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Shavout (Pentecostés)

RABINO ISAAC COHEN. La grandeza de Israel no está en la guerra, ni en la conquista, tal como es el destino de Esaú, sino en el dominio espiritual de la vida, que es el destino de Jacob

  • Diario El Universal

23/05/2018 05:00 am

RABINO ISAAC COHEN
Un 6 de Siván, el día de la entrega de la Torá, el mundo cambió para siempre. En Shavuot (Pentecostés), el pueblo que hasta hacía apenas siete semanas se hallaba sumido en la más degradante y desesperanzadora esclavitud acudió al llamado del Todopoderoso, y se transformó en una nación como ninguna había existido jamás. 

Esa peculiar nación, en medio de las inhóspitas soledades del desierto, se congregó en aquel entonces ante el monte Sinaí, dispuesta a escuchar y aceptar los estatutos de Dios, por los cuales habría de regirse hasta el final de los tiempos. 

En aquel día la Torá, la Ley, fue entregada y recibida para que todos la conocieran y la aplicaran. Así, Israel asumió el compromiso de ser una nación de escuelas y tribunales, donde los ciudadanos aprendían a leer y a escribir para así conocer sus leyes, y se comprometerían a resolver sus diferencias, no por la fuerza, sino por las decisiones de los jueces. Leemos en Deuteronomio (25:1): “Si hubiere una querella entre dos hombres y se presentare la cuestión ante los jueces, éstos absolverán al justo y condenarán al culpable”

Todo esto fue en sí mismo algo absolutamente revolucionario y novedoso. Para ese momento, en su gran mayoría, las demás naciones no contaban con estatutos escritos, y de ese modo los más poderosos podían aplicar y alterar las leyes según sus propias conveniencias. En los pocos casos en que existían códigos escritos, éstos consistían, por lo general, en una serie de leyes coercitivas o punitivas para ser aplicadas en contra de los más humildes, y de las cuales los más poderosos se hallaban exonerados.

La Torá fue asumida en pleno por toda la nación de Israel, para ser aplicada de igual modo a reyes y vasallos, a guerreros y campesinos, a sacerdotes y laicos, a sabios e ignorantes. Israel asumió el histórico compromiso de adoptar una legislación universal y colectiva, que todos tenían la obligación de acatar y el deber conocer. 

Con respecto a la posibilidad de que alguna vez fuera nombrado un rey, leemos en Deuteronomio (17:18-20): “Y cuando se siente en el trono de su reinado se escribirá para él una copia de esta Ley, como la que tienen los sacerdotes levitas. Y esa copia estará con él y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al Eterno, su Dios, y sepa cumplir todas las palabras de esta Ley y sus preceptos”. 

También vemos cómo, después de Saúl ser nombrado rey de Israel, lo primero que hizo el profeta Samuel fue aclarar y asentar por escrito las normas jurídicas por las cuales se habría de regir el nuevo reino: “Y Samuel le recitó al pueblo los preceptos del reino, y los escribió en un libro, que presentó al Eterno”. (Samuel I, 10:25). 

Este respeto a la legalidad, inspirado por un inquebrantable afán de justicia, ha sido la característica más notable de nuestro pueblo a través de la historia.

Leemos en Deuteronomio (16:18-20): "Jueces y alguaciles, pondrás para ti en todas las ciudades que el Eterno, tu Dios, asigna a tus tribus, y juzgarán al pueblo con juicio justo. No torcerás el derecho ni aceptarás regalos (sobornos), porque el soborno ciega los ojos del sabio y pervierte los juicios del justo. Sólo buscarás justicia, para que vivas y poseas (en paz) la tierra del Eterno, tu Dios, te dio en heredad”

La grandeza de Israel no está en la guerra, ni en la conquista, tal como es el destino de Esaú, sino en el dominio espiritual de la vida, que es el destino de Jacob. Es decir, en la formulación ética de la relación con el prójimo y en la santificación de lo cotidiano. 

Shavuot es un perdurable testimonio para la humanidad que hoy continúa necesitada y sedienta de justicia. Un testimonio que nos recuerda constantemente que la Torá es el camino de la paz y de la equidad en nuestro mundo. 

ric1venezuela@gmail.com
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