Tras el liderazgo británico y de un medio siglo XX EEUU confirma su dominio y renueva el orden internacional en función de la guerra fría (1945-1989), cuya extinción experimentamos por la caída del muro de Berlín (12/1989). En consecuencia, EEUU (la superpotencia) busca cambiar la estructura geopolítica mundial e instituir otro orden de carácter unipolar; estrategia geopolítica que acentúa a partir del nuevo siglo (XXI), aunque con los pocos años transcurridos (unos 20), su trayectoria se orienta hacia la desventura para la potencia norteamericana, pues su capacidad de liderazgo polemizada por las naciones y ciudadanos, incluso, se desvirtúa cada vez más. Equidistantantemente, van despuntando diferentes imperios (China, especialmente), que domina el comercio marítimo internacional, mediante Cosco shipping, al umbral del nuevo orden mundial e India de bastión medianero en el indopacífico. Asimismo, Brasil y Rusia conforman, también, el grupo BRICS de las economías emergentes o potencias intermedias; ostentan un proceso de actualización muy semejante al que se ostenta en las regiones desarrolladas o avanzadas, hoy por hoy, con modelos evolutivos análogos desde la dinámica modernizadora: industrialización, urbanismo, cambio demográfico, desarrollo social; nuevas infraestructuras, educación y sanidad para una mayor parte de la población, así como una disminución obvia de la inopia. Por tanto, cabría preguntarse: ¿Es Latinoamérica una potencia emergente en el siglo XXI?

Una potencia o país emergente sería aquel que, aún siendo una economía en vías de desarrollo, comienza a crecer por autoimpulso de su sistema productivo, apoyado por la demanda interna, su creciente comercio exterior y PIB en aumento.

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