Espejos de príncipes
En esta época de tantos avances tecnológicos nos falte lo más elemental para implementar espejos de príncipes: sabiduría. Piense en algún gobernante alrededor del mundo que necesite urgentemente verse en un espejo de príncipes...
Desde la temprana Edad Media en Europa, alrededor del siglo VII en la época de los reyes carolingios, apareció una idea muy sólida de que los monarcas deberían poseer una especie de código o manual de buen uso que les sirviera de guía en sus gobiernos. Esas guías permitirían que los reyes conocieran todas las virtudes que debería tener un buen gobernante; cómo debería ser su conducta, las posiciones que debían tomar ante sus súbditos y el ejemplo que deberían dar. Esos manuales eran considerados como espejos (speculum), que también servían para devolver al príncipe la imagen ideal que debería tener cualquier soberano. Esos tratados eran redactados por monjes que en tiempos de monarquía absoluta, sostenían que los soberanos eran solamente unos instrumentos elegidos por Dios para servir a los hombres y a la iglesia. Al final, los espejos para príncipes buscaban llevarlos a ser un modelo de sabiduría.
Para elaborar esos códigos de comportamiento real, los clérigos se apoyaban en personajes históricos reconocidos como puntos de referencia por sus virtudes indiscutibles. Así aparecen en los espejos de príncipes reyes admirados del Antiguo Testamento como David, Salomón y Josías, y de la cristiandad como Constantino, Teodosio o Justiniano. También eran citados soberanos que se asesoraron con sabios como Alejandro, quien tenía a Aristóteles como su preceptor, Claudio, quien se orientaba con el sabio cordobés Séneca, Trajano tuvo como profesor a Plutarco y Carlomagno, quien contrató como consejero y maestro al monje erudito Alcuino de York. Él fue quien le sugirió a Carlomagno, considerado creador de Europa como entidad cultural y social, construir una especie de Ciudad de Dios agustiniana en sus reinados, donde imperara la paz y la justicia unificando este mundo terrenal con el otro celestial.
El inglés Jean de Salisbury, quien terminó su vida siendo obispo de Chartres, escribió en el año 1159 en Inglaterra el Policraticus, que es un tratado de política donde utilizó la metáfora del cuerpo humano para compararlo con la sociedad. En ese cuerpo social la cabeza es el rey. Amigo de Thomas Becket y secretario del Arzobispo de Canterbury, Salisbury afirmaba: “Un rey iletrado no es más que un asno coronado”. Así los espejos de príncipes cambiaron para exigirle a un rey no solamente poseer sabiduría, sino ser estudiado.
Célebre también es el espejo de príncipes llamado Carolinus, escrito en el año 1200 por el poeta Gilles de Paris para el futuro rey Luis VIII, cuando apenas tenía 13 años. Tomando como ejemplo a Carlomagno, el poeta aconsejaba en ese manual de instrucción para un pequeño príncipe que cuando fuera soberano se rodeara de cuatro virtudes capitales: Prudencia, justicia, temperancia y fortaleza.
El rey Luis IX de Francia -San Luis- siguió de cerca la elaboración de otro espejo de príncipes, el Speculum Majus, compilado por el fraile dominico Vincent de Beauvais. Esa obra formada por tres partes –natural, doctrinal e histórica- constaba de 80 libros, pero el que más nos interesa es el titulado “De eruditione filiorum nobilium”, o “De la educación de los hijos reales”, escrito por Beauvais en el año 1246. El mismo Luis IX al final de su vida redactó un espejo de príncipes llamado “Enseñanzas” para su hijo Felipe, futuro rey Felipe III, y su hija Isabel, reina de Navarra. A su vez el sucesor Felipe al ser rey le pidió a su confesor dominico, el padre Lorenzo de Orleans, redactar un libro sobre vicios y virtudes que apareció en el año 1279 y sirvió de referencia pedagógica por más de dos siglos.
La tradición continuó con Santo Tomás de Aquino quien en el año 1266 escribió para el rey de Chipre un libro llamado “Del gobierno de los príncipes”, y con Gil de Roma, un brillante teólogo agustino discípulo de Santo Tomás que estudió en París, quien escribió en el año 1280 otro espejo de príncipes para su alumno, el futuro rey Felipe IV de Francia. En ese espejo se propone un modelo de rey – clérigo con una vasta cultura enciclopédica, formada por artes liberales, teología y ciencias morales. Esa muy aristotélica obra que habla de moral, propiedad y política, tuvo un éxito impresionante entre los gobernantes de la época. Se reimprimió con regularidad hasta el año 1617.
En el año 1372 el rey Carlos V de Francia se hizo traducir el Policraticus de Salisbury, por un monje franciscano llamado Denis Foulechat. De esa influencia quedó para la historia la leyenda de un rey sabio, quien a lo largo de todo el resto de su reinado impulsó una política de apoyo a la cultura.
