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Valerie Brathwaite: “El color está dentro de mí”

“¿Dónde se han ido todas las flores?”, se titula la muestra de esta original escultora expuesta en la galería Henrique Faría de Nueva York

  • MARITZA JIMÉNEZ

17/10/2021 01:00 am

Con el título de ¿A dónde se han ido todas las flores? (Where have all the flowers gone?), considerada la canción antibelicista más famosa de la historia, la galería Henrique Faría de Nueva York exhibe seis décadas de trayectoria de una de las más originales escultoras de Venezuela: Valerie Brathwaite.

La exposición recoge 34 obras de diferentes etapas de esta artista que representa un camino inusual en la escultura venezolana, marcado por su relación con la naturaleza, la forma orgánica, el uso de materiales no tradicionales, y sobre todo, la presencia del color como un canto de libertad a la vida y a la creación.

Un grabado sobre papel de 1969; dibujos y esculturas en hidrocal y yeso, de los años 70; collages y grabados de los 80, piezas de cerámica de los 90, esculturas blandas de la serie Soft bodies, una de las cuales da título a la exposición; piezas hechas en concreto realizadas a partir de 2004, y obras recientes, pertenecientes a la serie MDF, constituyen este recorrido artístico por la trayectoria de la artista.

¿A dónde se han ido todas las flores?, en la galería Henrique Faría de Nueva York (CORTESÍA)

De la serie MDF, en la muestra (CORTESÍA)  

“Tierra de colibríes”, nombre indígena de Trinidad y Tobago, es una de las trece islas del Caribe que en algún momento perteneció a Venezuela. Territorio lleno de luz y color, donde Valerie Brathwaite nació en 1940. La segunda de tres hermanos, cursó estudios de Diseño de Interiores y Arte en Hornsey College of Art y The Royal College of Art en Londres, y en la École des Beaux Arts de París, entre 1959 y 1964.

“Las obras que hice en esa época eran mucho más figurativas, especialmente las que hice en el Royal College of Art, cuando utilizaba pintura y madera, y que tenían poco que ver con las ideas prevalentes en torno a la escultura en aquellos años. El director de la escuela, y la mayoría de los artistas visitantes, eran parte del grupo de Henry Moore, a excepción del artista Hubert Dallwood, quien no pertenecía a los seguidores de Moore y me impulsó a desarrollar mi propio estilo”.

En esos años, cuando Trinidad se independiza del Reino Unido, regresa a su país, donde inicia su actividad expositiva en el continente. Pero con toda la vivencia de la transformación social y cultural que estaba ocurriendo en Londres y el mundo entero en el campo del arte y las costumbres, la vida local de la isla le hace sentir un vacío, al igual que a muchas otras artistas de su generación.

“No era fácil para muchas de nosotras acoplarnos a esa nueva Trinidad, después de haber vivido tanto tiempo fuera”, afirma. En 1968, cuando visita Caracas, el ambiente urbano y artístico de la ciudad entonces la atrapa y decide quedarse aquí, con la ayuda de artistas como Gertrude Goldsmith (Gego), quien la ayuda a buscar apartamento; Teresa Casanova, Luisa Richter… Conoce luego a Lourdes Blanco, y por su intermedio al crítico y director del Museo de Bellas Artes, Miguel Arroyo. Veinte años más tarde, adquiere la nacionalidad.

“Creo –dice– que estuve en el lugar adecuado en el momento preciso, conectada estrechamente con lo que estaba sucediendo en Venezuela en aquellos años. Me encontré con los materiales adecuados que me funcionaron para hacer lo que quería, pude trabajar con cemento, papel, cerámica, pintura. Todo fluyó de la forma correcta y pude generar, dentro de un ambiente conducente, las ideas que me llevaron a desarrollar un cuerpo de trabajo que une mi producción inicial con todo lo que he venido desarrollando hasta la actualidad”.

La artista retratada en 1975 por Vladimir Sersa  

Las galerías Banap, Sala Mendoza y Félix, e instituciones como el Instituto de Cultura y Bellas Artes (Inciba) y los museos de Bellas Artes, Arte Contemporáneo y Alejandro Otero, exhiben durante tres décadas el trabajo de la esta artista que rompe los límites de la tradición al dejar entrar la naturaleza, el color y la sensualidad de la forma a sus inusuales volúmenes en diversos materiales, alejados de las tendencias abstractas, cinéticas o figurativas de la época.

“A menudo pienso en las razones por las cuales decidí incorporar color en mis esculturas desde el comienzo de mi trabajo. Creo que de alguna manera el color y el arte estuvieron dentro de mí sin yo saberlo”, responde, refiriéndose a la oculta existencia del tío que abandonó el trabajo con el gobierno británico y su iglesia para dedicarse a pintar, como un antecedente artístico en la familia.

