Perú, desde el primer período de Alberto Fujimori (1990-1995), adoptó lo que los peruanos llaman “el modelo”, una fórmula de institucionalidad y de comportamiento de las autoridades en lo económico, que se corresponde con los principios de respeto a la propiedad privada, reconocimiento a la actividad de los particulares en ese campo, libertad económica y disciplina fiscal. Al mismo tiempo, Perú ha navegado procelosos mares políticos, comenzando por el propio Fujimori (golpe de estado, constituyente, segunda y tercera reelección) y siguiendo con los avatares de los siete presidentes que le siguieron, incluyendo la delirante sucesión de los últimos cuatro en apenas tres años. Creciendo con “el modelo” y hasta la fecha, Perú se convirtió en la 47 economía más grande del mundo por PIB total, con sus efectos de progreso de toda la población, reducción de la pobreza incluida. No obstante, se han acentuado las diferencias sociales; y eso, como decimos arriba, causa “roncha” políticamente especulable. Sobre esa “roncha” está montado el eventual resultado electoral favorable a Pedro Castillo.

Si finalmente Castillo gana, a Perú le va a ir mal, porque su discurso y los anuncios socialistoides (ni siquiera las medidas, porque es posible que ni lleguen a adoptarlas) causarán, como es natural, la inhibición de la inversión privada, con la consecuente caída de la economía, seguida de la escasez y la inflación. A ello seguirán tiempos buenos, cuando los peruanos, por esa misma experiencia, reconozcan que el “modelo” no es un invento de egoístas y avaros, sino una fórmula construida sobre lo más auténticamente humano.

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