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Comprensión cultural y desarrollo

El comercio cambia las costumbres sin institucionalizar las condiciones para el desarrollo

  • JULIA ALCIBIADES

04/06/2021 05:00 am

El mismo autor no identificado del folleto publicado en Caracas el 14/02/1854 al que hice referencia la semana pasada reflexionaba: “Abiertas las puertas de la nación a las luces y a los libros de Europa y de Norte América, se columbraron en ellos los adelantos de las artes, que se vieron luego de bulto en las manufacturas importadas… De allí provino un fenómeno raro: que la civilización creciese más en las ideas que en la industria, más en las comodidades que en los recursos, más en las necesidades que en los medios...”

Siempre me ha resultado sorprendente la profunda capacidad de reflexión de muchos de nuestros coetáneos del novecientos. Obsérvese la descripción en dos planos que realiza este autor: la primera es descriptiva, sobre la rápida adopción de bienes importados en nuestro país que se generalizó a todos los aspectos de la vida familiar y social, con fuerza inusitada, durante la segunda mitad del siglo XX; la segunda es de carácter fenomenológico pues va a la esencia del carácter nacional, respecto al rasgo económico de nuestra cultura pública.

No es lo mismo querer consumir lo bueno que aspirar a ser capaz de producirlo. La primera postura es correlativa a la proliferación del comercio y, en consecuencia, a la propensión al gasto; la segunda es la condición de posibilidad para concebir cómo actuar organizadamente para generar desarrollo. El comercio enfatiza el tiempo presente, el desarrollo el tiempo futuro.

Por ello, el autor del folleto afirma que de la apertura nacional al mundo ‘provino un fenómeno raro’ que consiste en un conjunto de desarticulaciones entre ideas y empresarialidad, disfrute del confort y costo de capital, necesidades inmediatas y mediano plazo. La empresarialidad es la condición de constituir esfuerzos mancomunados, públicos o privados, para generar prosperidad; el costo de capital considera la inversión cuando es favorable, en tiempo real, respecto a los recursos; el énfasis en el mediano plazo matiza la tendencia a la inmediatez que ralentiza el esfuerzo constitutivo del futuro.

El desarrollo requiere de algún proyecto nacional en el cual ‘lo bueno’ constituye un criterio valorativo factible. Sin embargo, la sostenibilidad del proyecto exige de otros criterios que aseguren la justicia y la imparcialidad; como por ejemplo la equidad, el hábitat sustentable, la cooperación entre los actores relevantes y el ejercicio de las libertades sustantivas. Entender la justicia como equidad es el tema fundamental de Rawls, el hábitat sustentable es el criterio que introduce el respeto y cuido del ambiente, la cooperación es el tema clave para el institucionalismo introducido por Nash (teniendo como precursor a Barnard en 1938) y las libertades sustantivas es el término acotado por Amartya Sen.

Ese conjunto de criterios, de naturaleza normativa, caracterizan a un proyecto de desarrollo nacional como público y, en consecuencia, lo legitiman. Quizás es tiempo para priorizar la legitimidad sobre la legalidad, pues la obra gubernamental necesita de muchos actores relevantes, convencidos de una visión compartida del futuro, para articular sus energías creativas. Así el cultivo de la cooperación sedimentaría una nueva cultura pública que supere las desarticulaciones económicas tan lúcidamente descritas por nuestro antepasado en 1854.

juliaalcibiades@gmail.com 
@juliaalcibiades 
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