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Cien años del nacimiento de Alfredo Armas Alfonzo

Editor, periodista, promotor cultural, el escritor de Clarines es considerado un precursor del realismo mágico en la literatura venezolana

  • MARITZA JIMÉNEZ

06/08/2021 01:00 am

Entre los jóvenes renovadores de la literatura venezolana que emergen en la década de los 40, destaca el nombre de Alfredo Armas Alfonzo. Sus relatos breves, el imaginario de un lugar, Clarines, como símbolo de un país en cuyas voces se desdobla su escritura, lo señalan, como ha dicho la crítica, como un adelantado al realismo mágico que abriría a nuestras letras las puertas del mundo.
 
Cien años se están cumpliendo hoy 6 de agosto del nacimiento de este escritor a quien Guillermo Meneses, en su memorable Antología del cuento venezolano, señala como “el que ha pretendido, entre los jóvenes cuentistas venezolanos, crear una técnica que pueda pasar como expresión natural de un ‘contador de cuentos’ salido de nuestro pueblo”.
 
Editor y periodista
Nació, Armas Alfonzo, en Clarines, estado Anzoátegui, en 1921, región de la cual hace el centro narrativo de sus historias, en las que la memoria y la fantasía son el eco de una tradición familiar protagonista de la conformación de este país llamado Venezuela.
 
Escritor, crítico, editor, periodista, historiador, promotor cultural y aficionado a la fotografía, en 1943 inicia su labor periodística en Barcelona, Anzoátegui, como editor de la revista Jagüey.
 
Un año más tarde ingresa al primer curso de la Escuela de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela, y colabora con los diarios El Heraldo y El Nacional, y la revista Elite, de la cual llegó a ser su jefe de redacción. Organizó, además, y presidió, la primera conferencia de la Asociación Venezolana de Periodistas.

En 1946 fundó la revista Figuras e ingresó en la Creole Petroleum Corporation como encargado de publicaciones y director de las revistas Nosotros y El Farol.
 
Con su cuento El único ojo de la noche, gana el concurso de cuentos del diario El Nacional, y en 1956 viaja a Italia a estudiar Artes Gráficas.
 
Entre 1962 y 1968 ejerció el cargo de Director de Cultura de la Universidad de Oriente, y en 1969 publica uno de sus más importantes libros, El osario de Dios, con el que recibió el Premio Nacional de Literatura ese mismo año.
 
Vicepresidente del Instituto de Cultura y Bellas Artes entre 1970 y 1971, dirigió la página de Arte del diario El Nacional, la Editorial Equinoccio, de la Universidad Simón Bolívar, en 1980, y fue coordinador de Publicaciones del Celarg desde 1988 hasta su muerte, en 1990.
 
En 1986 recibió el Doctorado Honoris Causa en Humanidades por la Universidad de Oriente en reconocimiento a su labor literaria ejemplar y su valorización de la cultura popular y el folklore.

Las voces de su escritura
Integrada por una treintena de títulos, entre los que destacan Los desiertos del ángel, Cada espina (1990); Este resto de llanto que me queda (1989); Clarines bien lejos (1983); Con el corazón en la boca, El Tigre: la raíz cercana de la rosa (1981); Angelaciones (1980); Cien maúseres, ninguna muerte y una sola amapola (1976); El osario de Dios (1971), y Los cielos de la muerte (1949), la obra literaria de Alfredo Armas Alfonzo ha sido traducida a varios idiomas, como el ruso, checo, francés, italiano e inglés.
 
Como la de todos los grandes creadores de la palabra, su escritura es un ejemplo de entrega atenta al habla de su pueblo, en las voces de quienes lo antecedieron en la historia de Venezuela. Sus personajes, típicamente rurales, apuntan a la esencia del ser venezolano, se desenvuelven en torno al misterio y la sorpresa en Clarines, la región de sus ancestros.
 
“Yo no inventé mi narrativa. Yo no inventé el submundo lunar ni las criaturas dolorosas, ni la guerra civil, ni todo este mundo sin esperanza que caracterizó a los años de principios de siglo en que yo heredé la memoria de mi familia”, declaró en una entrevista.
 
Le asombraba, decía, el orgullo con que algunos de nuestros narradores asumen una suerte de renovación del cuento que se está haciendo en Venezuela “como si todo empezara en ellos otra vez”.
 
Se refería a la deuda del país con el escritor Guillermo Meneses, y opinaba sobre que la televisión, el cine y la propaganda, estaban imponiendo cambios en los valores del habla del venezolano “llevándolos a esa especie de jerigonza, que no enriquece, sino que empobrece el habla popular”.
 
“Reconozco que el lenguaje no se ha quedado retenido en las redes de la Academia”, admitía, “pero no creo que un libro de cuentos, o un poemario, por incorporar voces que tú oyes en el autobús o en la ciudad marginal, signifique un suceso nuevo para nuestra narrativa. Ya Julián Padrón, Romero García, Urbaneja y hasta Gallegos, incorporaron voces, palabras, registros del habla de esa gente que vino del interior a las ciudades, con un resto de vida rural que en su momento también fueron una propuesta nueva o inédita”.
 
Alfredo Armas Alfonzo falleció en Caracas, el 9 de noviembre de 1990. Estuvo casado con la ceramista Aída Ponce, con quien concibió seis hijos, todos dedicados al arte: Ricardo, Enrico, Reinaldo, Edda, Anella, Carlo y Patricia, fallecida recientemente en Perú.
@weykapu



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