Brathwaite en la mirada de la artista Suwon Lee  

En cuanto al color, lo relaciona con el ambiente en el que creció y la formación que tuvo hasta que fue a vivir a Inglaterra, a la edad de 17 años:

“Había color por todas partes”, recuerda. “El jardín estaba lleno de colores, la casa estaba rodeada de mucho color, la vida de mi madre estaba rodeada de colores. Desde el balcón de la casa donde vivíamos podía observar el cerro de San Fernando que tenía diferentes tonos de verde. El verde para mí es un color, aunque algunas personas piensan que no lo es, al igual que el negro. Para mí lo son. Por ende, pienso que el color en mi trabajo proviene del ambiente en el que crecí, y que sentí. Es algo muy dentro de mí, con lo que nací”.

-Además ha tenido una relación muy particular con la música.
-Mis dos hermanos y yo estuvimos expuestos a la música desde pequeños. Los tres recibimos clases de música, y yo era terrible con el piano. Mi profesor decía todo el tiempo que servía para el instrumento, y que sabía lo que estaba haciendo, pero siempre me ponía muy nerviosa cuando tenía gente a mi alrededor y tenía que tocar. No había músicos en la familia. Mi madre cantaba muy bien y teníamos un vecino que tocaba muy bien el piano, y ella cantaba mientras él tocaba el piano, y mi hermano menor y su profesor tocaban juntos el violín. Esa era una escena “típica” en casa los sábados, a menos que mamá tuviera alguna “tea party” en casa. En Trinidad, y el resto del Caribe, todos crecemos rodeados de música y color.

-Todos los críticos coinciden en destacar la importancia de la naturaleza en su trabajo. Sin embargo, ha dicho: “Admiro el paisaje porque en él están mis miedos”. ¿Cómo se entiende esa paradoja?
-Nunca me gustaron las vacaciones. Siempre tuve, y sigo teniendo, miedo al mar. No sé nadar. Durante las vacaciones de julio y agosto teníamos que ir al mar, y realmente nunca disfruté de los paseos al mar. Tal vez esa sea una de las razones por las que utilizo a veces formas parecidas a olas en algunos de mis dibujos y esculturas. Tampoco me gustaban los paseos al campo para entrar en la maleza, hacer picnics y ver árboles. Siempre me sentía incómoda, sentía miedo de ese tipo de cosas. No me gustaba quedarme mucho tiempo haciendo ese tipo de paseos, pero las monjas me forzaban a participar en esas actividades. Ahora que lo pienso con detenimiento, creo que esos temores y miedos están presentes, salen y son visibles en mis esculturas y otros trabajos.

Las manos creadoras de la artista (2021. Fotos de KEN PÉREZ MORALES)

-¿Por qué una artista con su trayectoria decide quedarse en Venezuela? ¿Qué le atrapó del país en esos momentos?
-Cuando llegué a Venezuela tuve la sensación, especialmente cuando caminaba por Sabana Grande, a las 7, 8 de la noche, de estar en Europa. Recuerdo haberle escrito a Alan Greene, uno de mis profesores de Londres, y él debe haber pensado que era absurdo, que no se preocupara más por mí porque había encontrado algo muy parecido a lo que había encontrado en Inglaterra, con un poco más de sol.

“Había algo de mi experiencia europea, de mi experiencia en Londres y en Paris, que me hizo sentir cómoda en Caracas. Algo que no había experimentado cuando regresé a Trinidad de Inglaterra, seis o siete años después de la independencia; no conectaba en Trinidad con el mundo del arte. Pero Venezuela era un país donde había cultura, dinero, sofisticación; un país en vías de convertirse en un nación desarrollada y moderna, con personajes de la talla de Hans Neumann, Alfredo Boulton, la Nena Palacios, la familia Otero y otros. ¿Cómo no iba a querer quedarme y vivir en Venezuela? Para mí era parte de Europa. Claro que extrañaba algunas cosas de Europa, pero en general me sentía muy bien aquí”, agrega.

-Hoy en día, ¿cómo ve la vida cultural del país?
-La vida cultural de Venezuela ha cambiado muchísimo desde mi llegada, en los años 60. Me pasa algo extraño. Esa sensación de “vacío” que viví en Trinidad en los años 60, cuando regresé de Europa, me trajo a Venezuela. Ahora comienzo a tener una sensación similar aquí. Mi vida como artista comenzó con esa sensación de algo vacío en Trinidad, y ahora que soy una artista más madura siento un vacío similar aquí, porque este país ha cambiado mucho. Es una sensación muy extraña. La vida es un ciclo donde muchas cosas tienden a repetirse.
@weykapu

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