Escasean los inventores de mundo. No podemos permitir que Venezuela siga siendo un territorio ahistórico. Para emanciparnos de los graves problemas que nos aquejan hay que desatar un proceso filosófico-político emancipatorio. Debemos hacernos de un pragmatismo atento a las incitaciones del presente y a los desafíos de las circunstancias.
Muchas se aferran a formas caducas y cuando menos lo esperan una espita se abre y se desinflan cual globo pinchado. La organización política que conocemos se deshace empujada hacia el clóset por un cansancio obvio y manifiesto que los políticos no comprenden y por las exigencias propias de un cuerpo que necesita estructurarse con nuevos ingredientes.
El óxido se ha amontonado hasta el punto de formar palancas que trancan el accionar de las ruedas con la consecuente usurpación a la gente y el enquistamiento de una clase usufructuaria.
Ya no hay profetas. La sociedad venezolana de hoy es como un corpus callosum. Teilhard de Chardin habló de noosfera (conjunción de los seres inteligentes con el medio en que viven) y lo extendió más allá al vislumbrar lo que los pensadores de hoy llamarían el cerebro global. Pues bien, la clave está, quizás, en crear numerosas y pequeñas noosferas. Ello pasa por ver con menos individualismo y en un contexto ético de alteridad. Hay, sin embargo, una razón más práctica que escapa a lo teórico-moral para insertarse en la brutal realidad real: o se sabe o se perece, o se coopera o se fracasa, o se respeta o se es condenado.
La realidad es sustituible siempre y cuando se tenga clara la nueva. Para ello es menester el diseño colectivo de un proyecto que pasa por una inteligencia colectiva o conectiva, en cualquier caso organizada. Si no reinventamos, no habrá futuro, y para ello es menester que el cuerpo social genere, mediante su constitución en colectivo inteligente, las herramientas necesarias para lograrlo.
El espacio de esas herramientas es el conocimiento, el poder de pensamiento, de un espacio dinámico y vivo donde se transforman cualidades del ser y las maneras de actuar en sociedad. Ahora tenemos un corpus callosum, una sociedad aplastada, una disgregación resumida en el insulto y en la negación, un resultado previsible de la ceguera.
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