estampa Carlos Cruz Diez y en la galería ABRA (2017).

Su obra ha participado en importantes colectivas internacionales en Colombia, Argentina, Brasil, Bélgica, India, Estados Unidos, Italia, Portugal, Australia y Nepal, entre otras, siendo reconocido con premiaciones en la Bienal Internacional de Artes Indígenas Contemporáneas de Conaculta (2012); Premio Refresh Irinox de Artissima (Torino, Italia), y el Illy Sustain Art Prize de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo ARCO, en España (2019); Artista de Proyección Internacional de AICA Venezuela, y la beca residencia de Piramidon, Barcelona, España (2021).

Sheroanawe lleva un cuaderno de anotaciones, bocetos de la fauna y flora yanomami, con un lenguaje visual sintético, los cuales, cuando pasa temporadas en Caracas, traslada a diferentes técnicas y formatos: el dibujo, la pintura y la gráfica. Aunque actualmente ha incorporado el uso del acrílico y ha ampliado su paleta cromática.

Son dibujos, dice, que usan en la comunidad para adornar cuerpos y las cestas que pintan las mujeres. “Yo los dibujo para que se mantengan y se conozcan, porque se pueden perder, y nadie los recordará. Eso me daría mucha tristeza”.

El aprendió de su mama, quien también pintaba cuerpos y canastas y lo alentó a continuar este trabajo: “Mi papá me enseñó a hacer flechas, cómo preparar el arco. Cuando la selva está lista para el cazador y hay que llevar la punta venenosa. Y mi mamá, o tía mamá, me enseñó a dibujar. Ella me dijo: ‘A través de mí aprendiste a pintar. No dejes esto. Tú puedes dar las gracias a mucha gente que te está ayudando, y hay mucha gente a la que tú estás ayudando’”.

Su trabajo, dice, es único en su comunidad. “Allá me hacen muchas preguntas, y yo respondo a esta gente que yo estoy en mi trabajo. Si mi gente me pregunta de mi trabajo, yo respondo. Pero si preguntan ‘¿quiero saber cómo está el presidente?’, yo no sé nada”.
@weykapu



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