Al conocer esta cantidad de esfuerzos que se han hecho a lo largo de la historia por educar, en el mejor sentido de la palabra, a los gobernantes para que sean mejores, uno se asombra que en esta época de tantos avances tecnológicos nos falte lo más elemental para implementar espejos de príncipes: sabiduría. Piense en algún gobernante alrededor del mundo que necesite urgentemente verse en un espejo de príncipes. Seguramente encontrará a varios.
alvaromont@gmail.com
Para elaborar esos códigos de comportamiento real, los clérigos se apoyaban en personajes históricos reconocidos como puntos de referencia por sus virtudes indiscutibles. Así aparecen en los espejos de príncipes reyes admirados del Antiguo Testamento como David, Salomón y Josías, y de la cristiandad como Constantino, Teodosio o Justiniano. También eran citados soberanos que se asesoraron con sabios como Alejandro, quien tenía a Aristóteles como su preceptor, Claudio, quien se orientaba con el sabio cordobés Séneca, Trajano tuvo como profesor a Plutarco y Carlomagno, quien contrató como consejero y maestro al monje erudito Alcuino de York. Él fue quien le sugirió a Carlomagno, considerado creador de Europa como entidad cultural y social, construir una especie de Ciudad de Dios agustiniana en sus reinados, donde imperara la paz y la justicia unificando este mundo terrenal con el otro celestial.
El inglés Jean de Salisbury, quien terminó su vida siendo obispo de Chartres, escribió en el año 1159 en Inglaterra el Policraticus, que es un tratado de política donde utilizó la metáfora del cuerpo humano para compararlo con la sociedad. En ese cuerpo social la cabeza es el rey. Amigo de Thomas Becket y secretario del Arzobispo de Canterbury, Salisbury afirmaba: “Un rey iletrado no es más que un asno coronado”. Así los espejos de príncipes cambiaron para exigirle a un rey no solamente poseer sabiduría, sino ser estudiado.
Célebre también es el espejo de príncipes llamado Carolinus, escrito en el año 1200 por el poeta Gilles de Paris para el futuro rey Luis VIII, cuando apenas tenía 13 años. Tomando como ejemplo a Carlomagno, el poeta aconsejaba en ese manual de instrucción para un pequeño príncipe que cuando fuera soberano se rodeara de cuatro virtudes capitales: Prudencia, justicia, temperancia y fortaleza.
El rey Luis IX de Francia -San Luis- siguió de cerca la elaboración de otro espejo de príncipes, el Speculum Majus, compilado por el fraile dominico Vincent de Beauvais. Esa obra formada por tres partes –natural, doctrinal e histórica- constaba de 80 libros, pero el que más nos interesa es el titulado “De eruditione filiorum nobilium”, o “De la educación de los hijos reales”, escrito por Beauvais en el año 1246. El mismo Luis IX al final de su vida redactó un espejo de príncipes llamado “Enseñanzas” para su hijo Felipe, futuro rey Felipe III, y su hija Isabel, reina de Navarra. A su vez el sucesor Felipe al ser rey le pidió a su confesor dominico, el padre Lorenzo de Orleans, redactar un libro sobre vicios y virtudes que apareció en el año 1279 y sirvió de referencia pedagógica por más de dos siglos.
La tradición continuó con Santo Tomás de Aquino quien en el año 1266 escribió para el rey de Chipre un libro llamado “Del gobierno de los príncipes”, y con Gil de Roma, un brillante teólogo agustino discípulo de Santo Tomás que estudió en París, quien escribió en el año 1280 otro espejo de príncipes para su alumno, el futuro rey Felipe IV de Francia. En ese espejo se propone un modelo de rey – clérigo con una vasta cultura enciclopédica, formada por artes liberales, teología y ciencias morales. Esa muy aristotélica obra que habla de moral, propiedad y política, tuvo un éxito impresionante entre los gobernantes de la época. Se reimprimió con regularidad hasta el año 1617.
En el año 1372 el rey Carlos V de Francia se hizo traducir el Policraticus de Salisbury, por un monje franciscano llamado Denis Foulechat. De esa influencia quedó para la historia la leyenda de un rey sabio, quien a lo largo de todo el resto de su reinado impulsó una política de apoyo a la cultura.
Al conocer esta cantidad de esfuerzos que se han hecho a lo largo de la historia por educar, en el mejor sentido de la palabra, a los gobernantes para que sean mejores, uno se asombra que en esta época de tantos avances tecnológicos nos falte lo más elemental para implementar espejos de príncipes: sabiduría. Piense en algún gobernante alrededor del mundo que necesite urgentemente verse en un espejo de príncipes. Seguramente encontrará a varios.
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