En aquella casa del Llano del Medio, en un Gijón en que la escritora inventó un mundo lírico de amores de andar por casa y aún así apasionados en los albores de una posguerra de pan negro, ajo y cebolla, aquella lectura fue el bálsamo contra las frustraciones de la existencia diaria.

 
Madre fue feliz a su manera en un tiempo de privaciones. Era yo quien escogía sus novelitas. Todas las semanas, impresas por la editorial Bruguera, llegaban al quiosco los escritos de la señora Tellado, cuyo nombre respondía al de María del Socorro Tellado López.

Su carácter duro, pero inofensivo, la distanciaba de los resabiados en alta literatura, y siendo una mujer en una época de pavoroso oscurantismo recubierto de prohibiciones, supo a su manara ser libre. Habló de erotismo con asombrosos eufemismos. Colocó gotas de pornografía en sus más de 4.000 novelas con un talento de ama de casa repleto de sapiencia. Tenía un profundo sentido común y sabía hasta que lugar de la falda de la incauta muchachita podía llegar la mano del galán.

Hasta sus últimos años, mi madre fue fiel a Corín. Se habían conocido años atrás, recién finalizada la guerra civil, y cuando ella supo que su hijo comenzaba a hacer escarceos con la escritura, una noche, tras pasar la mano por los ojos y dejar sobre el aparador la novela que estaba leyendo, expresó: “¡Qué alegría si llegas a ser igual a Corín Tellado!”.

 
Al decir de un admirador de la autora: Guillermo Cabrera Infante (el otro ha sido Mario Vargas Llosa): “Cualquiera escribe, pero un pornógrafo es un artista superior. Sade, Pauline Réage y Corín Tellado lo son. Joyce, Hemingway, Sartre no pudieron serlo; de ahí las respectivas admiraciones por Rabelais o Chaucer, Anderson y Genet. También viene de ahí mi admiración por el arte de Corín Tellado”, dijo el autor de “Tres tristes tigres”.

Fernando Pessoa matizó: Todas las cartas de amor son ridículas. / No serían cartas de amor si no fueran ridículas. / También yo escribí en mis tiempos / cartas de amor ridículas.
Sin duda al portugués le hubieran complacido las paginitas dulcificadas con gotitas de celos, traición, titubeos y miedos, escritas por la asturiana.

En memoria de mi madre, como postrero homenaje, debiera haber acudido a la sala del hospital en que pasó sus últimos días y, sentado a su lado haberle leído “Las noches de Audry” o “Ana y el chofer” de Corín. Ella partiría entre requiebros de querencias arrancadas a lo dulces relatos tiernos de la autora asturiana.

Corín dejó un vació no llenado. Su partida fue sentida por las muchachas adosadas a suspiros en flor; mujeres heridas bajo el peso de un matrimonio yermo, las novias al socaire de celosías en sombras, y toda miríada de féminas cuando la soledad se amodorra en la piel sin amor. ¿Cursi? Si esa palabra nos abatiera sobre la piel y bañara todo sentimientos, quizás sus estremecimientos nos ayudarían a florecer sobre la querencia de nuevo.

 
En “Alexis o el tratado”, Marguerite Yourcenar pone en boca del protagonista: “No es nada que la vida sea atroz, lo terrible es que sea vana y sin belleza”.

Corín Tellado intentó a su manera y con pasión muy encendida, a que las realidades de la España negra no fueran tan trágicas y desabridas.
Existe un hecho en toda su extensión que merece ser estudiado.

En 1998, Unidad Editorial, responsable del diario El Mundo, publicó en los meses de estío, unos relatos y poemas de excelentes autores bajo el titulo “Las novelas del verano”.

En esa lista se hallaban entre otros Ernest Hemingway, Isaac Asimov, Federico García Lorca, Joseph Conrad, Edgar Allan Poe, Truman Capote, Marguerite Duras, Stendhal, Arthur Miller, Miguel Hernández, Julio Verne, Friedrich Dürrenmatt, G.K. Chesterton, Antonio Machado, Rafael Alberti, Herman Melville y Julio Verne por citar algunos.

Entre esas lumbreras literarias apareció con luz propia Corín Tellado.

 
Ese volteo literario de gran embargara, deseó demostrar que la literatura contiene infinidad de senderos y que su camino, todos sin duda, se bifurcan en el corazón de cada lector o lectora.

Se suele expresar –se escucha esa opinión en los corrillos literarios- “que uno escribe para que le quieran y ser en lo posible recordado”, y es que a razón de ello, sobre ese sendero bifurcado, la literatura, en expresión de Oscar Wilde, no posee más que dos reglas claras y definidas para escribir: tener algo que decir y decirlo.

 
Corín Tellado lo hizo, realizó una literatura que suele llamarse de andar por casa. De eso igualmente fue acusado Gustave Flaubert ante su esplendorosa novela “Madame Bovary”. En sus páginas del escritor francés agrietó la realidad humana como pocas veces se hizo. La sensibilidad es universal, reflejan y afloran los estremecimientos con el mismo movimiento de las desgarradas hojas en cada uno de los vaivenes de la existencia.

Sobre ese fanal, bien merece la asturiana ser recordada.

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