Fedosy Santaella, o el apocalipsis no como lo pensamos
“Hopper y el fin del mundo”, la más reciente novela de este prolífico autor y docente, plantea un escenario futurista bajo una inusual visión
“La idea que dio inicio a Hopper y el fin del mundo es el trabajo del pintor Edward Hopper, principalmente aquellas pinturas, la mayoría, en las que el mundo parece desolado, solitario, vacío”.
Con estas palabras, el narrador, poeta y docente venezolano Fedosy Santaella alude a su más reciente creación narrativa, una publicación de Editorial Milenio (España, 2021), en la que, haciendo uso de la libertad que la novela permite como género, ha construido un universo en el que plástica, poesía, relato y descripción se amalgaman en la narración para dar cuenta de la realidad contemporánea. Esa que fragmentariamente se asoma a un futuro incierto, de amenazas virales, cósmicas o conspirativas.
Autor de relatos, poemas y novelas publicados con Alfaguara, Ediciones B, Bid & Co y OT Ediciones, Fedosy Santaella Kruk (Puerto Cabello, 1970), de raíces ucranianas y venezolanas, tiene una destacada trayectoria literaria. Traducido a varios idiomas, sus dos novelas más recientes, Los nombres y El dedo de David Lynch, fueron publicadas por la editorial Pre-Textos, y ha sido ganador en Venezuela de la Bienal José Rafael Pocaterra y el Concurso de Cuentos del diario El Nacional.
En 2016 recibió en España el premio internacional Novela Corta Ciudad de Barbastro por su novela corta Los nombres y en 2009 fue becario del programa internacional de escritura de la Universidad de Iowa, entre otros reconocimientos.
“Siempre he pensado, al ver las pinturas de Hopper que estoy viendo paisajes de un mundo que se ha acabado y en el que quedan pocos sobrevivientes”, agrega. “Si hay realismo en Hopper, es para mí un realismo apocalíptico. Pero además, cuando veo sus pinturas, encuentro una profunda sensación de calma. Es como si el fin del mundo hubiese llegado pero todo está bien y todo es perfecto: no hay demasiada gente, molestias ni obligaciones laborales”.
“Como si el fin del mundo hubiese llegado, pero todo está perfecto”. Tal es el sentimiento que predomina en los relatos que hilvanan este texto, dando nueva vida al género novelístico, al margen de las imposiciones de la preceptiva. Una novela que transita muchos mundos, entre ellos el de Venezuela, como un gran vitral narrativo, para converger en su gran final.
-¿Cómo fue su proceso de realización?
-La novela tiene, en efecto, una estructura fragmentada con dos grandes momentos narrativos con dos personajes principales, y entre estos momentos hay precuelas del fin, estampas exteriores, sueños e intervenciones del autor. Todo conecta, por supuesto, pero las precuelas del fin y las estampas exteriores, aunque muy unidas al cuerpo total de manera metafórica, viven de manera independiente. Las precuelas, sobre todo, vienen desde la visión de la Venezuela que yo viví hace cinco, seis años atrás. Aunque no se nombra el país donde ocurren estas viñetas o cuentos, hay allí, sin duda, situaciones que nos afectaron en carne propia o por historias que vivieron personas conocidas, cercanas. Otras vienen de noticias leídas, pero la mayoría de ellas fueron, tal como dices, vividas, vistas, experimentadas en Venezuela. Eso está, tal como he dicho, en los apartados fragmentados que corresponden a las precuelas.
-El apocalipsis es el tema de esta novela, y el país está allí, como sumergido. Sin embargo, no puede decirse que sea una novela pesimista del todo. ¿Hay quizás un asomo de esperanza después de ese apocalipsis?
-En la novela hay una búsqueda, quizás una apuesta por la belleza, por el arte, por la resistencia interior e individual. Pero no se limita al país, sino que se mueve pensando en el estado de las cosas de nuestro espíritu contemporáneo. Tiene que ver con el miedo a la soledad de nuestros días, tan plagados de ‘amigos’ y ‘seguidores’, y con ciertas perversiones colectivistas que nos anulan o nos ponen al servicio de pocos. La novela tiene relación, sí, con la belleza, la poesía, el arte, con el amor en general. Sin embargo, Hopper y el fin del mundo no propone respuestas, sino que busca y se interroga y pone allí elementos en situaciones extremas, los combina y los echa a andar a ver cómo todo eso funciona. La novela hace preguntas en torno al hombre y, en ese sentido, el de las preguntas, deja allí un camino para que el lector lo recorra y se interrogue él también o, si se le es posible, se responda sobre sí mismo y el mundo.
