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La desigualdad en Rousseau

Reflexionemos sobre el tema a ver si nos vemos reflejados en algunos de los conceptos de amor propio o amor de sí, para contestarnos si podemos utilizar la perfectibilidad de Rousseau en nuestras vidas y combatir así a la desigualdad.

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

14/06/2021 05:04 am

En días pasados comentábamos sobre dos tipos de desigualdades: la constitucional, indiscutible para los demócratas, que indica que todos somos ciudadanos con los mismos derechos y deberes. La otra que mencionamos es la desigualdad social, que da cabida a eslogan políticos muy seductores, pero resulta intrínsecamente excluyente y es ideal para dividir a cualquier sociedad entre buenos y malos. Anotábamos que mientras esa división sucede, la economía del país dividido se destroza. Es lo que hemos visto ocurrir cuando existe un gobierno populista.

En nuestra época es un contrasentido que constitucionalmente existan diferencias entre los ciudadanos. El voto como lo conocemos actualmente es la expresión más clara de la igualdad constitucional, y cualquier ataque a él representa una agresión a la democracia. En otros tiempos se discriminaba a los ciudadanos por su capacidad; en casi todos los países cuando comenzaron a transitar sus democracias, incluyendo a la Antigua Grecia donde ésta nació, no se les permitía votar a los analfabetos aduciendo falta de conocimientos para decidir, o a los que no tenían propiedades porque supuestamente no eran dolientes de las decisiones, tampoco votaban los esclavos por no tener libre albedrío, ni las mujeres porque estaban sometidas a un padre cuando eran solteras, o a un esposo al casarse. Menos mal que la mujer se emancipó y le reconocieron sus derechos, pero esa es una muestra de cómo funciona el voto capacitario en las democracias; se les permite escoger a sus gobernantes solo a los que aparentemente tienen capacidad para hacerlo. Hoy en día sería impensable hacerlo.

Por su parte el célebre filósofo franco–suizo Jean Jacques Rousseau, a quien Kant llamaba “el Newton de la moral” y escribió “El contrato social”, dividió las desigualdades desde otra mirada: la natural, que no le interesaba mucho estudiarla porque proviene de factores como fuerza física, tamaño, o agilidad, determinadas por la naturaleza, y la desigualdad ético–política que parece definida por la moral. Esta última clase de desigualdad sí fue su objeto de sus reflexiones. Como consecuencia de ellas, Rousseau pasó a la historia publicando en el año 1755 su “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”, usualmente llamado “Segundo Discurso”, porque anteriormente había escrito un Discurso sobre Ciencias y Artes.

El contexto intelectual del momento en que apareció ese Segundo Discurso estaba dominado por Voltaire, Diderot, D´Alambert y el Barón de Montesquieu. París era la capital erudita del mundo por el movimiento de La Ilustración, y los aportes de pensadores como los británicos Adam Smith y David Hume, los alemanes Holbach y Grim, el norteamericano Benjamin Franklin, los italianos Beccaria y Galiani, y muchos otros sabios que pasaron por la capital francesa.
 
El Segundo Discurso de Rousseau no fue muy bien acogido por sus coterráneos, exceptuando a su mentor Diderot. Voltaire lo criticó profusamente, sin embargo Kant y los prerrománticos alemanes lo estudiaron a fondo y lo entendieron con admiración. Es que para Rousseau el hombre nace bueno e igual a los demás – el buen salvaje-, y la sociedad lo puede corromper hasta transformarlo en malo y desigual, debido a convenciones arbitrarias. El ingrediente novedoso que el filósofo le agrega a esa deformación social es la responsabilidad: “Todos estos vicios corresponden no tanto al hombre, como al hombre mal gobernado”. Seguramente Víctor Hugo pensaba en Rousseau cuando dijo: “No hay malas hierbas ni hombres malos, solo hay malos cultivadores”. Ya sabemos entonces; desde la mirada de Rousseau el hombre es bueno por naturaleza y son las instituciones sociales, o las convenciones, quienes lo corrompen.
 
El Segundo Discurso incluye los factores diferenciadores del amor a sí mismo, contrastado con el amor propio. Para Rousseau el buen salvaje profesa un amor a sí mismo que lo ayuda a sobrevivir, pero el hombre civilizado practica el amor propio, que lo lleva al egoísmo y a la desigualdad. Según el filósofo ese amor propio del hombre refinado genera codicia, orgullo, envidia, sometimiento y esclavitud. De esa manera se llega a institucionalizar la opresión, la dominación del hombre por el hombre.

Se nota un poco de fatalismo –pesimismo decía el inglés Charles Vaughan– en las proposiciones de Rousseau, porque no aclara cuáles serían las salidas a esta inevitable tensión entre sociedad y estado natural. Sin embargo, otro nuevo concepto de Rousseau llamado “perfectibilité” – perfectibilidad – asegura que el hombre nunca olvida como mejorar, lo cual le llevó a profundizar el tema y a escribir su obra más conocida, el Contrato Social, siete años después del Discurso sobre la Desigualdad. Reflexionemos sobre el tema a ver si nos vemos reflejados en algunos de los conceptos de amor propio o amor de sí, para contestarnos si podemos utilizar la perfectibilidad de Rousseau en nuestras vidas y combatir así a la desigualdad.

alvaromont@gmail.com
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