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Bondad, maldad y esquizofrenia política

Entre las entidades más perjudicadas está la palabra. Poco se cree en ella hoy día y mucho de lo dicho por cualquier autoridad suele ser tomado con duda, sino con rechazo

  • DANIEL ASUAJE

23/06/2021 05:00 am

Tan cierto como que la bondad o maldad percibida en nuestros actos por los demás depende en alto grado de la perspectiva de quien mire, también lo es que todos los seres humanos somos capaces de ser tan buenos como malos. Qué duda cabe que hasta los santos pecados cometieron y que hasta el más desalmado algo bueno hizo (cuando menos muere). En suma, todos hacemos bondades y maldades. Según sea la proporción percibida por los demás somos etiquetados como buenas o malas personas pero la proporción real depende en primer lugar de nuestra herencia genética, por lo que manipular la herencia luce tentador; sin embargo tal intento no es cosa fácil ética o tecnológicamente, pues decidir cuál gen es bueno o no depende del cristal usado y porque a nivel genético se cumple la sentencia del kybalion: como es arriba también es abajo, y equivale a decir que en lo micro también bueno y malo forman unidades inseparables y por querer eliminar las malas bien pueden irse con ellas para siempre las buenas.

Igual depende de la experiencia personal porque ser bueno o malo se aprende, y también se desaprende. Conozco el caso de una persona que era buen esposo, socio, padre y buen hijo, pero una acusación falsa como cómplice de narcotráfico le hizo perder todo y terminó convertido en un ser despiadado, un poderoso narco que exterminó entre otros a quien por falso testimonio lo mutó en criminal. También juegan nuestras propias decisiones, pero en todo caso dada nuestra gran plasticidad conductual los humanos nos hemos esforzado en crear valores, costumbres, mejorar nuestros sistemas de crianza y enseñanza, en regular el comportamiento social mediante leyes, costumbres y expectativas mutuamente compartidas, pero esos artificios no están exentos de fallas por lo que algunos pillos se salen con la suya y hay inocentes que son penalizados por actos ajenos a su autoría. Por esta plasticidad el entramado cultural e institucional es de primera importancia tanto para indicar cuáles son los comportamientos apropiados y cuáles no, como también para establecer sistemas de recompensas y castigos a quienes lo merezcan. En este contexto la coherencia es capital, discurso y acciones deben corresponderse, el ejemplo de los líderes es fundamental y la realidad última es que somos tan humanos como sea la calidad humana de nuestras instituciones y que la calidad de estas depende de nosotros mismos, especialmente de nuestros gobernantes.

La revolución bolivariana parece haber destruido muchas más cosas de las que se impuso acabar pero sin lograr ninguno de los logros que prometió brindar “al pueblo” con su terapia revolucionaria. Este resultado me hace recordar a JM Rilke, gran amigo de Freud, quien sin tener conocimiento de los hallazgos de Mendel sobre la herencia genética se negó en redondo siempre a la posibilidad de sicoanalizarse porque temía que conjuntamente con la partida de sus demonios también se fueran sus ángeles, y eso fue lo ocurrido con la desaparición de la llamada cuarta república cuando el purgatorio –para otros paraíso- se nos convirtió en infierno.

Entre las entidades más perjudicadas está la palabra. Poco se cree en ella hoy día y mucho de lo dicho por cualquier autoridad suele ser tomado con duda, sino con rechazo. Nada afirmado por cualquier personero gubernamental suele creerse de primera mano, pero no por ejercicio del pensamiento crítico sobre lo dicho sino por desconfianza a priori hacia el vocero, excepción hecha tal vez de los daños a la reputación personal las cuales tienden a ser aceptadas sin escrutinio previo. Una cosa son las declaraciones oficiales y otra la realidad vivida por la ciudadanía, una los hechos y otra la “verdad” procesal de los tribunales del régimen, una el discurso político y otra la agenda de la gente, ni que decir de la distancia entre los ofrecimientos de la dirigencia opositora y sus realizaciones. El quiebre de la palabra es concomitante con la fractura institucional nacional, la disolución progresiva de la república, la desaparición del estado de derecho y del quiebre de las expectativas sociales compartidas.

Prudhon afirmaba que toda organización social llevaba consigo los gérmenes de su propia destrucción pero el régimen, especialmente por lo desacertado de sus opositores, parece inmune a todo peligro, incluso al de sí mismo. El cambio deseado comienza con una nueva narrativa conjugada con una nueva acción sobre las cosas que haga posible al verbo hacerse realidad. La nueva institución crece subterráneamente mediante la instauración de nuevos circuitos económicos entre productores y consumidores, monedas distintas a las oficiales (bolívar y petro) que dibujan un país post petrolero y en las voces de la protesta vecinal. Romper desde las fuerzas del cambio la esquizofrenia discurso-acción es necesario para revertir la deshumanización del régimen representada por su pretensión de sustituir el pensamiento científico por el mágico santero y la verdad social por la mentira política.

@signosysenales
dh.asuaje@gmail.com

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