-Hay mucha racionalidad en su construcción, ¿se considera un autor apolíneo?
-Hay ahí también mucha locura, oscuridad, sueños. Uno de nuestros personajes es especialmente racional, o digamos que lo intenta. Hopper y el fin del mundo es una apuesta por la poesía, y no sé si la poesía sea exactamente racional. Hay quien ha dicho que no es conocimiento, pero yo sí creo que es una forma de conocimiento particular. Si bien en el poema el lenguaje trabaja sobre sí mismo y una metáfora refiere digamos a otra metáfora y no necesariamente al mundo, sí creo que la buena poesía descubre e indaga en las sorpresas de lo que llamamos realidad y que, al hacerlo, en ese chispazo que se produce, hay formas de conocimiento distintas a las tradicionales. Esto, digo, no parece estar muy cercano a la razón sino a la comprensión espiritual. La belleza no es un lugar para los cobardes, decía Gamoneda. Eso tampoco parece ser muy racional. Digo, lo apolíneo es profundamente misterioso, y no existe sin en el caos. Me parece.
-¿Cuál es su visión de la novela como género actualmente? ¿Podríamos decir que se trata de una novela experimental, en el sentido de que amalgama muchos referentes intra y extra textuales? La reflexión sobre el lenguaje y la onomatopeya, por ejemplo; los textos breves descriptivos de paisajes…
-He dicho en otra entrevista que no estoy inventado nada nuevo, ni pretendo hacerlo. Si es experimental, lo es para mí, como escritor, como experiencia propia. Sucede que con los años me he ido cansando de la prefijación de la estructura narrativa, me ha ido interesando menos la trama y más el lenguaje. Uno cambia y no es el mismo que dio entrevistas hace quince años atrás, ¿no? Mi trabajo ha ido evolucionando, espero que para mejor. Es una búsqueda que me ha llevado a otros terrenos, y esto no es fácil pero me contenta. Eso también me ha ido haciendo de un determinado tipo de lector y decantando otros. Es natural que así sea. La novela, por otro lado, la novela como género, quiero decir, es una hermosa bestia de mil cabezas que te permite todos estos caminos. Pensemos en El Quijote y todo lo que contiene: poesía, comedia, tragedia, ensayo… Así es la novela desde su nacimiento. En ella cabe el ensayo y el cuento, la poesía y la tragedia y el humor. Lo importante, por supuesto, es que quede bien, que tenga equilibrio, que el texto no se exceda. Creo que ese es el gran reto de la novela: es una bestia hiperbólica de múltiple textos posibles y el reto es domarla, ceñirla a la eufonía de sus partes.
-Cuál es su visión de la literatura contemporánea venezolana, en la que la novela pareciera volver por los fueros, aunque la poesía siempre ha tenido una gran presencia entre nosotros.
-Lo que ha podido publicarse goza de muy buena salud. Hay trabajos importantes de autores buenos y otros excelentes. Algunos ya asentados en su trabajo de años, otros más recientes, todos están dando la talla en publicaciones recientes. Hablo, entre los que se abren espacio, de Daniel Centeno, Jacobo Villalobos, Ricardo Montiel, Raquel Abend, Camilo Pino, Yamily Habib, Julieta Omaña o Michelle Roche. Entre los ya conocidos y con un trabajo importante sobre sus espaldas, de Gustavo Valle, Ana Teresa Torres, Sonia Chocrón, Yolanda Pantin, Norberto Olivar, Keila Vall, Oscar Marcano, José Urriola, Miguel Gomes, Jacqueline Goldberg, Adalber Salas, Néstor Mendoza, López Ortega, Méndez Guédez, Manuel Gerardo Sánchez, Rodrigo Blanco, entre otros. Nombrar siempre es incómodo, y sé que no lo has pedido, pero la pregunta trae nombres. También, por ejemplo, creo que deberíamos fijarnos más en Liliana Lara o Carolina Lozada, dos notables escritoras de nuestros días. Hay que mirar también la novela de Sol Linares publicada por LP5 Editora. En el país o fuera, en estos dos últimos años, empiezan a escucharse nombres, a salir obras, y de calidad notable.
Con estas palabras, el narrador, poeta y docente venezolano Fedosy Santaella alude a su más reciente creación narrativa, una publicación de Editorial Milenio (España, 2021), en la que, haciendo uso de la libertad que la novela permite como género, ha construido un universo en el que plástica, poesía, relato y descripción se amalgaman en la narración para dar cuenta de la realidad contemporánea. Esa que fragmentariamente se asoma a un futuro incierto, de amenazas virales, cósmicas o conspirativas.
Autor de relatos, poemas y novelas publicados con Alfaguara, Ediciones B, Bid & Co y OT Ediciones, Fedosy Santaella Kruk (Puerto Cabello, 1970), de raíces ucranianas y venezolanas, tiene una destacada trayectoria literaria. Traducido a varios idiomas, sus dos novelas más recientes, Los nombres y El dedo de David Lynch, fueron publicadas por la editorial Pre-Textos, y ha sido ganador en Venezuela de la Bienal José Rafael Pocaterra y el Concurso de Cuentos del diario El Nacional.
En 2016 recibió en España el premio internacional Novela Corta Ciudad de Barbastro por su novela corta Los nombres y en 2009 fue becario del programa internacional de escritura de la Universidad de Iowa, entre otros reconocimientos.
“Siempre he pensado, al ver las pinturas de Hopper que estoy viendo paisajes de un mundo que se ha acabado y en el que quedan pocos sobrevivientes”, agrega. “Si hay realismo en Hopper, es para mí un realismo apocalíptico. Pero además, cuando veo sus pinturas, encuentro una profunda sensación de calma. Es como si el fin del mundo hubiese llegado pero todo está bien y todo es perfecto: no hay demasiada gente, molestias ni obligaciones laborales”.
“Como si el fin del mundo hubiese llegado, pero todo está perfecto”. Tal es el sentimiento que predomina en los relatos que hilvanan este texto, dando nueva vida al género novelístico, al margen de las imposiciones de la preceptiva. Una novela que transita muchos mundos, entre ellos el de Venezuela, como un gran vitral narrativo, para converger en su gran final.
-¿Cómo fue su proceso de realización?
-La novela tiene, en efecto, una estructura fragmentada con dos grandes momentos narrativos con dos personajes principales, y entre estos momentos hay precuelas del fin, estampas exteriores, sueños e intervenciones del autor. Todo conecta, por supuesto, pero las precuelas del fin y las estampas exteriores, aunque muy unidas al cuerpo total de manera metafórica, viven de manera independiente. Las precuelas, sobre todo, vienen desde la visión de la Venezuela que yo viví hace cinco, seis años atrás. Aunque no se nombra el país donde ocurren estas viñetas o cuentos, hay allí, sin duda, situaciones que nos afectaron en carne propia o por historias que vivieron personas conocidas, cercanas. Otras vienen de noticias leídas, pero la mayoría de ellas fueron, tal como dices, vividas, vistas, experimentadas en Venezuela. Eso está, tal como he dicho, en los apartados fragmentados que corresponden a las precuelas.
-El apocalipsis es el tema de esta novela, y el país está allí, como sumergido. Sin embargo, no puede decirse que sea una novela pesimista del todo. ¿Hay quizás un asomo de esperanza después de ese apocalipsis?
-En la novela hay una búsqueda, quizás una apuesta por la belleza, por el arte, por la resistencia interior e individual. Pero no se limita al país, sino que se mueve pensando en el estado de las cosas de nuestro espíritu contemporáneo. Tiene que ver con el miedo a la soledad de nuestros días, tan plagados de ‘amigos’ y ‘seguidores’, y con ciertas perversiones colectivistas que nos anulan o nos ponen al servicio de pocos. La novela tiene relación, sí, con la belleza, la poesía, el arte, con el amor en general. Sin embargo, Hopper y el fin del mundo no propone respuestas, sino que busca y se interroga y pone allí elementos en situaciones extremas, los combina y los echa a andar a ver cómo todo eso funciona. La novela hace preguntas en torno al hombre y, en ese sentido, el de las preguntas, deja allí un camino para que el lector lo recorra y se interrogue él también o, si se le es posible, se responda sobre sí mismo y el mundo.
-Hay mucha racionalidad en su construcción, ¿se considera un autor apolíneo?
-Hay ahí también mucha locura, oscuridad, sueños. Uno de nuestros personajes es especialmente racional, o digamos que lo intenta. Hopper y el fin del mundo es una apuesta por la poesía, y no sé si la poesía sea exactamente racional. Hay quien ha dicho que no es conocimiento, pero yo sí creo que es una forma de conocimiento particular. Si bien en el poema el lenguaje trabaja sobre sí mismo y una metáfora refiere digamos a otra metáfora y no necesariamente al mundo, sí creo que la buena poesía descubre e indaga en las sorpresas de lo que llamamos realidad y que, al hacerlo, en ese chispazo que se produce, hay formas de conocimiento distintas a las tradicionales. Esto, digo, no parece estar muy cercano a la razón sino a la comprensión espiritual. La belleza no es un lugar para los cobardes, decía Gamoneda. Eso tampoco parece ser muy racional. Digo, lo apolíneo es profundamente misterioso, y no existe sin en el caos. Me parece.
-¿Cuál es su visión de la novela como género actualmente? ¿Podríamos decir que se trata de una novela experimental, en el sentido de que amalgama muchos referentes intra y extra textuales? La reflexión sobre el lenguaje y la onomatopeya, por ejemplo; los textos breves descriptivos de paisajes…
-He dicho en otra entrevista que no estoy inventado nada nuevo, ni pretendo hacerlo. Si es experimental, lo es para mí, como escritor, como experiencia propia. Sucede que con los años me he ido cansando de la prefijación de la estructura narrativa, me ha ido interesando menos la trama y más el lenguaje. Uno cambia y no es el mismo que dio entrevistas hace quince años atrás, ¿no? Mi trabajo ha ido evolucionando, espero que para mejor. Es una búsqueda que me ha llevado a otros terrenos, y esto no es fácil pero me contenta. Eso también me ha ido haciendo de un determinado tipo de lector y decantando otros. Es natural que así sea. La novela, por otro lado, la novela como género, quiero decir, es una hermosa bestia de mil cabezas que te permite todos estos caminos. Pensemos en El Quijote y todo lo que contiene: poesía, comedia, tragedia, ensayo… Así es la novela desde su nacimiento. En ella cabe el ensayo y el cuento, la poesía y la tragedia y el humor. Lo importante, por supuesto, es que quede bien, que tenga equilibrio, que el texto no se exceda. Creo que ese es el gran reto de la novela: es una bestia hiperbólica de múltiple textos posibles y el reto es domarla, ceñirla a la eufonía de sus partes.
-Cuál es su visión de la literatura contemporánea venezolana, en la que la novela pareciera volver por los fueros, aunque la poesía siempre ha tenido una gran presencia entre nosotros.
-Lo que ha podido publicarse goza de muy buena salud. Hay trabajos importantes de autores buenos y otros excelentes. Algunos ya asentados en su trabajo de años, otros más recientes, todos están dando la talla en publicaciones recientes. Hablo, entre los que se abren espacio, de Daniel Centeno, Jacobo Villalobos, Ricardo Montiel, Raquel Abend, Camilo Pino, Yamily Habib, Julieta Omaña o Michelle Roche. Entre los ya conocidos y con un trabajo importante sobre sus espaldas, de Gustavo Valle, Ana Teresa Torres, Sonia Chocrón, Yolanda Pantin, Norberto Olivar, Keila Vall, Oscar Marcano, José Urriola, Miguel Gomes, Jacqueline Goldberg, Adalber Salas, Néstor Mendoza, López Ortega, Méndez Guédez, Manuel Gerardo Sánchez, Rodrigo Blanco, entre otros. Nombrar siempre es incómodo, y sé que no lo has pedido, pero la pregunta trae nombres. También, por ejemplo, creo que deberíamos fijarnos más en Liliana Lara o Carolina Lozada, dos notables escritoras de nuestros días. Hay que mirar también la novela de Sol Linares publicada por LP5 Editora. En el país o fuera, en estos dos últimos años, empiezan a escucharse nombres, a salir obras, y de calidad notable.
@weykapu
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones